No decir la verdad —señalaba Marco Aurelio Denegri— es mentir, pero decirla no tiene una acepción en español. El propuso la palabra ortologar, pero el habla común no la consideró y quedó en nada. Tal vez haya una interpretación histórica o cultural en esa ausencia, decía Denegri. «Verdadear» —horrible palabra— fue, de otro lado, una propuesta de alguien con un gran sentido del humor.
No hay hombre que el cabo de un día no haya mentido con razón varias veces, escribió Borges; y Herman Melville dijo que la verdad contada de modo inflexible tenía siempre sus lados escabrosos. André Gide terció en este diálogo de siglos y recomendó: Cree a aquellos que buscan la verdad; duda de los que la han encontrado; mientras que María Zambrano acotaba: Decir la verdad es imposible; o es nefanda o es inefable. Y André Maurois defendió toda su vida que sólo hay una verdad absoluta: que la verdad es relativa.
En el ápice del cristianismo, Jesús enseñó a sus discípulos: Yo soy el camino, la verdad y la vida, pero también en uno de los evangelios se omite su respuesta a la pregunta de Caifás: ¿Qué es la verdad? Cristo dijo a sus apóstoles: Ustedes son la luz del mundo y la sal de la tierra; Borges, en su Evangelio Apócrifo, señala: “Nadie es la sal de la tierra. Nadie en algún momento de su vida no lo es.” Aparentemente contradice a Cristo, pero creo que más bien interpreta esa admonición, advirtiendo que, en los momentos estelares de cada quien, cualquiera puede ser la luz del mundo y la sal de la tierra.
De la mentira se han dicho cosas tan ciertas como comprobables. García Márquez señaló: “La mentira es más cómoda que la duda, más útil que el amor, más perdurable que la verdad.” Mario Vargas Llosa tiene un libro de ensayos que se titula: La verdad de las Mentiras. Un execrable asesino esbozó en una frase una teoría completa de la maldad: miente, miente que algo queda.
Schopenhauer, el filósofo de la voluntad decía que toda verdad pasa por tres fases: “primero es ridiculizada; segundo, se le opone violentamente; y tercero, es aceptada como evidente.” Soran Kierkegaard apuntó en su diario: “La verdad es pasión, porque se trata de la verdad personal e individual, la verdad se siente, se vive, pero no se razona”.
Las verdades y las mentiras se cruzan a veces. ¿Será verdad, como dijo García Márquez que en ocasiones el mayor acto de amor hacia una persona consiste en desaparecer de su vida? ¿Será verdad que el corazón tiene razones que la razón ignora?
¿Será mentira que, como escribió Honorato de Balzac en su epígrafe a La Comedia Humana, no hay rostros sino máscaras?
¿Será mentira que como anotó Milan Kundera y Manuel Scorza lo reprodujo en la primera página de su novela Redoble por Rancas, todo será olvidado y nada será reparado? A una mujer, no se sabe quién, Kafka le dijo al despedirse: «Formas parte de mí, aunque no vuelva a verte nunca”.
Por: Jorge Alania Vera
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