Cada quien concibe su vida como quiera o como puede. Para muchos, la vida es un riesgo. Uno que vale la pena correr. Buscan ese riesgo, lo necesitan. Es la chispa que rompe la rutina, el miedo ante lo insondable que compensa el aburrimiento general. Allí hay que llegar, a lo desconocido. Antes de la pandemia Ximena me dijo que quería subir al volcán Misti, el símbolo del sentimiento arequipeño. Mi espíritu aventurero e irrefrenable tendencia a tomar decisiones extrañas, me hicieron decirle, sin pensarlo, “yo quiero ir”. Lamentablemente, como hago más planes de los que puedo cumplir, no se pudo —o no pude—. Ella terminó llegando a la cima con Irene, otra amiga de Mollendo. Por un parte me quedé picón y por otra con una carga de admiración, al ver que dos chicas, de mi edad, sin entrenamiento, habían logrado llegar a los 5,822 msnm de la cima del legendario volcán.
Por: Eduardo Abusada Franco
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Tenía una promesa pendiente con ellas. Llegó la oportunidad de cumplir la palabra atrasada. Me dijeron que tenían planes para subir al volcán vecino al Misti, el imponente apu volcán Chachani. Acordaron con el mismo guía de la aventura anterior, José Arias; quien aseguró que aunque era más alto —6,075 msnm—, era técnicamente más sencillo al ser menos horas de caminata. Ello, sin embargo, no sería del todo cierto.
Ésta, paso por paso, es mi historia de ascenso al volcán Chachani. Sirva de guía si alguien, sin experiencia en andinismo, quiere emprender aventura similar.
Cuaderno de bitácora
[Nota previa: Mezclo los tiempos pasados y presentes, pues hice las notas en tiempo actual para registrar cada incidente en la escalada. Los tiempos pretéritos se refieren más a mis recuerdos y reflexiones]
Miércoles 23 de noviembre. Nos encontramos con el guía en la plaza de Cayma, Arequipa, para firmar el contrato y recibir algunas indicaciones previas. Llegó puntual para darnos las mochilas de campamento, que preferimos alquilar (S/ 20 cada una). Le comenté que me dijeron que un señor Zárate coronó más de 500 veces el Misti. Me dijo que conoce a los Zárate, una familia de guías de montaña, y que él ha coronado más de 1,200 nevados peruanos. Con ese CV solo queda confiar.
Recién había dejado de fumar hace unas tres semanas, pero sí llevo un entrenamiento relativamente constante de jiujitsu y pesas. Aunque vengo con la rodilla lesionada en un sparring apenas el lunes previo. Tomé una serie de pastillas para que no me afecte el día de la caminata y no frustre la misión. Fallarles por segunda vez a las chicas no era una opción. También llevo tomando acetazolamida desde hace tres días, cada 12 horas, para evitar el mal de altura. Tengo que llegar a la cima, aunque me juegue la vida en ello.
Jueves 24 de noviembre. Desde Yanahuara, donde estamos, el Chachani se ve tranquilo y despejado. Pero está con un poco de nieve. José nos había advertido que está haciendo frío arriba. Compramos ropa de montaña en las galerías Siglo XX y tuve que conseguir una grabadora de voz en la Barraca, otro lugar de venta de aparatos electrónicos.
Hacia el mediodía está corriendo mucho viento en Arequipa. No parece buen indicio. Esa noche dormí profundamente. Soñé con arañas. Ximena, que de estos mensajes entiende, me dice que es de buena suerte.
