“Si no lo hubiera visto con mis propios ojos, no te lo recomendaría”, me aseguró Alejandro. Llevaba algunas semanas con una lesión en la muñeca izquierda que me ocasioné entrenando jiu-jitsu. Alejandro había sido testigo de sus poderes curativos en la sala de redacción de la desparecida revista Vela Verde, en la que ambos trabajábamos. El curandero fue a cobrar un dinero por una nota que le sacaron y la secretaria le contó de un dolor que tenía en la espalda. Ya había visitado a un par de especialistas, pero la molestia persistía. Según me contó Alejandro, el viejo examinó la zona afectada. Le pidió hacer unos movimientos a la chica. Hizo presión en algunos músculos, la estiró por aquí, por allá. Con una voz calma le iba explicando la raíz de su mal. Tras unos 25 minutos, la mujer —y así también lo recuerda Alejandro y yo no tengo por qué dudar— sintió que el dolor, que era constante desde hace meses, cesó de pronto.
Dichosos los que creen sir ver, exigen las Escrituras. Consideré que tampoco empeoraría las cosas probar, así que fuimos a buscar al sanador. En busca de don Orlando Espinoza Yacila, también conocido como Mahatma Ghandi.
Por: Eduardo Abusada Franco
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El Barrio Chino de Lima está constituido básicamente por la calle Capón. Entre min paos, patos asados y medicinas que prometen curar lo incurable, el comercio bulle en esta parte de la ciudad. Si bien se siente con fuerza aún la impronta asiática, las viejas tradiciones se han mimetizado con la Lima migrante y abigarrada. Más aún, la migración masiva venezolana ha ampliado el mosaico de colores y costumbres.
Acá, en el bulevar de este barrio, un buen día se apareció Mahatma Ghandi, asesinado en 1948. Pero ahora estaba allí, en el año 2006, con sus lentes de marco muy redondo y una túnica de un naranja pálido. El líder indio y universal fue muerto de tres balazos por Nathuram Godse, un fanático de ultra derecha. Sin embargo, 58 años luego, está en la calle Capón dando masajes que sanan los dolores y tratamientos para alcanzar la paz personal, como lo hizo por una nación en el milenario Indostán.
Orlando Espinoza Yacila, entonces con 56 años, intimidado por el ridículo, más envalentonado por el hambre y la casualidad de un conveniente parecido físico, se mandó a confeccionar el atuendo de Ghandi: “Hay personas que saben de la vida de Mahatma Ghandi. Varios me decían «usted se parece a Ghandi». En verdad, yo no sabía quién era Ghandi. En el colegio, en mis tiempos, nunca me enseñaron. Entonces empecé a indagar información y me veo bastante parecido y ya me mandé a confeccionar una túnica. Hice mi aparición aquí en la calle y rompí eso del «qué dirán». Pues «el qué dirán» no me da de comer, ¿me entiendes? Felizmente no vi una cosa burlona, sino que la gente me vio con respeto. Hubo aceptación por parte del público”.
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En los tiempos del TikTok, al parecer muchos han olvidado a los referentes universales. Nos estamos quedando sin héroes. Recuerdo la biopic sobre Ghandi, interpretado por Ben Kingsley en 1982. La película empieza con una parte documental sobre las exequias del pacifista recién asesinado. Un reportero da cuenta de los funerales y cita unas declaraciones de Albert Einstein, quien dijo del personaje: “Las próximas generaciones apenas podrán creer que un hombre así como éste, de carne y hueso, caminó sobre la tierra”.
Arquearía las dos cejas el sabio alemán el día de hoy si supiera que muchos no reconocían el nombre del Mahatma Ghandi ese viernes de octubre en que lo estuvimos buscando por la calle Capón. Preguntamos varias veces por el Mahatma y los comerciantes ponían cara de interrogación. Les explicábamos que era un tipo vestido con una túnica que se parecía a Ghandi. Las señas no ayudaban. Preguntamos entonces por el hombre que hacía masajes y curaciones. Nos mandaron a una galería atiborrada de gente. El último piso, bastante envejecido, parecía ser de viviendas, no de comercios. Preguntando llegamos a una puerta de madera con un letrero en grafías chinas. Un anciano en bividí percudido, en más chino que español, logró explicarnos que también era sanador, pero no el que buscábamos.
