En 2021, a los 90 años, al final de una intensa y bella vida, murió el arzobispo sudafricano Desmond Tutu. Quizá los más jóvenes no lo recuerden mucho, por no ser precisamente uno de las figuras que se forjó durante el auge de las redes sociales, sino que emergió en medio de la opresión y las injusticias del s. XX.
Fue una de las personalidades más importantes del mundo contemporáneo. Suele ser citado en su lucha contra el ‘apartheid’, el sistema de segregación racial implantando por el poder de los blancos en Sudáfrica.
Hizo una dupla de hierro con Nelson Mandela, de quien impulsó su liberación, estando condenado a cadena perpetua. Ya se conocían de jóvenes, pues vivieron en la misma calle en Soweto. Ambos, hombres negros, fueron del grupo despreciado por el bota criminal ‘boers’, entendieron que una de las mejores armas para derrotar a las injustas es la paciencia y la perseverancia. Así, a veces —solo a veces—, el tiempo termina por poner a las cosas y a los hombres en su exacto lugar. Tras 27 años de prisión política, Nelson Mandela sería el primer presidente negro de Sudáfrica en 1990 y Tutu, hijo de una empleada del hogar y de un maestro, fue el primer arzobispo negro de la Iglesia anglicana y Premio Nobel de la Paz en 1984.
Pero no quiero caer en las versiones edulcoradas de la historia ni descafeinar al personaje. Siendo un pacifista, este sudafricano de la incesante sonrisa, fue un hombre de enorme resistencia, aun con un cáncer a cuestas. Fue un revolucionario, un rebelde. Y como tal se enfrentó a los imperios dominantes y su poder. Se rebeló a los dogmas de su propia religión, defendiendo a los homosexuales. No solo luchó contra el racismo que mandaba en su propio país, sino contra cualquier forma de discriminación. También participó activamente en la lucha contra el VIH. Como no podía ser diferente a sus principios, abogó por la justa causa del pueblo palestino, apoyando la soberanía de Palestina contra la invasión y el genocidio perpetrado por Israel. Su voz nunca calló contra los atropellos de los Estados imperiales y sus políticas de saqueo. Las denunció en África y en el mundo. Incluso en su propio país criticó la corrupción de los nuevos gobiernos de gente de su raza.
Si bien Desmond Tutu, quien fuera también amigo del mismísimo Dalai Lama, fue y es un faro moral y espiritual, es también el arquetipo del hombre inconforme, de la lucha por un mundo mejor. De aquellos que deciden plantarle cara a la injusticia, en cualquier rincón del mundo. Algo que no para nunca, pues así son las naturalezas luchadoras. Y, grave error, sería quitarle la carga y el lado político para dejar solo lo espiritual. Tutu, al hacernos ver los atropellos del colonialismo, hacía política, todo el tiempo. Una política real, que busque en los consensos la justicia y pan para los oprimidos. Una política combativa, de joder una y otra vez para encontrar tolerancia, derechos justos y respeto. El arzobispo escogió sus armas, como las de Ghandi y Luther King, que fueron las de la resistencia pacífica y la desobediencia civil ante los poderes dominantes. Los dos primeros murieron asesinados a tiros, pero el destino quiso que Tutu tenga una larga vida, al servicio de los oprimidos. Ahora no hay balas que puedan asesinar a las almas.
Por: Eduardo Abusada Franco
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