Viernes 25, 8.30 am. Me desperté dos veces en la noche y me levanté algo tarde. Las chicas ya estaban listas y desayunadas. 8.30 de la mañana en punto llegó la camioneta a recogernos según lo acordado. La noche anterior ya había armado mi mochila. Nos hicimos fotos al salir. El Misti hoy se ve bastante claro, no hay neblina arriba. Pero en el Chachani sí todos sus picos se ven blancos, nevados. Sin duda hará frío, pero la neblina no es excesiva y podremos caminar con claridad. La meta no solo está en manos de nuestra resistencia, sino también del clima. En el camino paramos para comprar los líquidos y alguna galleta en una bodega. De casa salimos con panes con mermelada y chocolates. Nos han pedido cinco litros de agua por persona, lo cual me asusta por el peso que puede aumentar en las mochilas. Planeo comerme todo pronto para aligerar carga.
En la ruta vemos uno de los ramales del Qapac Ñam. José Arias nos dice que lo ha caminado en cinco días y llega hasta más arriba de Chivay, a Sibayo. De ahí en cinco días, desde Tuqui, se llega hasta Espinar, en cusco Cusco; específicamente a los Tres Cañones, un atractivo de Espinar. Nos cuenta que ha llegado allí caminando con la Escuela de Guías de Montaña.
En el camino hemos atravesado una zona que se llama Cabrerías. Tal nombre lo debe a que hace varios años, por estas colinas, los pastores traían muchas cabras a pastar. La ruta se ha vuelto ya pura trocha curvada. De acá se puede observar la majestuosidad del Misti. Lo tenemos bastante cerca. Sigue despejado. Vigila con celo y paciencia a su Blanca Ciudad. Es un gigante en reposo. Su sola presencia hace temer la furia contenida de sus entrañas. Y al lado, en su sempiterna compañía, empieza a verse con claridad el apu volcán Chachani, sus cumbres y los picos que lo rodean: Fátima, el Ángel y Monte Trigo. El tercer volcán de los principales que gobiernan a la ciudad, el Pichu Pichu, no se observa del todo bien desde la camioneta. Son tres los titánicos celadores de Arequipa.
A mitad de camino nos hemos acordado de que, al parar por las aguas, olvidamos comprar en la bodega pilas para las linternas. Son indispensable para poder caminar en la noche hacia la cima, desde el campamento. No se anuncia luna llena y estará oscuro. Buscaremos pedirle a otro grupo que baje sus pilas. Ojalá se pueda solucionar.
Otro olvido: dejé en casa de Ximena mi bandera de Palestina, con la quería hacerme una foto en la cima. La traje desde Lima especialmente para esto. Será motivo para escalar otros apus… llevando la bandera.
10.25 am. 4,050 msnm. Hemos parado para unas fotos y para orinar. Al frente se asoma en toda su fuerza el nevado Nocarani, así como otras montañas menores. Aún siento que está a raya el soroche o mal de altura. Solo un ligero dolor de cabeza, pero el frio se va sintiendo, entra por los rincones del auto. Peor aún porque salí en short desde la ciudad. José nos dice que no olvidemos de tomar agua, que tiene oxígeno, que falta nos hará.
Al rato vimos una manada de guanacos. El guía nos explica que son reconocibles porque tienen la cara oscura, negra. Bajamos nuevamente a hacerles fotos. No se corrieron. Parece que ya están acostumbrados a la gente.
Ha empezado a caer una lluvia con un poquito de hielo, una ligera granizada que hace ruido al golpear el techo del auto. He sacado la chompa de la mochila porque ya siento frio aun dentro del carro. También ya comencé a chacchar hojas de coca y dar bocanadas de aire largas para que entre más oxígeno a la sangre y, así, a la cabeza a través del torrente sanguíneo.
10.43 am. Estamos a unos 40 minutos del punto donde vamos a empezar a caminar hacia el campamento base. Allí son 5.100 metros. Solo vamos a subir 100 metros hasta el campamento, pero en términos reales, según el plano, son como dos horas, más por el peso de las mochilas. Lo cierto es que haríamos unas tres horas.
