De un tiempo a este parte parece haber un nuevo distrito en Lima, se llama «Lince límite con San Isidro» o Linsidro.
Les comentaba a mis amigos por mis redes sociales que uno de mis pasatiempos de los últimos años es ver cosas en la función MarketPlace de Facebook, preguntar si están disponibles y nunca comprar nada. Entre los productos que me salen, aparecen varios departamentos y diversas propiedades en venta de casi todos los distritos.
Sin embargo, parece que ahora existe un distrito nuevo que no es de los 43 que hacen Lima Metropolitana. Se llama “Lince límite con San Isidro”. Así, sin la coma que corresponde luego de Lince o que yo, al menos, colocaría. Creo que lo hacen así de corrido para enfatizarlo como un nombre total, como el nombre propio de un lugar prácticamente. A casi todos los vendedores se les ha dado por poner tal frase o tal “distrito” o zona. Es más, ya existen varios proyectos inmobiliarios que textualmente dicen Linsidro, que es así como quieren bautizar a esta área.
Desde luego, la intención es agarrar, mencionando a San Isidro, la idea que se tiene en el imaginario colectivo de ese distrito como aristocrático y exclusivo, como una zona cara; y así considerar que su propiedad vale más por ser casi-casi parte de San Isidro. No obstante, tampoco puedo dejar de sentir un poco de vergüenza ajena, esa sensación de ver la negación de un histórico lugar por querer aparentar lo que no se es; se percibe el arribismo, pero del tipo que se niega a sí mismo.
Lo que alguna vez fue el fundo de Don Fernando de Lince Chávez de la Rota es un distrito que tiene muchas cosas por las cuales sus vecinos se pueden sentir orgullosos, con su Parque Castilla como uno de los pulmones de una Lima cada vez más de concreto y donde se puede practicar variados deportes; con sus huariques y surtidos mercados, como el Lobatón; con sus cafés emblemáticos como el barroco y atemporal Bluen Moon. También está la Bomba N° 4, la decana de las compañías de bomberos fundadas por peruanos (las tres primeras fueron fundadas por italianos y franceses), con su legado de heroísmo, contando mártires y héroes del 2 de mayo y ante la invasión de chilena de Patricio Lynch. No en vano Lince cuenta con un parque en homenaje a los bomberos.
Tengo bellos recuerdos de Lince, cuando vivía aún mi papá. Vivíamos entonces en residencial San Felipe, en Jesús María; y los domingos, muy temprano, lo acompañaba a comprar tamales y pan baguette a la antigua panadería Belgravia. En esa esquina, todas las vendedoras y vendedores te daban a degustar buenos trozos de tamal. Regresaba lleno a la ‘resi’.
Uno no debe olvidar de dónde viene, cuáles son sus orígenes, nunca sentir vergüenza por su barrio. Es ello lo que forma parte de la personalidad, de tu biografía. Para bien o para mal, es parte de tu recorrido, no se puede negar. Siempre hay que mirar hacia adelante, pero es preferible no negar de dónde venimos, pues el pasado no cambiará. Y si se puede, sentirse orgulloso de tus orígenes. No sabes dónde te puede llevar la vida. Actualmente yo vivo en Miraflores desde hace varios años, donde he sido cuatro veces delegado vecinal. Soy miraflorino, pero soy también limeño por adopción; y donde quiera que me pare, también soy mollendino por nacimiento, sentimiento y vinculación; así como soy peruano hasta el tuétano, y también siento por mis venas la sangre palestina. Los seres humanos tenemos diversas facetas. Qué aburridas son las personas unidimensionales, terminan en un fanatismo en que no pueden salir de un solo tema, de una sola manera de pensar y ya hemos visto que los fanatismos acaban incluso en crímenes.
Una vez mi mamá me contó una anécdota o historia que le relataron. Un hombre trabajaba como capataz en las tierras de un viejo señor en alguna ciudad de la sierra peruana. Había empezado de muy joven a trabajar las chacras y se había ganado la confianza del dueño. Se habían curtido bajo el mismo sol. Aprendió las mañas del oficio y el viejo lo puso de jefe, de capataz. Sin embargo, este hombre de confianza, no sabía entonces leer ni escribir. Al morir el patrón, asumió el hijo, quien venía de estudiar en una universidad. El chico quería “modernizar” su legado y prescindió del empleado y amigo de su difunto padre. Al desempleado capataz, ya entrando en la madurez, no le quedó más que ir a Lima a buscarse el sustento. Pronto vio que en La Parada muchos puestos requerían de kerosene. Para resumir la historia: empezó a vender por botellitas, luego botellas más grandes; siguió con galoneras; luego ya tenía barriles almacenados; rápidamente conoció el rubro y acabó teniendo grifos. Se hizo un empresario asentado en la venta y distribución de hidrocarburos. Ya había aprendido a leer y escribir. En una ocasión fue a un banco a solicitar un crédito para abrir otro grifo, y le contó su historia a un joven banquero, que escuchaba fascinado. Al terminar el relato, el ejecutivo le dijo: “Vaya, Señor, ¿y hasta dónde más hubiese llegado Usted si hubiera sabido leer y escribir desde joven?”. El ahora empresario contestó: “Seguramente sería capataz”.
Lo anterior viene a cuento para no sentir vergüenza de nuestros orígenes, de dónde venimos; que allí puede estar nuestra fortaleza y destino.
Así pues, mis queridos “linsidrinos”, recuerden que “Itaca no te ha engañado. /Así, sabio como te has vuelto, con tanta experiencia,/entenderás ya qué significan las Itacas.”
Por: Eduardo Abusada Franco
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