Cruyff decidió no ir a ese Mundial en protesta a la dictadura militar argentina timoneada en ese año por la Junta Militar a cargo de Jorge Rafael Videla. Esa fue una de las versiones más difundidas. Otra es que su familia y él sufrieron un asalto armado en casa y por temas de seguridad estuvo con mucha presión durante varios meses, por lo que no estaba a tope para jugar una Copa del Mundo. El que sí hizo un rechazo tajante para jugar ese Mundial fue el alemán Paul Breitner, el llamado ‘Kaiser rojo’, astro del Real Madrid y del Bayern y entonces vigente campeón del mundo del 74. Sus ideas y principios le impedían jugar en suelo sometido bajo la bota de Videla. No obstante, sí acudieron a la cita leyendas del fútbol mundial como Zico o Platini. Con todo, aún con la polémica de aquel campeonato, la ‘naranja mecánica’, sí contando con el genial Neeskens, compañero de Cryuff en el Ajax, llegó a la final contra la albiceleste. De la mano del ‘matador’ Kempes, el partido se fue al tiempo suplementario, y Bertoni puso el 3 a 1 definitivo para Argentina. ¡Campeón del mundo!
Trece años antes de aquel partido de fútbol, Víctor Nicolás Dell’Aquila, a la tierna edad de 12 años, perdió los dos brazos en un accidente. Travieso desde siembre, se subió a un poste a alta tensión, desde donde le gustaba ver los aviones que iban a descendiendo para aterrizar en el aeropuerto de Ezeiza. Trastabilló y el resto fue pura tragedia. “Pero en un momento perdí el equilibrio, y con la mano derecha agarré el cable… Yo no sabía que tenía electricidad, y al sentir la corriente, con la mano izquierda me agarré la muñeca derecha para intentar zafarme. La descarga me carbonizó los dos brazos y me empujó al vacío: caí de espaldas de casi 15 metros de altura. Nadie se explica cómo sobreviví a eso”, contaría más de 50 años luego.
Pero Víctor, xeneize para más señas, aquel día de 1978, estaba ahora allí en el Monumental de River, el eterno rival, saltando el alambrado. Al borde del área, Ubaldo ‘el pato’ Filiol y Tarantini se abrazan arrodillados. Lloran. Víctor llega a ellos. Quiere también abrazarlos, no tiene cómo. Sobre todo al ‘conejo’ Tarantini, el único jugar de su amado Boca en esa Selección. Por un instante los mira trémulos, vulnerables. Las mangas sin contenido revoloteando al aire. Mangas largas para más drama. Entonces, los abraza con lo único que tiene «a mano»:… el alma. Es el abrazo del alma.
“Toqué el cielo, amigo. Te puedo asegurar que gracias al fútbol toqué el cielo con las manos”. Cuenta Víctor. No tiene brazos, no tiene manos, no tiene dedos. Pero tocó la gloria con las manos. Con un abrazo. Con sus ídolos, con el fútbol que amó desde niño, con los campeones del Mundo.
Recordé esta escena tras el partido de Perú Vs. Argentina del pasado martes. Un adolescente, de unos 13 o 14 años al ojo, se lanzó a la cancha del Estadio Nacional en busca del Lionel Messi, ídolo de millones de niños y adolescentes en todo el vasto mundo. En su carrera desesperada e ilusionada, como Maradona contra los ingleses, deja tirados por el suelo a dos troncos de la seguridad. Y llega allí, donde está la figura de los posters, el hombre idolatrado, el rostro reconocido en todo el planeta; el sueño imposible de conocerlo, la leyenda que parece solo eso pero que es, que está ahí, corporizada, de carne y hueso ante el muchacho. De pellejo y pelo está allí. El mito lo ve, y lo espera, con los brazos abiertos. El astro del futbol mundial, sin miedo, sin conocerlo, agotado por el partido, le abre los brazos a ese muchacho que se la juega. Por un segundo lo acoge contra su pecho. El chico no cabe de contento ante lo que está pasando. Para él, en ese instante, el verbo se hizo carne. Y entonces el fútbol se revela ante todos no como el pingüe negocio y la manipulación que le quieren hacer los “dirigentes”, sino como lo que es: un deporte y una magia, el hechizo conjurado de abrazar al hombre que de tan famoso dudamos de que exista un ser así.