Don Orlando trabaja en el Barrio Chino desde hace 23 años, incluso antes de ser el Mahatma. Recorrimos tres galerías más sin dar con nuestro personaje. Al menos un tercio de las personas andan caminando estas calles con un patito amarillo enganchado en sus cabezas. Conseguimos nuestros patitos, a 3 soles, para estar a tono. Un chico venezolano, en uno de los módulos del bulevar, nos dijo que sabía quién era el hombre que buscábamos. “Yo he dicho que lo conozco, pero no sé donde está”. Nos reímos. Nos dio el dato de a qué altura del bulevar solía pararse: al lado del quiosco que vende productos naturales. Era cerca a la puerta de otra galería más nueva que las que revisamos. Son cuatro pisos llenos de pequeños locales de podología, peluquería, masajes reductores y estética en general. Allí, en el cuarto piso, en un consultorio de no más de tres metros cuadrados, solo, pacientemente, Mahatma Ghandi esperaba algún cliente al cual curar.
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Revisó mi muñeca, me hizo masajes, jaló de un lado a otro. Al inicio hablaba poco. A través de las yemas de sus dedos buscaba sentir mi dolor, el punto exacto de mi lesión. El tacto de sus manos con las mías me relaja. Luego utilizó una suerte de lápiz con descargas eléctricas para acupuntura que parecía la pistola del marcianito de los Looney Tunes. Tal vez sea la cadencia pausa de su voz y su dicción clara, o quizás los masajes en mi muñeca, pero sentí el peso de mis párpados llevándome a un sueño dulce. En cada respiro el dolor, de a pocos, empezó a bajar notablemente. Finalmente me aplicó un ungüento de un frasco sin etiquetas.
«Todos tenemos un doble que vive en las antípodas. Pero encontrarlo es muy difícil porque los dobles tienden siempre a efectuar el movimiento contrario», citaba un libro de ocultismo el yo-narrador del cuento Doblaje, del querido Julio Ramón Ribeyro. Orlando es y no es. Lo parieron hace 73 años en Talara, pero fue criado en Tumbes. Con el nombre de Orlando lo alumbraron. De su linaje tiene recuerdos, como los Yacila, que le contaron que habían llegado tres de ellos en una embarcación a una playa de Paita, hace cien años, y allí se instalaron. Empezaron a llamarla la playa de los Yacila, y se quedó como playa Yacila. Él es Espinoza Yacila, pero también es otro, o quiso ser otro. ¿Vale la pena una existencia en la que no somos quienes somos? Para don Orlando es un orgullo, acepta su papel de sosias, como un deber. Esa interpretación de reparto se ha vuelto, a fuerza de irradiar su medicina natural entre quienes la necesitan, el papel protagónico de su curiosa vida de doble: “El poder encarnar a un personaje que luchó contra la opresión de todo un pueblo hace que agradezca a Dios por haberme dado este cuerpo físico, a mis padres por haberme colocado en este mundo en representación de una personalidad de grandes cualidades, que nos enseñó a luchar de forma pacífica, considerado uno de los grandes líderes de la historia revolucionaria de la India”.
Ciertamente el parecido es destacable, incluso en las orejas. Es un hombre bajito, de reluciente calva y sonrisa que contagia calma. La mitad de su pequeño consultorio está ocupada por una camilla. En una esquina, de un perchero cuelga su túnica naranja de Ghandi. Encima de ella, en la pared, está pegada una bandera de la India independiente en papel lustre. En una repisa, al lado de león de cerámica, una fotografía de Ghandi, con su mirada afable, vigila la pequeña estancia. Una imagen del papa Juan Pablo II le hace compañía al rebelde indio. De afuera se cuela música de salsa dura de los locales de estética de la galería.