11.15 am. 5,100 msnm. Ya nos ha dejado la camioneta. El aire en este punto está muy violento. (Al momento de revisar mis notas de audio, ya en Lima me costó bastante descifrarlas pues el viento se acopla a la grabación). De una vez nos ponemos la ropa el frío. El clima no es bueno. Hay que amarrar las matras [colchonetas] a la mochila. Yo cargaré nuestra carpa, lo que me da un peso extra. Esta es la parte en que se camina con más peso hacia el campamento base.
Los guantes de lana que compré en el mercado San Camilo no sirven mucho. Uso los guantes de alta montaña que nos alquiló el guía. Mientras nos alistamos, encontramos atrás de una roca, sentado, a un tipo que no hablaba mucho español, de unos 30 años de edad. Luce enfermo, apenas puede hablar. Logré entender, entre sus respiros y mi rudimentario inglés, que no pudo subir, que tuve que abandonar a su grupo. Más que cansado está frustrado, molesto. Le ofrecí una pastilla de Sorojchi Pills.
La ropa que compré en Siglo XX abriga bien, pero el acabado, sus costuras, al ser de imitación, son de mala calidad. Ni bien me puse el pantalón, el cierre se zafó. Me entra aire helado por la bragueta. Se me está congelando el pene, apenas cubierto por mis calzoncillos. Felizmente traje un pantalón de lana para la noche; pero me lo pongo desde ya. No me lo volví a quitar hasta regresar a la ciudad.
Al sacarme los guantes para comer unas galletas, el aire helado me aguijonea las manos. Los vientos se han puesto más rabiosos a esta hora.
Ya en el camino pruebo mi entrenamiento. Lo que hace más complicada la subida es el gran peso de las mochilas. Y no es una caminata cualquiera, ni mucho menos más fácil que la del Misti. El camino es muy accidentado. En cada roca que encontramos salida apoyamos unos segundos el peso de las mochilas para recuperar aire. El guía nos explica que existe la posibilidad de contratar un porteador, alguien que te carga la mochila hasta el campamento por unos 250 soles. No optamos por esa opción. Además, recién me acabo de enterar.
Pese a todo, aún tengo el soroche bajo control y tengo buena resistencia a mis 43 años. Es imperioso usar dos bastones para caminar. Tras una hora y media llegamos a un tramo sin sendero. Hay que atravesar unas rocas, muchas de ellas filudas. No hay camino, sino que hay que trepar entre ellas. Quizás sea la parte técnicamente más difícil de esta etapa. Pasamos a cuatro patas por varios momentos, con los bastones colgando de las muñecas. Pasado el mediodía comienza a nevar ligeramente.
1.15 pm. Tomamos el primero descanso largo. De 5 a 8 minutos. José dice que falta una hora y cuarto; pero sus tiempos no se ajustan a nuestro ritmo. Vamos más lento que otros grupos. Cada vez necesitamos más descansos. Ya nos pasaron como paseando una pareja de gringos, iban sin guía. Empero, nuestra voluntad es firme. Solo nos causa gracia que nos adelanten. Lo que empieza a incomodarme mucho es el pantalón térmico. No tuve tiempo de probármelo bien y me queda muy grande. Con los bolsillos cargados se me cae hasta mitad de nalga, como pantalón de rapero. No me deja caminar bien y estar subiéndomelo a cada rato hace que me agote más.
2.15 pm. Necesitamos otro descanso largo. José dice que solo faltan 20 minutos. Ya no le creemos. Como un plátano, algo agua. Ya arreglé el problema de la correa. He sacado el cordón que amarraba la matra y me lo he puesto al cinto como cinturón. No es lo ideal, pero ayuda. El agua que tome de la mochila se siente como si hubiera estado en la congeladora.