Para mayor romance y coincidencia, el muchacho se llama también Víctor, como el argentino del 78, y es del valle de Majes, de Arequipa.
Al final del partido, otra escena, con final menos feliz. Otro chico entra a la cancha, éste más grande y con camiseta de Perú. Corre también hacia el ídolo, hacia el adorado Messi, para hacerse un video. La seguridad lo tumba. En el suelo, ya sometido, Pedro Gallese le arrebata su celular y lo lanza con furia. De primera el acto no me gusta. Veo las reacciones, y el 90% está con Gallese. Pedro me parece el mejor portero que ha tenido la Selección; y hasta puedo comprender su ánimo, la impotencia, y la calentura por la derrota a ras de cancha. Sin duda es un arrebato, algo que no pudo controlar; y una situación que no parece común en Pedro, pues no le recuerdo actos de violencia. Claro, para mí es fácil escribirlo desde la racionalidad, calmado frente a mi archivo de Word. Pero no puedo compartir su acto. Para empezar, está el lado material. Tal vez el chico no tenga el dinero de Gallese para comprarse todos los celulares que quisiera; y, sobre todo, el hombre estaba rendido, en el suelo, sometido. No se hace eso con alguien rendido. Sí, era difícil en ese momento que Gallese controle su indignación, su bronca. A mí también me pareció una ridiculez que peruanos “argentinizados” estaban hinchando por Argentina en lugar de hacerlo por sus colores nacionales. Como sea, allá ellos, cada quien es libre tener sus pasiones; más no por ello tengo el derecho de agredirlos físicamente o romperles sus camisetas o celulares. Para eso no es el fútbol.
ESTE ES EL VIDEO DONDE SE APRECIA LA ESCENA COMENTADA DONDE GALLESE SOLO MIRA ANTE EL ABRAZO DE MESSI
Al terminar esta columna leí la declaración de Gallese. Pedro dice que lo hizo porque sintió que “estaban ofendiendo nuestros colores”. Como dije, la gente lo apoya, lo ve como el macho, el patriota. Pero al ver el video completo hay un detalle que salta a la vista para quien tenga ojos para ver y calma para entender. Claramente Gallese se acerca al primer muchacho, pero cuando Messi abre los brazos se detiene, se amilana. Se da la vuelta como evadiendo el incómodo momento y ve el abrazo a Messi, con las manos en la cintura, sin hacer nada. Nada. Messi, sin duda, o la situación, lo intimida. A segundos de esa imagen entra el otro hombre, y con ese sí va, cuando está tendido en el suelo el tipo. ¿Tan fuerte es Messi, que con solo levantar los brazos abre los mares como Moisés? En fin. El fuerte y el valiente lo es siempre: ante el crack, ante los sponsors contaminantes como Repsol que se quieren lavar la cara con su plata, ante los políticos corruptos y asesinos que quieren manipular a la Selección de un país, ante los dirigentes caraduras. Repito, entiendo que se haya nublado en ese momento por la calentura del partido, porque Pedro es un jugador que se entrega en la cancha, pone la cara ante los cañonazos; pero no me cuadra la explicación y menos el video donde ante Messi, allí sí no interviene.
En todo caso, la frustración de Gallese también deja ver el momento borrascoso que pasa la Selección con el errático liderazgo de Reynoso. Varios flancos empiezan a desmoronarse, incluso el control y el respeto de la hinchada.
Seguramente muchos no compartan mi parecer, pero prefiero decirlo así, con claridad y sin groserías ni arrebatos. Yo no sé qué pasa a la interna, pero esa revancha de Gallese espero que se dé también contra Lozano; él es quien más daño le hace a la Selección. No el chico que busca la foto con Messi.
Pd. Coca-Cola hizo un sensible video en el que, ya viejos, reúne a los protagonistas de ‘El abrazo del alma’. Este es el comercial. «El abrazo que nos enseñó que la Copa del Mundo se juega con los pies y con el corazón, pero se levanta con el alma».
Por: Eduardo Abusada Franco
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