Se llamaba Marcel Mangel, nacido en Estrasburgo, Francia, en 1923. Pero el mundo entero lo conocería como Marcel Marceau, el mimo, o quizás, más aún, por el personaje que inmortalizó: Bip. Inspirado en Charles Chaplin, el personaje de Marceau era, como Charlot, uno con pinta de vagabundo. Llevaba un sombrero de copa muy viejo que parecía haber sido pisado por un elefante y una flor doblada de tristeza. La cara pintada totalmente de blanco, pálida, daba más estampa mustia a un hombre cuya figura desgarbada ya de por sí lo hacía una silueta entristecida.
El asunto se ponía todavía más pesaroso si uno se enteraba que aquel actor tuvo que resistir la invasión nazi de Francia; que su padre, un carnicero judío, fue arrestado por la Gestapo y deportado a los campos de concentración de Auschwitz, donde fue asesinado; que sus amigos y parientes eran detenidos y desaparecidos ante sus ojos. Una vida de esperanza perdida.
Sin embargo, en el escenario, cuando se encendía la luz y se reflejaba en el maquillaje, la tristeza se volvía magia. Marcel Marceau, en los momentos más terribles de su vida y de la historia de Europa, hizo del silencio una sonrisa, hizo del silencio un arma con la que dio batalla a los nazis y salvó la vida de cientos de niños judíos huérfanos.
Conocí de este legendario actor francés a través de un profesor de arte que tuve entre 5to y 6to de primaria, el profe Arnao. El curso de arte suele ser el último vagón de la currícula, la materia en la que no jalaban a nadie, y por ello mismo, era entonces el horario más divertido para un preadolescente. Siendo sinceros, el profe Arnao no tenía una personalidad mandona. No estaba tampoco en cargos administrativos en el colegio. Se podría decir que era de perfil bajo. No obstante, lo sigo imaginando, más de 30 años después. El tipo era flaco, algo, encorvado, con una enorme nariz ganchuda. Lo puedo recordar como si lo hubiera visto esta mañana.
Como decía, no era mandón; por lo que los alumnos, sobre todo los más palomillas, tomaban su clase con bastante relajo. No tenía mucha autoridad a decir verdad. Le decían, con poco disimulo, “Felpudini”. Ciertamente tenía un aire al cómico peruano antes de que se opere la nariz. Juguetón el destino, quien le puso esa chapa fue Luis Miguel, hoy precisamente convertido en pintor. Pero, más que a Felpudini, en realidad Arnao se parecía mucho a Marcel Marceau. No solo en lo físico, sino que el mimo francés era su inspiración, el motivo que lo llevó a dedicarse al arte. Eso es lo que he podido deducir al paso de los años.
En una de las clases, en plena chacota, para ganar la atención de los alumnos, que ya se estaban desbordando, Arnao hizo lo suyo. De la nada, empezó a caminar en reversa, invirtió las leyes de la física. Era el ‘moonwalk’ o la caminata lunar de Michael Jackson. Realmente nos impresionó. Queríamos que la repita, verla de nuevo. De pronto, en cada clase de artes, el tema de la pintura y las manualidades quedó a un lado, y el profe Arnao empezó a hacer lo que realmente le gustaba más: presentaciones de mimo. Todavía sigo intentado hacer los movimientos que nos enseñó hace una punta de años, y aunque he practicado décadas, no me sale aun la caminata lunar.
Así, fue que Arano nos habló de Marceau. Imitaba sus rutinas con sus largas y huesudas manos de dedos nudosos. Creo que aquel profe mimo tanto se mimetizó —valga la redundancia— con el actor francés, que llegó a asimilar su apariencia física.
No sé qué habrá sido de la vida de mi antiguo profesor de arte. Sin embargo, lo recordé hace unos días, cuando acabé de ver en Netflix la película Resistencia, la cual aborda el periodo de la vida de Marceau en el que se unió a la resistencia francesa contra las nazis. Supe de sus varias visitas al Perú, pero no conocía esa parte de su biografía. El llamado ‘poeta del silencio’, en una Francia ocupada por los nazis, junto con su hermano Alain decidieron dar batalla y se unieron a la resistencia en Lyon, que estaba dominada por el siniestro Klaus Barbie, ‘el carnicero de Lyon’. Barbie es representado varias veces en este film. Llegó a huir de Alemania tras la caída del III Reich y operó en Bolivia y Perú. Incluso es uno de los sospechosos de la muerte del magnate de la pesca Luis Banchero Rossi; pero de ese tema hablaremos en otro texto.
La película es apenas regular, pero ofrece esa parte de la vida de un artista que no solo se comprometió con su arte, sino con su propio pellejo. Lo suyo siempre fue la vida, la resistencia ante lo insuperable. Luchó cuando todo parecía perdido y le plantó su pálida cara al régimen más poderoso de entonces. De tal manera, supo hacer reír en medio del dolor de la muerte injusta. Por eso su misión principal en la resistencia fue sacar a niños judíos huérfanos de Francia. Se calcula que Marceau logró rescatar a más de 400 niños haciéndolos pasar hacia la frontera suiza. La película muestra como Marceau, con su arte, hacía que los niños se distraigan y no hagan ruido para no ser descubiertos. El silencio, el insumo de los mimos, una vez más, se vuelve una estrategia supervivencia, un ritual de vida o muerte. El gobierno francés, luego de la guerra, lo condecoró como oficial de Legión de Honor por su heroísmo.
En los tiempos actuales, mucha gente se llena la boca hablando y publicando en redes sociales, pero no hacen nada. Solo son bocones y charlatanes. Además, la experiencia me ha enseñado que quienes más acusan o hablan de algo, son precisamente quienes más cometen lo que critican. Marcel Marceau no necesito hablar para hacer todo lo que hizo y salvar las vidas que salvó. Con el silencio lo dijo e hizo todo. Una célebre frase suya dice: «El silencio es infinito como el movimiento, no tiene límites. Para mí, los límites los pone la palabra». Un acto vale más que mil palabras. Un silencio heroico vale más que mil discursos.
En ese silencio, el viejo mimo no solo salvó centenas de vidas; sino que inspiró a otras como la del mismísimo Michael Jackson y la de un flaco de estampa triste, más de amplia sonrisa, que se dedicó a enseñar artes plásticas y rutinas de mimo a chiquillos de un colegio “pituco”, un tipo alto y bonachón: el profe Arnao.
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