El paisaje está dominado por los distintos colores de tierra. También hay variados tipos de vegetación; pero la que sobresale a esta altura, por su graciosa forma y color llamativo, es la yareta. A medida que vamos subiendo, abunda más. De un tono verde claro, pero bastante encendido. Pone la nota alegre. Al inicio pensamos que eran rocas cubiertas de algún musgo, pues parecen promontorios. El guía nos dice que son plantas, no rocas. De hecho, son de las plantas más antiguas en el planeta. Su crecimiento es extremadamente lento, apenas de 1.4 cms. por año como mucho, luego de cumplir los 30 años. Muchas de las que están a nuestro paso deben tener 3 mil años o más. José me dice que no nos sentemos en las yaretas, que botan una especie de resina que se pega a la ropa. Es brillante y transparente. Le llaman ‘la lágrima de la yareta’. Pero me lo dijo cuando ya estaba sentado. Tiene propiedades medicinales, hasta para perder peso. Pero se le usa mucho para hacerla arder, pues su combustión produce mucho calor.
2.55 pm. 5,200 msnm. Llegamos al campamento base. Hay otras carpas, pero nos hemos instalado más distantes por si salen antes para evitar que nos despierten con el ruido. Apenas vamos un cuarto del camino, pero se nos han ido casi todas las energías. El esfuerzo ha sido enorme. Ya siento un pequeño dolor de cabeza que amenaza con aumentar. Doy bocanadas de aire largas constantemente para oxigenar el cerebro. Tal es la indicación del guía. Felizmente no está corriendo tanto viento acá, pero sí hay frío intenso. Ya dejó de nevar, pero se ven los picos de las montañas blancos. La buena noticia es que solucionamos lo de las pilas de las linternas. Otra camioneta que subía, antes de iniciar la caminata, nos vendió baterías.
3.20 pm. Terminamos de armar la carpa. Los tres estábamos un poco confusos revisando las instrucciones. Ganchos, pitas, varillas, y ojales que no sabíamos para qué estaban. José conoce de memoria exactamente dónde va cada cuerda y nos ayudó. Aprendimos algo nuevo y útil.
3.27 pm. Reposo un rato en la carpa. Agacharse, ponerse de pie, amarrarse las botas: todo movimiento es agotador. Prefiero casi no moverme.
4 y pico de la tarde. La temperatura ya está bajo cero grados. Los charcos de lluvia y nieve entre las rocas cercanas están casi totalmente congelados, como cremolada. Hay escarcha de hielo en los cantos de la carpa. Empieza a meterse agua dentro. Según el guía estamos entre menos 2 o menos 4 grados. Los celulares ya no quieren prender. El mío se ha apagado solo.
Nos encerramos en la carpa para descansar y otra vez ha vuelto a granizar. Es fuerte el ruido estrellándose contra la lona de la carpa. De todos modos, antes de que oscurezca y salgo un rato para hacer mi ofrenda al apu. Entierro unas hojas de coca a las faldas del volcán. Vamos a entrar en sus dominios, de modo que le pido permiso al apu Chachani para que nos permita llegar con bien hasta su anhelada cima.
5.40 pm. En un pequeño fogón José preparé un caldo de pollo. Le quedó sabroso. Me lo como muy caliente para entibiar el cuerpo. Una sopa reparadora. En un momento en que abrimos la carpa, antes de la cena, ya se veía bien blanca por la nieve toda el área del campamento.
6 y pico de la tarde. Luego de ir al baño, con esfuerzo nos metimos a los sleepings para dormir. Antes de intentar me tomo un Sorojchi Pill. Pienso tomar otro antes del ascenso, por si acaso. Hemos acordado en iniciar la subida a las 2 am. No recuerdo haberme acostado tan temprano en mi vida.
“Subir montañas es como una droga”
Al ojo, debe tener unos 50 años; pero camina como una locomotora. Es poco expresivo, de rostro hierático. La piel ya se le nota curtida por los rayos del sol que rebotan en la nieve, que hace de espejo. Su hablar es claro, de entonación neutra: no le siento el dejo arequipeño. Surca los caminos y los estrechos de estas montañas de memoria, aún en las noches sin luna. Como si perteneciera a estas alturas irredentas.
