Esta es la historia del capitán Juan Guillermo More y su lucha a muerte por recuperar su honor.
Dicen que lo hace una mano, borra la otra. A veces, toda una vida de heroísmo no alcanza para hacer olvidar el error fatal que marcará nuestra impronta. Como la imborrable cruz de ceniza marcada en la frente de los hijos del coronel Aureliano Buendía, así llevaremos el estigma de nuestros errores más que de nuestros triunfos. Sin embargo, siempre hay excepciones. Hay momentos en que la historia se vuelve, e incluso puedes destruir un país, y de pronto, la lógica se revierte como por hechicería, y el pueblo (o las circunstancias acorraladas), vuelven a ponerte a la cabeza. De ello pueden dar fe algunos políticos. Pero en esta ocasión no deseo contaminar mucho este texto citando a políticos.
Por: Eduardo Abusada Franco
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Venía reflexionando hace unos días con un amigo sobre el legado del coronel Bolognesi. No obstante, junto a aquel inmenso héroe, brillaron otros nombres, unos anónimos y otros célebres. Hay un hombre y su nombre, que cuando no se difumina en el tiempo, su recuerdo no es de los mejores. Me causa tristeza y rabia la forma en que suele ser rememorado el almirante Juan Guillermo More. Ascendido a capitán de navío, comandó a la poderosa Independencia iniciada la Guerra del Pacífico (o Guerra del Salitre, para ser más exactos). Era el blindado más potente de entre las dos armadas enfrentadas, la joya de la corona y arma que seguramente nos haría ganar la guerra (es solo una suposición de historia ‘contrafáctica’). Desatado el combate de Iquique, More fue a darle caza a la legendaria goleta Covadonga. Nave de mucho menor calado, lo que le permitía ser escurridiza en aguas cercanas a las playas.
La historia ya la conocemos. Al final de una zona conocida como Playa Larga, en Punta Gruesa, la Independencia chocó el casco con una roca que More no pudo divisar desde la cubierta, pues estaba bajo el agua y no figuraba en las cartografías. En la monumental biografía que sobre Grau escribió Guillermo Thorndike, el autor anota que fue el éxtasis del marino y la impericia y confusión de los maquinistas lo que llevó al desastre. More nunca tuvo miedo a la muerte, y casi burlándose de ella, decidió combatir a la tradición naval de Nelson: “a pecho descubierto”. Ya había demostrado su valor como héroe de Abtao, pero la gloria puede ser un vicio. Debió estar en la torre de mando, desde donde las órdenes llegaban mejor por los tubos al cuarto de máquinas; pero estaba en cubierta, donde le zumbaban los tiros, desafiando a la muerte y a su destino. Donde demostraba así su temeridad ante sus marinos en instantes de terror. Aunque tal vez quería infundirles valor con tal puesta en escena, esto evitó que los órdenes lleguen con claridad a los timoneles, y cuando ordenó entrar al espolón con su blindado, para partir por la mitad a la escurridiza Covadonga, harto de que su pesado cañón Vavasseur no logre hacer blanco (los bisoños reclutas no habían ensayado pruebas de tiro), ya fue muy tarde. Jóvenes maquinistas dieron a babor en lugar de estribor, y el sonido aterrador abriendo los fondos de la Independencia tan solo anunciaba el desastre.
El contralamirante chileno Condell puso su nave de costado y a mansalva abrió fuego contra los náufragos, mientras que en el mismo día, casi media hora antes, Grau rescataba a los chilenos tras mandar a pique a la Esmeralda. More, una vez más despreciando a la muerte, ordenó prender la santabárbara para hacer explotar su nave con ellos dentro, pero las olas que entraban mojaban la pólvora. Al divisar que el Huáscar llegaba en auxilio, Condell inició la huida. La Independencia estaba perdida, la guerra también. El resto de aquella conflagración solo sería una resistencia.
Juan Guillermo More en busca del honor perdido
More fue llevado a juicio marcial y puesto preso en Arica. Desde el colegio, a varios nos quedó el recuerdo del pobre hombre que perdió la mejor nave de la armada, con la que tal vez hubiéramos vencido a los chilenos. Para muchos sigue siendo eso. Pero don Juan Guillermo se enroló nuevamente como voluntario, y combatió junto a Bolognesi en la defensa de Arica. La película ‘Gloria del Pacífico’ rescata una escena que hace temblar de la emoción: cuando More le confiesa a Bolognesi, vestido con traje civil de la época, que no se merecía llevar las insignias de militar, pero que pelearía con él “hasta quemar el último cartucho”. Así fue.
Es más, los historiadores señalan que incluso llevaba traje de gala, brillante, para atraer las balas enemigas. La ley natural de la vida es que la muerte de caza a los hombres; pero More subvirtió el mandato y le daba caza a la muerte. Quería ser mártir. Las crónicas del El Mercurio y otras fuentes dan cuenta de su arrojo y valor. Por última vez se río en la cara de la parca y ordenó prender el polvorín para reventar a todos dentro del morro, chilenos y patriotas. El fulminante falló. No reventaron las minas. Otra vez la muerte se le quería escapar. Dios lo quería vivo. Pero la determinación de More en ese momento final y supremo era una fuerza de la naturaleza. Revólver en mano, aún humeante el acero, fue encontrado su cuerpo. El honor recuperado y un brillo en sus ojos yertos. El resplandor heroico de los que dan la vida por sus causas. Hoy su cuerpo reposa en la Cripta de los Héroes y el de la Independencia en el fondo del mar de Iquique.
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