Después de un Nuevo título de la selección argentina, es difícil salir del triunfalismo y hablar de fútbol desde otras aristas.
En los últimos tres o cuatro días pasaron varias cosas que son importantes como para entender de una vez por todas que el fútbol no es solo un juego o un deporte, que el fútbol es mucho más que solo fútbol.
La Copa América terminó con un nuevo título para Argentina, que, aunque se ha dicho, dio un ejemplo de autosuperación, porque lo más difícil es ganar después de ganar, y lo más difícil también no es ganarle al rival sino ganarse a sí mismo.
Fue mérito del equipo, lo cual, ya de por sí, es un mensaje eminentemente político, volver a pensar en el equipo, en el colectivo, en el grupo, en la grey, en la comunidad, en la tribu, y contrarrestar tanta basura individualista que se nos quiere imponer permanentemente.
Pero es cierto que, dentro del equipo, hay ejemplos personales fantásticos. El de Messi, consagrado y ganador de todo, llorando como un chico en el potrero de la esquina por tener que salir lesionado en la final. El de Di María, corriendo como un pibe de 20 años cada pelota y retirándose campeón, agradeciéndole a sus compañeros actuales, pero, sobre todo, a sus compañeros de antes, los de cuando la selección no ganaba y sumaba una decepción tras otra. El de Lautaro Martínez, autor del gol de la final y goleador del torneo, por su constancia en seguir insistiendo. Y podríamos seguir nombrando actitudes y ejemplos.
Justo antes de la final, el personaje que tenemos de presidente del país volvió a sus andanzas en su terreno favorito, las redes sociales. Posteó que todos los jugadores de la selección juegan en clubes que son privados, queriendo abonar su teoría de que todo lo privado es mejor, y avanzando nuevamente con su intento de imponer las sociedades anónimas deportivas. Pero le salió el tiro por la culata, porque es un ignorante sin capacidad ni siquiera para la mentira. Inmediatamente, desde el mismísimo mundillo del fútbol, se refutó esa berreta opereta, porque todos y cada uno de los jugadores de la selección argentina salieron de clubes de barrio, asociaciones civiles sin fines de lucro que hacen un trabajo social maravilloso en Argentina, y que facilitan que chicos de clase trabajadora puedan hacer deporte y no terminen en la marginalidad, los vicios y el delito. Es el caso de la mayoría de estos jugadores de la selección multicampeona. Sucede que después, en un mundo capitalista y globalizado, donde el fútbol sufre la mercantilización más que otros sectores, los grandes capitales se quedan con esos jugadores que llegan a la elite. Claro, si los ricos se quedan con lo mejor de todo (los mejores alimentos, la mejor ropa, las mejores casas, los mejores terrenos, y así hasta el infinito), es lógico que los clubes más ricos se quedan con los mejores jugadores. Pero todos ellos salieron del club de barrio. Y atrás del brillo de unos pocos, lo que no se ve es que los compañeritos que no llegaron a ser un Messi o un Di María, quizá tuvieron una vida un poco menos cruel gracias al club del barrio.
Y ya que estamos con la globalización neoliberal, hablemos un poco también del campeonato en sí mismo, uno de los peor organizados en la larga historia de 108 años que tiene la Copa América. Fue una verdadera vergüenza cómo la Conmebol entregó la Copa América a un país sin ninguna tradición, historia, pero lo más grave, sin ninguna capacidad para organizarla. Estados Unidos está en una crisis severa desde distintos puntos de vista: político, económico, organizacional, y hasta ético y civilizatorio. Si no pueden impedir que en un acto de campaña intenten asesinar a un candidato a presidente, es lógico que no pudieran organizar un partido de fútbol. Lo de la previa a la final fue verdaderamente increíble y nunca visto, y no terminó en una tragedia con varios muertos simplemente por casualidad. Hubo una estampida de hinchas colombianos que se colaron en el estadio y las autoridades locales no tuvieron mejor idea que cerrar las puertas hasta organizar mejor lo que era una desorganización total. En ese momento empezaron a agolparse miles de personas con un calor insoportable, generando desmayos y otros problemas de salud. Se veía a la gente atendiendo a la gente porque no había ni el más mínimo servicio médico que hay en cualquier partido de fútbol de cualquier cancha.