¿A qué edad empezaste a subir montañas?
Entre los 17 y 18 años. Yo tengo un familiar que llegaba de Suiza. Él es guía y emprendimos la subida, por la otra cara, por la cara sur, acá en Chachani. Estamos en la cara norte. Eran 12 horas. Fue febrero, mal tiempo. Full nieve toda la noche. Al otro día no veíamos ni un metro. Intentamos caminar como un par de horas y regresamos. Y dije “nunca más”. Pero luego de dos meses, en abril, nos fuimos al Misti en Semana Santa. Logré la cima y me empezó a fascinar. Es como una droga.
Me habías contado que subiste en Huaraz a algunas montañas…
Unas 20. Incluyendo el Alpamayo, el Chopicalqui dos veces, el Ranrapalca, etc.
¿Y el Huascarán qué tal?
Es menos difícil que el Alpamayo y el Ranrapalca. Si bien es cierto que tienes que caminar más días, no es tan técnico como los otros dos.
¿Cuántas montañas crees que has subido en el Perú?
En toda mi vida, más de 1250 veces he hecho cima.
¿Cuál ha sido la más difícil?
El Ranrapalca.
En tus ascensos, ¿has pensando alguna vez que no llegabas?
Muchas veces uno piensa que no puede llegar. A veces las condiciones no se presentan como uno las piensa. El clima a veces te juega malas pasadas, mucho viento o quizás mucha nieve.
¿Has tenido algún accidente?
En Huaraz. Los pulgares se me fueron para el otro lado. En exámenes en la Escuela de Guías de Huaraz.
¿Has perdido algún colega en accidentes?
En los últimos años, unos cinco. En avalanchas. En el Mateo, una montaña pequeñita, perdí a mi amigo Darío en una avalancha. Murieron tres españoles y él.
Entrevista al guía José Arias
1.30 am del 26 de noviembre. Irene y Ximena me despiertan. A diferencia de ellas, yo sí pude dormir. Hasta tuve sueños. Según ellas, ronqué mucho, pese a que la carpa se azotaba con el viento que regresó. Parece que se soltó uno de los templadores.
Vamos a tratar de cumplir el plan, que es ascender a las 2 am. Ahora solo llevaremos las mochilas pequeñas extra que llevamos. Básicamente con los líquidos y algo de comer. Tomamos un mate de coca y pan con mermelada. No tomamos la coca antes para poder dormir.
El frio es realmente intenso. Sobre todo en las manos, cuando te sacas los guantes para comer. Es como si te pasaran descargas de corriente entre los dedos. Cada movimiento, como ponerte la casaca, sacarte el pantalón, o ponerte de pie, supone un esfuerzo enorme. Tomé otro Sorojchi Pills. No sé si sea contraproducente; pero me aterra el mal de altura. No he tenido buenas experiencias con ello.
2.30 am. Nos ajustamos las linternas para caminar en la frente e iniciamos el ascenso. La noche está cerrada, no hay luna, el camino apenas se ve. Seguimos los pasos del guía. Yo voy al último.
3.28 am. 5,400 msnm. Se me congelan los bigotes y me salen gotas de agua helada desde dentro de la nariz. Estamos tomando el primer descanso. A pesar del pasamontaña, el viento me fustiga el rostro. La cabeza aun no me duele tanto, todavía tengo ritmo. Cansa sacar la cámara para tomar fotos. Apenas hago mis notas de voz en la grabadora. La tónica del camino, nos dice José, va a ser la misma: seguir subiendo en zigzag hasta la cima. Empero, no sería tan cierto. Luego se pone peor y en muchas partes el sendero está cubierto de nieve.
La noche se ha aclarado. A esta altura, las estrellas casi se pueden tocar. Parecen dibujadas. Hemos visto estrellas fugaces. He pedido mi deseo: llegar a la cima del Chachani. Caminando callado, el fárrago de mis pensamientos se ha adormecido y solo una idea colma mi mente: llegar a la cima, llegar a la cima. No pienso en nada más.
