La actual pandemia del coronavirus COVID-19 nos lleva a confrontarnos con diversos temas, como la infraestructura en salud, la actuación del Estado, la economía mercantilista, hasta la realidad —en algún momento futurista y apocalíptica— de las guerras bacteriológicas. Un tema que me ha venido a la mente, a la luz de unas lecturas que hice el año pasado sobre higienismo en el siglo XVIII, en la Colonia, es el del rol de la Iglesia(s) y religiones ante las epidemias. Voy a adelantar la conclusión: la ciencia siempre debe estar por encima de la religión; como escuché en una canción, ni una página de la Biblia puede estar por encima de la vida.
El debate entre la Iglesia y la ciencia en la historia
El texto que recordé en esta coyuntura es uno del historiador Gabriel Ramón Joffré, titulado La política borbónica del espacio urbano y el cementerio general (Lima, 1760-1820). Hacia mediados del siglo XVIII empiezan a difundirse en la Colonia —vía la implementación de las Reformas Borbónicas— el ideario del pensamiento de la Ilustración europea. Uno de sus pilares es poner a la ciencia al servicio de la humanidad. En tales circunstancias, la medicina y los postulados del higienismo se hacen enemigos circunstanciales de la Iglesia Católica en un punto específico: los cementerios. La Iglesia controlaba los entierros, que se hacían mayoritariamente dentro de parroquias, iglesias y catedrales, y cobraba por ello.
Los postulados del higienismo, amparados en la biología y la evidencia, sostenían que era insalubre enterrar a los muertos dentro de las ciudades, y los cementerios debían ser a extramuros de las ciudades, con el aire soplando a sotavento para que se lleve los vapores y pestes. En tal debate, adquiere gran renombre la figura de Hipólito Unanue, médico, científico y articulista.
El Protomedicato, que era una suerte de Ministerio de Salud de entonces, le disputaba poder real a la Iglesia. Como anota Ciro Caraballo Perichi*, en realidad a la Iglesia no le molestaba tanto perder el espacio físico de los entierros en sí: “El problema estaba en la pérdida del control de los recursos que los derechos de enterramiento generaban a las parroquias y conventos. Ese ingreso era significativo, tanto en su regularidad como en su relación con la obtención de otros derechos propios del ritual funerario y de las misas”.
En medio de aquel debate, a fines de 1801 una epidemia de viruela se esparce por Lima y sus alrededores. El método predominante de los médicos peruanos era la inoculación (o “variolización”). Venía siendo utilizada tal técnica, cuando en noviembre de 1802, el cabildo decidió otro método: sacar en procesión a Nuestra Señora del Rosario, colocarla en la Catedral, y hacerle una novena por nueve días. No se trataban de técnicas yuxtapuestas, sino que la religión dejaba de lado la variolización.
Hacia 1798 Edward Jenner ya había descubierto la vacuna contra la viruela, obviamente más efectiva que la variolización; pero sirva la disputa citada para entender cómo la religión entorpecía a la medicina. Vale citar que Unanue y el Protomedicato terminaron triunfando, así como el higienismo, pues en 1809 se hace el Cementerio General de Lima a extramuros, hoy llamado Presbítero Maestro.
Religión por encima de la razón
Han pasado más de 200 años y algunas religiones siguen ancladas en ideas sin ningún correlato real. A este punto quiero citar lo que escribió Diego Trelles en un post y que, como escritor, lo explica mejor que este servidor: “La principal razón por la cual Corea del Sur fue uno de los países contagiados [por el coronavirus] fue una secta que ‘promete la vida eterna’ y que se convirtió en el foco de la epidemia. Sabían que podía haber contagio y lo ocultaron. Luego el ‘mesías’ pidió perdón de rodillas, pero ya era muy tarde. Con todo y eso, Corea del Sur es un ejemplo de cómo controlar la pandemia. Lo ha hecho de manera admirable y con mucho orden y relativamente pocos muertos. Ocurrió lo mismo en España, en Torrejón de Ardoz, un grupo evangélico que terminó con 32 contagiados pese a que el virus ya estaba haciendo estragos en España.”
Para finalizar, recuerdo también que viajé hace unos 5 o 6 años al poblado de Kusu Kubaim en la región Amazonas. Acompañé a un amigo periodista a hacer un reportaje sobre VIH en el lugar. Nos contaban los operadores de salud, respecto a los tratamientos médicos diversos, que tenían problemas al aplicar las vacunas, pues los “pastores” les decían a las personas que no vacunen a sus hijos pues les queda en el hombro el ‘666’, que era la marca del diablo. Otro ejemplo más de cómo las religiones pueden ser tan letales como la misma peste.
*Ciro Caraballo Perichi, El Presbítero Maestro, de Carlos III al cementerio-jardín de la burguesía republicana.
Por: Eduardo Abusada Franco
NOTA: Este texto fue escrito en marzo de 2020
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