Una selección colombiana de ensueño en los años 90 nos hizo soñar y ser felices. En ella estaba Freddy Rincón. Sean estas líneas un agradecimiento al juego que nos regaló. In memoriam.
De adolescente me tocó ver quizás la peor época de la Selección Peruana de Fútbol. En los años 90 nuestra mayor aspiración era simplemente que no nos golearan. Se empezó a colar una sensación derrotista que aún permanece, que la era Gareca no ha logrado borrar del todo. Sin haberlos visto en vivo, mi generación hizo suyos los recuerdos de los gloriosos años 70, del épico Brasil-Perú en el Mundial de México de 1970. Nos lo contaban nuestros padres con los ojos llenos de orgullo. Decía que Perú entonces tenía el mejor mediocampo del mundo. Repetían tanto por televisión los dos goles de Oswaldo ‘Cachito’ Ramírez a la Argentina que nos apoderamos de esa memoria. Nuestro tiempo de fútbol vivía en la nostalgia, en la bruma donde se guarda la eternidad de lo que nos hizo felices.
En aquellos recuerdos de los años mejores era habitual superar a cualquier Selección de Sudamérica que no fuesen las poderosas Brasil, Argentina y Uruguay. Ese era el tridente de los grandes, y como que creíamos que Perú iba un escalón más abajo; pero lo terriblemente cierto era que en los 90 estábamos al final del desfile, recogiendo los goles que nos metieron, nuestro clásico «jugamos como nunca, perdimos como siempre». Sin embargo, en medio de aquella sensación de impotencia ante los tres grandes mencionados, empezó, desde abajo, a moverse el tablero, a agitarse el gallinero. En la penumbra futbolera de aquella década, un equipo alegre, quimboso, atrevido y colorido —tal como nos contaron nuestros viejos que era el peruano— empezó a sonar con la alegría de una fiesta caribeña.
De la mano del ‘Pacho’ Maturana, Colombia empezó a mostrarse como el equipo justiciero, aquel que empezó a sacar por los entonces pequeños. El pasado decía que Perú le tenía ventaja, pero lo cierto es que aquel cuadro, que clasificó a tres mundiales seguidos, se volvió una máquina vengadora. Tumbaba a los grandes que le salían al paso. A aquellos equipos que, sin piedad, humillaban a nuestra escuadra nacional por aquellos años. Así fue como atropelló Colombia, un equipo más o menos de nuestra altura, a sacar la cara por el resto, a pararle el macho a los equipos “mundialistas”. Cómo no mencionar la goleada de 5 a 0 que le metió a Argentina, dos veces campeona del mundo —en ese momento aún—, en el propio Monumental de River, en las clasificatorias para el mundial de Estados Unidos 94. Una goleada que tenía una carga terrorífica. Pensábamos que no iban a salir vivos de Buenos Aires.
Y allí estaba él. Veloz, fuerte, incansablemente feliz recorría la cancha Freddy Rincón. Anotó dos goles en ese partido. Rincón, el primer colombiano en jugar en el Real Madrid, fue una de las estrellas de aquella escuadra. En realidad, todos los eran: el ‘Tren’ Valencia, el ‘Tino’ Asprilla, Leonel Álvarez, el ‘Palomo’ Usuriaga —asesinado de trece balazos por sicarios—, etc. A la hora de coleccionar las figuritas de los álbumes, sus caras estaban ya cotizadas como las de cualquier crack mundial. Además de su juego exacto de relojería, ejemplificado en aquel gol también de Rincón contra Alemania en Italia 90, el equipo colombiano tenía una narrativa visual muy llamativa. La melena indómita, ígnea, aleonada del ‘Pibe’ Valderrama se hizo una leyenda, la marca registrada del fútbol colombiano, con que los barristas iban disfrazados al estadio. La estampa rechoncha, con la pinta de vikingo moreno, de René Higuita, y su incontrolable carácter de arquero-jugador era otro sello de esa dorada selección.
Un día de abril de 2022, Freddy Rincón partió ya a jugar otros partidos tras un accidente de tránsito. En la cancha que esté, solo me queda decirle gracias. Pues, por unos años, cuando estábamos en el hoyo, sentí que sacó cara por nosotros. Hice un poco mío a ese equipo. Me dio alegría y me defendió.
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