En un momento Irene se detiene. Dice que no puede respirar. Se ha rezagado. El guía examina la situación. Sé que lleva una cuerda de emergencia por si tiene que atar a alguien para darle soporte. Ximena la ayuda. De su mochila, Irene saca un ventolín y se lo aplica. Creo que es un ataque de asma. Esperamos a que recupere el aliento. En ese momento, pensé que acá se acababa la aventura. Luego supe que no tenía asma, sino que usaba el ventolín por una secuela del Covid.
4.45 am. 5,500 msnm. Segundo descanso. Como chocolate Milky de La Ibérica que llevamos. Se ha puesto como piedra con el frío y la sequedad del aire. Me cuesta triturarlo con los dientes. Aprovecho para recargar el bolo de coca en la boca. Sigo chacchando desde que iniciamos la subida.
El día ya aclaró totalmente. Hace rato que ya no precisamos de las linternas. Pero sí habíamos dejado una linterna prendida sobre una roca, al lado de la carpa, por si alguno necesitaba regresar para que pueda ver la marca a la distancia.
Se ven las nubes sobre los cerros nevados. Estamos arriba de ellas, en el techo del mundo. El amanecer se refleja sobre las laderas nevadas, dando tonos dorados y otros ebúrneos. El resto de los colores los domina la tierra. Ya no hay nada verde. Todo es yermo. No parece que nada viviente, salvo los aventureros, recorran estas laderas y desfiladeros.
Nos hemos cruzado con otros gringos en el descanso, se ven frescos, son más jóvenes. Pero nos contaron que primero se han aclimatado en Puno.
5.45 am. 5,670 msnm. Tercera parada. Ahora sí me siento bastante cansado. Irene, por su parte, ya luce recuperada. Me están doliendo los tendones de alquiles de tanta subida. Los dedos de las manos y los pies se entumecen. Hay que moverlos constantemente para que les circule sangre. Cuando me saco los guantes, me veo amoratados los dedos de las manos. Luego de la recuperación de Irene, es Ximena la que empieza a rezagarse. Veo que sus pasos cada vez son más cortitos, como los de una geisha.
Ya se ve con total claridad la majestuosidad e inmensidad de las montañas. El milenario Perú. Las tierras tienen varios colores: de las gamas ocres, pasteles y malvas a los rojos pálidos hasta llegar a algún resplandor bermellón. El marrón domina el lienzo con pinceladas de un elegante marco dorado. Las rocas gigantes y piedras nos escoltan. Te hacen sentir lo pequeños que somos los seres humanos, apenas una partícula en el inmenso cosmos. Desde allí vi la Tierra toda, su inacabable horizonte, adiviné su curvatura innegable. Desde aquel rincón sientes que no eres nada, pero también que eres parte de todo. Y, entre el escaso oxígeno, a poco de la cima, lo vimos todo. Que no hay más dualidad que la unidad del hombre y su entorno. Concebimos la idea del inconcebible universo, como nos dijo Borges en El Aleph. Y ese inabarcable infinito te motiva a seguir, a llegar a la cima, que parece cerca; a ser parte del engranaje eterno que articula a los seres vivientes y a las cosas. El apu te muestra de golpe tu vulnerabilidad, tu pequeñez, la irremediable insignificancia de nuestra existencia. Su voz de trueno te dice que de un solo soplo te puede derribar, que ni todos los ejércitos del planeta pueden contra su fuerza telúrica. Todo tiene un alma. El apu nos llama. Y aunque sea un granito de arena en el desierto, queremos ser parte de ese todo. Parte, cómplices, al fin y al cabo, y eso nos empuja a seguir caminando. A nunca dejar de caminar, como nunca el mundo deja de girar.
