Sofia Loren, Sofía. Inacabable, hermosa, bella como el cine, imperecedera como la yerba. Sofía Loren, Sofía, la de los ojos de gata embrujada, la de los labios inflamados de fuego. Sofía, Sofía Loren.
“El tiempo se ríe de los hombres, pero las pirámides se ríen del tiempo”, decía mi profesor de historia en el colegio cuando llegaba el momento de recoger el examen. En realidad, es un proverbio árabe que dice: “El hombre teme al tiempo, pero el tiempo teme a las pirámides”. Con el tiempo —valga la redundancia—, yo le agregué a la frase esta parte: “… las pirámides y Sofía Loren se ríen del tiempo”.
Vi a la diva italiana, nacida como Sofia Constanza Brigida Villani Scicolone, en una película de 2020 llamada La vida ante sí. La legendaria actriz aceptó el papel, pues el film lo dirigió su hijo Edoardo Ponti. Cerca de los 90 años, la leyenda viviente del cine aún se mostraba firme. En sus enormes ojos, ya trajinados, aún asomaba esa mirada capaz de derretir el plomo. De razón declaró en una entrevista, luego de contar en sus memorias que Marlon Brando la acosó: «¿Qué si me acosó Marlon? ¡Pero, por favor! Si me tenía miedo. ¡Me bastó mirarlo un segundo para que se comportara!».
En mi memoria fílmica la italiana sigue tal cual la recuerdo en el El Cid, junto a Charlton Heston. Ni un pelo se le ha movido en mis recuerdos. Durante décadas la Loren fue la roca contra la que se estrellaban las olas de la edad. Nada la movía. Sus pechos turgentes, tras 70 años de cine, amén de la genética y del quirófano, desafían a la gravedad. Empero, luego del film de marras, en los actos de homenaje, ya se le vio cansada. El tiempo, que al final del día y de las vidas a nadie persona, la asaltó de pronto. A la otrora altiva leyenda se le veía ya encorvada por el peso de la gloria; y sus piernas, que protagonizaron las ensoñaciones imposibles de varias generaciones, ya no le respondía como hace apenas unos años. La diva de Nápoles ya requería de asistencia para caminar.
Salvando la distancia, cito mi caso. Tengo 42 años y todavía entreno casi a diario. Aunque aún tengo una fuerza apreciable, ya no tengo la rapidez de mis 20. Si bien podemos retrasar el envejecimiento, hagamos lo que hagamos, la edad nos pasará por encima, a todos. Tal vez con unos sea benevolente, y envejezcan con elegancia y salud; pero a otros, incluso habiendo sido deportistas, los arrastrará sin piedad. Por ello, conviene aceptar lo que es inevitable. La modernidad nos bombardea con miles de fórmulas para evadir la vejez: vitaminas, anabólicos, botox, ácido hialurónico, maquillajes de toda especie, cirugías, etc. La lista es interminable. Pero la terrible verdad es que la piel se arruga, el pelo se blanquea y se cae, la carne se degrada; e incluso los órganos del cuerpo, aún en vida en varios casos, conocerán la putrefacción.
“Porque nada es para siempre / que hasta la belleza cansa / el amor acaba”, nos canta José José. Está bien cuidarnos, pero no se obsesionen gastando dinero en burlar al tiempo. Es ineluctable. Si Sofía Loren no pudo, menos nosotros. Así, este es mi secreto, que como diría el zorro de El Principito, no puede ser más simple: dedíquense a vivir, no a esconder lo vivido.
[Columna escrita en enero de 2022]
SOFÍA LOREN EN PELÍCULA EL CID, 1961
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