Orlando es y no es Ghandi. ¿Se conforma acaso con ser el otro Ghandi? No es, pero quiere serlo, ser el real. Desde que le comentaron de su parecido con el Mahatma ha empezado a investigar su vida, a seguir sus enseñanzas y su hazaña independista, a apreciarlo… a querer ser él. Le gusta destacar su relación con el personaje histórico. Nos enseña en su celular una invitación de la Embajada de la India en Perú y fotos junto al embajador en el monumento a Ghandi que está en el Parque Castilla, en Lince. Los diplomáticos indios en el Perú lo buscan cada vez que cambian de embajador: “Él embajador quería conocerme. Me dijo que Ghandi era gran caminador, y caminamos con el embajador, tranquilos, de acá [la calle Capón] hasta la embajada en (la avenida) Salaverry. Si me estaba invitando a caminar, prácticamente me está viendo como Ghandi. Toda enfermedad empieza en los pies y en las piernas”. No en vano Ghandi encabezó la histórica ‘Marcha de la sal’, recorriendo 300 kilómetros a pie para desobedecer al colonialismo británico.
Lo que no es verificable tiene la trampa del beneficio de la duda. Si se usa de manera maniquea e inteligente, puede ser una prueba sin contraste. Como el personaje de Doblaje, el mencionado cuento de Ribeyro, don Orlando o Mahatma Ghandi, recurre a lo incomprobable —y por tanto, irrefutable— del esoterismo y a los arcanos de la numerología. Lo que para muchos es mera y forzada coincidencia, para este sanador de la calle Capón es el designio de Dios: “Mira, en la vida de Mahatma Ghandi él quiso ser médico, pero su familia influenció para que estudie Derecho. Entonces yo hago la otra parte, la parte médica. Cuando hago liberación de emociones estoy haciendo salud mental. Eso viene a ser la parte médica también. La quiropraxia también. En cuanto a las fechas es muy cercana la fecha de Mahatma con el que habla. Él nació el 2 de octubre y yo nací el 4 de octubre. Mahatma Ghandi fue asesinado el 30 de enero de 1948 y yo nazco el 50, a la edad de 79 años. ¿Qué número tengo ahí? [muestra el numero anotado en su celular y figura entre ellos el 79] ¿Coincidencia? Y Mahatma Ghandi el 2 de octubre ha cumplido 154 años. La numerología es la suma de los números. Suma ahí. Sale 10. Yo tengo 73, suma, sale 10. ¿Coincidencia? Ya son muchas coincidencias. (…) Soy del mismo signo, me gusta ayudar a la gente. Será mi signo, mi personalidad”.
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Desde hace algunos años empecé a practicar un poco de budismo y conocí las cuatro nobles verdades. Don Orlando, esperando tal vez otro cliente-paciente, me contó entonces los vaivenes de su vida y las lecciones que ha ido aprendiendo en su largo caminar. Algunas de las lecciones rozan mucho de lo que he leído en el dharma:
Don Orlando, ¿cómo así llegó a Lima?
Soy nacido en Talara y criado en Tumbes. Acá en Lima tengo un promedio de 52 años ya. Como todo ser humano que vivimos alejados de la capital, unos vienen a estudiar, otros a trabajar. Yo me dediqué a trabajar. Llegué acá a los 21 años. Llegué al Agustino. Trabajé en una empresa naviera como diez años. De allí pasé a Enatru Perú donde fui supervisor de línea. Hasta finales del 91, que comenzó el gobierno de Alberto Fujimori a privatizar todas las empresas de servicios.
¿Y cómo llego al tema de la medicina natural?
[Piensa] Llego a partir del año 2000. Comencé en el norte a vender medicina natural. En Talara, regreso al norte. De nuevo regreso a Lima y llevé un curso de medicina natural. Por cosas del destino comencé a estudiar quiropraxia, liberación de emociones, biomagnetismo, masajes.
¿Le empezó a gustar el tema?
Sí, al menos me siento bien.
¿Dónde reside la energía en el cuerpo?
Creo que todo está basado en la técnica de respiración. Todo está en el estilo de vida que uno lleve. Todos los órganos, células, se alimentan de oxígeno. Si no nos nutrimos de oxígeno vamos a tener problemas de salud, de deterioro. Yo practico la técnica de respiración. Yo digo que estoy todavía en estado uva, no llego a estado pasa. Hay personas de mi edad que ya están todo arrugados.
Pues se le ve lozano.