Cada zigzag doblado en el camino es una batalla ganada. Cada metro es más difícil a menos oxígeno, más altura y más cansancio. Ya es complicado respirar, la cabeza empieza a doler más. La sangre se hace más densa, el corazón se esfuerza más para llevarla a la cabeza y el resto del cuerpo.
José nos dice que en un rato empezará a calentar el sol y eso nos dará energía. Ya me puse los lentes de sol, pero fue un error no ponerme bloqueador. A esta altura la radiación es más fuerte, y el reflejo del sol en la nieva quema. Me quedaron luego como costras.
El guía nos explica que si tenemos calor podemos dejar la ropa en el camino, en algún rincón; que los guías se conocen y nadie se lleva nada, y la recogemos de bajada. Es una cofradía la de los guías de montaña. Pero la verdad es que pese al brillo, aun se siente frío.
6.40 am. Arriba de los 5,800 msnm. Pese a la oposición de José, quien insiste en que vamos atrasados, decidimos tomar otro descanso regular. Tomo otra píldora para el mal de altura. Ya siento como un torniquete que me presiona sin piedad la cabeza.
7.35 am. 5,900 msnm. El viento nuevamente suelta su cólera. Subimos muy lento, pasos ya minúsculos. Las chicas ya se han recuperado. Ahora el que flaquea, a 175 metros de la cima, soy yo. Arrastro los pies prácticamente.
8.45 am. Hemos hecho una última parada. A poco de acabar el zigzag pasamos una zona de rocas muy escarpada y peligrosa. Con acantilados a los lados. No había camino. Un resbalón y eres carroña para los cóndores. Tuvimos que pasar a tientas con ayuda del guía, a cuatro patas, trepando piedras. Temía por las chicas. Fueron valientes en pasar. Un trecho —pequeño— ni siquiera tenía de dónde agarrarse. Era como cruzar un angosto puente sin barandas y acantilados a los lados. Esa parte ha sido técnicamente una escalada en roca. Las laderas acababan en filo, en línea recta casi.
Ya hemos superado los 6 mil metros. El aire ya es demasiado ralo. A poco del final llegamos a una suerte de hondonada. No se ha certificado, pero los guías creen que este es el cráter del volcán Chachani. Al haber partes planas, acá hay lomitas de nieve. Ximena está ya recuperada, hasta se puso a hacer angelitos en la nieve. Es como una pampita.
9.13 am. 6,075 msnm. Tras casi 7 horas de ascenso desde el campamento base, con un esfuerzo sobrehumano, todo el equipo ha coronado la cima del volcán apu Chachani. La satisfacción del reto logrado es total. Se ha despejado la vista hacia abajo y desde acá se puede ver Arequipa, la ciudad, chiquita a lo lejos. El cielo está a tiro de piedra. Tal el fresco de Miguel Ángel, casi podemos tocar a Dios. Hemos llegado. El apu nos lo permitió.
El descenso desde la cima del Chachani
El regreso a Arequipa sería tan o más agotador que la subida; pues apenas descansamos 20 minutos en la cima y emprendimos el retorno. Tres horas de bajada, con muchos resbalones, forzando las rodillas. Con las mismas levantar el campamento, guardar la carpa, enrollar las bolsas de dormir, recoger la basura, etc. Luego tres horas de camino, atravesando el tramo de rocas, con el peso de las mochilas, hasta donde nos espera la camioneta. Varias vizcachas nos dieron la nota de color con su compañía. Todo eso en el mismo día. Al menos en el ascenso pudimos dormir un poco la noche anterior.
Terminamos una gran aventura. Los tres nos juramos que ya sería la última de este tipo.
Ya en Lima, luego de casi cuatro semanas, nos envíanos saludos navideños. Un mensaje en mi WhatsApp sigue sin contestar. “¿La haces al volcán Ubinas?”.
[NOTA. Las fechas del texto están referidas a noviembre de 2022, cuando tuvimos la aventura]
Por: Eduardo Abusada Franco
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