Hace un tiempo se estrenó la serie Los otros libertadores. Contó las hazañas de quienes se rebelaron contra el yugo español antes de la llegada de San Martín. Una serie de contenido histórico transmitida en televisión de señal abierta. Hubo mucha expectativa, y hasta donde he pude sondear entre mis contactos, muchos la vieron y fue muy comentado el primer episodio dedicado al curaca de Tungasuca, Pampamarca y Surinama, líder de la Gran Rebelión: el mítico Tupac Amaru II.
Tuve algunas críticas, como que aquel primer capítulo duró apenas 50 minutos con casi la mitad del tiempo dedicado a comerciales e innecesarios avances de escenas en cada corte; pero, a pesar de ello, vale la pena el esfuerzo de hacer televisión de calidad en el Perú. Ya lo habíamos visto también en años recientes con la novela-serie peruana —también de contenido histórico— ‘El último bastión’, escrita por María Luisa y Eduardo Adrianzén, que incluso está en la plataforma multinacional Netflix.
No solo destaca el hecho de que se hagan series de corte histórico y de buena factura, sino que hay demanda por ello, muchísima gente la ve. Eso rompe la regla no escrita de que los televidentes solo buscan “televisión basura”. Podemos poner varios ejemplos. Recordemos el programa para niños Nubeluz, hecho en nuestro país. La producción fue tan buena y exitosa que se llegó a exportar, llegando a decenas de países, tan exóticos para nosotros como Egipto e Indonesia, por lo que tuvo que ser doblada a varios idiomas. En el plano internacional vale la pena mencionar la serie histórica ‘Yo, Claudio’ (basada en la novela histórica de Graves), producida por la televisión pública británica. Fue un éxito de raiting en su momento y hoy es una pieza de culto. También se transmitió en nuestro país.
Hace años el recordado Pocho Rospigliosi dio popularidad a una frase que, en mi opinión —y sin la intención del buen Pocho, claro está—, entraña un concepto nefasto. Decía el periodista deportivo: “Lo que le gusta a la gente”. Esa idea, con los años, se volvió un canon para los productores televisivos peruanos, pero tomándola por el lado más perverso. Dicha norma tenía por premisa que lo que la gente buscaba era televisión barata, fácil, como para tontos, sin muchas ideas que procesar. La cosa tendría su auge con el inicio del fujimorismo. Montesinos y Fujimori, conocedores de la psicología de masas, pervirtieron —dinero de por medio— los medios de comunicación. A la antiquísima usanza de los emperadores romanos, le dieron al público más circo que pan.
De los 90 en adelante, queda en la mente de la gran mayoría de productores televisivos que lo vende es el morbo, lo chabacano: la tele basura. Ni siquiera se esfuerzan por intentar algo novedoso a ver qué pasa. La mínima inversión y el mayor ingreso, sin considerar la calidad y mucho menos el impacto social. La mentalidad ultracapitalista básica, que más capitalismo es mercantilismo precario.
Un periodismo basura hace una televisión basura
Hace unos 4 veranos veranos, como parte de un colectivo antirracismo, un programa de televisión me invitó a hacer una visita a la playa Naplo. El verano anterior se habían reportado actos de discriminación, colocando incluso una cuerda en el mar para separar las aguas: en un lado estaban los “cholos” y en el otro los “blancos con plata”. Disculpen, no voy a usar eufemismos. Así tal cual era la cosa. La cosa es que cuando fuimos ya no había tal cuerda y si bien había algún obstáculo para pasar entre las playas, digamos que la cosa había mejorado. Las barreras de años anteriores habían bajado. La reportera no sabía qué hacer, pues la premisa era que iba a encontrar actos de discriminación, polémica, bronca… morbo. Llamó a su productor, conocido en el ámbito de la tele farandulera, y éste la instruyó para que busque gente del lado “no pituco” que estén en tragos, para pasarlos al lado de los platudos, y hacer algo de movimiento y filmar. Yo, que había hecho periodismo, y entiendo que la noticia no se fabrica, le dije pues “¿Por qué no haces una nota con la verdad, diciendo que el asunto está un poco mejor?”. Este es solo un pequeño acto del que fui testigo donde lo que los productores buscan es el escándalo, el morbo, la ramplonería.
Acá otra anécdota. Recuerdo la última visita de la universal Yma Súmac a nuestro país. La voz que había asombrado al mundo entero; que rodó films junto a Charlton Heston; la peruana que era récord Guinness por su registro vocal; que era un fenómeno en Hollywood con su propia estrella en el Paseo de la Fama; la mujer a la que Nikita Kruschev pagó un dineral para que cante en la Unión Soviética, haciendo ensombrecer al mismísimo teatro Bolshoi; en fin, una de las peruanas más reconocida en todo el mundo, estaba de vuelta. Ya estaba bastante viejita. Fui a la conferencia de prensa para buscar algún contacto a ver si podía lograr una entrevista —lo logré, ya les contaré luego de ello—. Fue en el edificio de Interbank, que organizó el acto. Miguel Molinari, de la Sociedad Filarmónica de Lima, era el anfitrión. Hubo un coctel y presentación. Los periodistas empezaron a hacer preguntas relacionadas a Yma Súmac, el canto, su visita, sus recuerdos, el Perú, que Molinari tenía que repetirle con fuerza al oído a la diva, pues le fallaba ya la audición. De pronto, un reportero de Magaly Medina pidió el micrófono y preguntó si era cierto que su marido le pegaba. Un imbécil de campeonato, con una intervención intencionadamente fuera de lugar, grosera, vulgar e impertinente, quiso malograr la velada. Molinari, tipo culto y avispado, no dijo nada, pero al tiro cambió la pregunta, que la anciana cantante no puedo escuchar bien. Desde luego, todos en lo sala le dieron una merecida silbatina al bisoño pseudo reportero.
Lo contado es muestra de cómo la televisión, como regla general, al momento actual, lo que busca es el escándalo. No importa si hay que mentir o exagerar para lograrlo.
Esto, pues, genera una sociedad estúpida. Si bien la escuela, el colegio, es el primer agente de educación, mucha fuerza tiene la televisión. Entra sin mayor dificultad por dos canales: vista y oído. La tele se vuelve en un poderoso agente educador, de formación de la personalidad y de personajes como modelos a seguir. Así, si llenamos la cabeza de los televidentes y niños de basura, pues tendremos una sociedad con un pensamiento colectivo basura. Es como la alimentación, si comes puras frituras, no esperes tener una buena salud. La mente es igual, depende su estabilidad, salud y paz de con qué contenidos la carguemos. Al colapsar la mente de ideas fácies y simplonas, el cerebro empieza a perder su capacidad de procesar ideas complejas, enlazar conceptos. Es como que dejes de entrenar un músculo y se atrofia. Entonces desaparece el pensamiento abstracto y lo que queda es una sociedad fácilmente influenciable, tanto a merced del consumismo, ideas fanáticas (religión, política), como de charlatanes y embaucadores. Una sociedad embrutecida por la televisión basura que no sabe distinguir la mentira de la verdad.
Podemos adaptar para la tele lo que decía el gran periodista Pulitzer para el periodismo: “Una prensa cínica, mercenaria y demagógica producirá un pueblo cínico, mercenario y demagógico”. Por ello aplaudo que se estén intentando producciones de calidad que estén teniendo acogida del público. Pues creo, y la experiencia lo demuestra, que una televisión buena es posible. Muestra de ellos son películas peruanas interesantes que han salido recientemente como Willaq Pirqa, que fue un éxito de taquilla.
[Columna escrita en octubre de 2021 y actualizada a febrero de 2023]
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