¿Qué había pasado, por qué sucedió eso? Simplemente por la falta total de previsión y de sentido común. En cualquier cancha de la Argentina, hoy para ir a un partido hay que pasar dos o tres anillos de seguridad, en los cuales la policía primero, y luego los empleados del club, controlan las entradas, ya sean en formato papel o digitales en el celular. No es tan difícil, pero cuando el negocio se atropella todo lo demás, pueden pasar estas cosas. Resulta que en Estados Unidos hay una costumbre, que en los partidos de fútbol americano o béisbol la gente se reúna en los estacionamientos de los estadios a comer y beber en grandes cantidades. Y como el que manda es Don Dinero, se tenía que seguir esa costumbre, para que las marcas de cerveza que auspiciaron la Copa América hicieran su negocio. Por eso los organizadores rechazaron los anillos de seguridad que sugería la Conmebol y por eso había tantos hinchas sin entrada tan cerca del estadio.
Eso fue lo más grave, y podría haber terminado en tragedia. Pero ya antes de la final, el técnico de Uruguay, Marcelo Bielsa, había disparado un puñado de verdades sobre el desastre que eran los campos de juego, algo que conspiró contra el juego durante toda la competencia. Claro, es el Bank Of America Stadium, de Charlotte, o el Hard Rock Stadium de Miami, y así cada uno. Pero uno peor que el otro para la práctica del fútbol. Esa es la verdad.
Terminó la Copa América y ya el fin de semana que viene vuelve el campeonato doméstico, pero con una novedad. En los últimos días, la Justicia ordenó encarcelar el Robin Hood del fútbol argentino. Se trata de un pibe de Mendoza, el creador de Fútbol libre, un sitio que permitía ver los partidos de fútbol sin necesidad de empeñar un riñón para pagar los distintos planes o packs que exigen las empresas monopólicas de televisión. Y siga siga…
Terminó la Copa América con un nuevo título para la Argentina. Ah, y también terminó la Eurocopa, consagrando a la selección que mejor fútbol demostró: España. Una España que ganó la final gracias a las nacionalidades que denigra y oprime. Los goles de la final fueron convertidos por dos vascos, uno del Bilbao y el otro de la Real Sociedad. Y sus mejores jugadores fueron dos pibes negros. Uno es Nico Williams, de 21 años, hijo de inmigrantes de Ghana que cruzaron el Desierto del Sahara descalzo y la valla de Melilla arriesgando sus vidas. El otro es Lamine Yamal, de 16 años, hijo de padres de Marruecos y Guinea Ecuatorial, que vive en el barrio de Rocafonda, en Mataró. Y cuando hace sus goles, festeja con sus dedos haciendo el 304, el código postal de ese barrio de Rocafonda que ha sido caracterizado como un “estercolero multicultural” por el líder fascista Santiago Abascal, el amigo de Milei.
Pero el mejor gol de la Eurocopa no fue el de Nico Williams en la final, sino el que hizo Kilian Mbappé, cuando llamó a votar contra el fascismo en Francia. Mbappé esta vez brilló más fuera que dentro de la cancha, porque les habló a los suyos, a todos esos negros y esos inmigrantes pobres de los suburbios de París o de Marsella, todos lo que no pudieron ni podrán ser como él o como Aurelien Tchoumeni, o como N’Goló Kanté. Pero ellos mostraron que no se olvidan de donde vienen y le dieron un mensaje no solo a la sociedad francesa, sino también a los jugadores que se hacen los indiferentes, creyendo que en la vida se puede ser equidistante o, peor aún, objetivo y prescindente, entre la muerte y la vida.
El fútbol demostró en pocos días, que el fútbol es mucho más que fútbol.
Por: Mariano Saravia
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