Sí, justo.
Usted, como Ghandi, supongo que también cree en el camino de la paz…
Creo que se puede lograr.
Pero el ser humano tiene a la autodestrucción, incluso con nuestro propio medioambiente.
Es que el ser humano transgrede la ley del amor. El ser humano viola leyes biológicas, contra el agua, el aire, leyes humanas y divinas. Hay una causa y hay un efecto. Y cuando sucede un efecto, ¿a dónde pedimos ayuda? A Dios. Pero, ¿por qué no reflexionamos? A eso voy, tenemos que reflexionar.
¿Cree que hay vida después de la muerte?
Claro, hay vida. Existe la reencarnación. ¿No has escuchado a una persona que ha ido a un lugar por primera vez dice “yo ya estuve allí”. Algunos hablan de la resurrección, pero como va a regresar uno sin cuerpo o mutilado. Más lógico es el retorno. Nosotros somos materia. La materia no se destruye, se transforma.
¿Qué es la “liberación emociones”, la técnica con la que Usted sana acá?
A ver, es cómo dañan los sentimientos a tus órganos.
¿Hay algún secreto para alcanzar la felicidad o paz interior?
Creo que para lograr lo que tú me estás diciendo, el problema es que no nos conocemos. Por lo tanto, los problemas que el hombre enfrenta no se encuentran fuera de él, sino dentro de él mismo.
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Mientras conversamos una vecina entra sin saludar y le pide a Ghandi que le preste un cargador de celular. “Estoy ocupadito”, le contesta. Es memorioso. Ha reconocido a Alejandro de la vez que fue a la redacción de la revista Vela Verde y mi colega fue testigo de su ciencia en vivo y en directo. De pronto, de un cajón saca la edición de la revista donde sale su reportaje y le ofrece una consulta a mi amigo con el “péndulo”. De un bolsillo de su camisa saca una cadenita de la cuelga una suerte de trompito que se balancea en el aire. Explica que es el péndulo, su instrumento favorito: “Con esto (con el péndulo) puedo diagnosticar. Pregunto ‘¿en este cuerpo hay emociones atrapadas?’ Me responde que sí (el péndulo). ¿Son de carácter físico, carácter emocional, carácter espiritual…? Me responde el péndulo y voy anotando. Por ejemplo, hace dos años me salió en el péndulo que una doctora había tenido una pérdida, y le pregunté y me dijo ‘recién me he separado’”.
Con su péndulo no solo reconoce emociones atrapadas, sino que hasta puede vaticinar el futuro. Alejandro acepta y le hace algunas consultas. La precisión o imprecisión de sus respuestas no son parte de esta crónica. El tiempo dirá si el péndulo estaba en lo cierto o lo aún por verificarse.
Antes de irnos nos muestra algunas fotos de pacientes que ha tratado. Una chica de 14 años que se arrancaba mechones de pelo; una señora que venía de tratarse un cáncer; otra señora con diagnóstico de epilepsia. La mayoría son mujeres. Son fotos de “antes y después”. El sanador asegura que en las fotos posteriores se les ve con otro semblante, recuperadas, más briosas.
Mohandas Karamchand ‘Mahatma’ Gandhi, también conocido como Orlando Espinoza Yacila, se queda en su consultorio. En silencio. Esperando a algún paciente que requiera de sus servicios de quiropraxia, liberación de emociones, masajes sanadores o de pitoniso. Antes de irme me pregunta cómo está mi muñeca. Ya me había olvidado del dolor. Al moverla en círculos para probar volví a sentir la punzada, no sé si con igual, mayor o menor intensidad. Supuse que necesitaba más sesiones. Sin embargo, le dije que ya no me dolía. Pero mi alma, en ese momento, estaba en paz y feliz. Con tales ánimos, nos fuimos con Alejandro a comer un tallarín sahofan al Salón de la Felicidad, aprovechando nuestra visita al Barrio Chino. En los pelos de la mitad de los comensales bailotean patitos amarillos.
Por: Eduardo Abusada Franco
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4 comentarios en «MAHATMA GHANDI HACE MASAJES Y ADIVINA EL FUTURO EN LA CALLE CAPÓN»