Como soy aún chibolito, no llegué a ver a los grandes cracks de Alianza Lima como Cubillas o Pitín Zegarra. Apenas alcancé a vivir un cachito del poeta César Cueto. Más sí tuve la oportunidad de ver a Marcelo Sozzani, un zaguero de escasa técnica y poca magia. Al principio la hinchada se sintió estafada, con algunas torpezas en su juego. Querían mandarlo de vuelta. Pero poco a poco se ganó el corazón de las tribunas y se quedó para siempre en el alma del pueblo blanquiazul.
No era un virtuoso con el balón, pero este gallo se dejaba la piel y las plumas en la arena. Eso sí, tenía un buen juego aéreo que le permitía despejar y ser imbatible en las pelotas altas. Incluso recuerdo un partido en que anotó dos tantos de cabeza y festejamos como los goles de Maradona a los ingleses. Lo recuerdo correr desesperado toda la cancha para festejar. Alianza ganó con facilidad 6 a 0 contra el San Agustín, mientras que para Marcelo era como si hubiera anotado en la final de la Copa del Mundo. Les juro que esa tarde Sozzani fue el hombre más feliz del mundo. Tal vez fue el mejor partido de su carrera y los únicos dos goles que anotó con el Alianza. Y nosotros fuimos felices con él.
Jamás daba una pelota por perdida. Cumplía esa vieja máxima de los marcadores de antaño: pasa pelota o jugador, nunca los dos juntos. Era un perro de caza. Fue nuestro Bruce Harper de Súper Campeones; era la roca contra la que se estrella el mar embravecido; era los muros monolíticos de Sacsayhuamán contra los arcabuces europeos; era el corazón inmarchitable del amante que traicionado sigue amando.
Claro, un regate rápido y fino podía quebrar la cintura del granítico Sozzani. Sin embargo, él volvía, regresaba, perseguía de nuevo al gambeteador por todo el largo y ancho de la cancha, una y otra vez. Y les aseguro que al final del partido, más tarde que temprano, de puro terco, le daba caza delantero. Era Liam Neeson en Búsqueda Implacable. Desde luego, en los minutos en que buscaba al escurridizo delantero, tal vez ya nos habían podido encajar dos goles. Aunque para Sozzani eso no parecía ser tan importante. Te anotaba la placa y seguía. No lo distraían las risas de la gente ni lo que decía la prensa. Lo suyo era personal. Se podría decir de él lo que dijo el gran defensa italiano Franco Baresi sobre Carles Puyol: “Ponía la cara donde a cualquiera le daría miedo poner el pie”.
Luego del Alianza recaló en el Melgar de Arequipa. Fue con la rojinegra a jugar un partido a Mollendo, mi tierra. Justo un verano en que estaba pasando la temporada allí. En mi polo de educación física del colegio me había escrito bien grande con lapicero «SOZZANI», así que quise conocerlo. Me dejaron entrar al vestuario. Si bien yo aún era más menudito de cuerpo por esos años, ante mí aquel hombre, ese que se hizo mi ídolo, se me acercó y vi a un gigante. En serio, me pareció que medía más de dos metros. Con sus rizos dorados, largos y despeinados al viento el tipo era un vikingo.
Luego le perdí el rastro. Pero esa fue la lección que nos dejó este jugador y lo que está faltando en el fútbol muchas veces: dar todo en la cancha, amar a la camiseta con cada gota de tu sangre. Varios tienen mucho más toque de juego que Sozzani, pero parecen más preocupados en la fiesta del fin de semana o en su ropa de marca. A Marcelo solo le interesaba Alianza, el deporte, la cancha. Amaba el fútbol y la hinchada lo amó.
Por: Eduardo Abusada Franco
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3 comentarios en «Marcelo Sozzani, el zaguero que marcaba con la cara antes que con los pies»