“Soy cangallino. Nací en Ayacucho. No sé qué es sentirse limeño”, dice Paco Moreno en esta entrevista sobre su novela “El jinete en la hora cero”.
El primer libro del escritor y periodista Paco Moreno es “Gente como uno”, que apareció en el 2011. Se trata de una antología de sus principales perfiles sobre diversos personajes peruanos y extranjeros. Un año después, en el 2012, publicó su libro de cuentos “El otro amor de mamá”. Tuvo que pasar cuatro años para que salga a la luz su nueva entrega: “Rebelde sin pausa”, una crónica de más de 250 páginas sobre la vida y obra de su maestro César Lévano. Cinco años después, nos sorprendió con su primera novela “El jinete en la hora cero”, un libro cuyos personajes luchan por sobrevivir en un país golpeado por la violencia terrorista y el coronavirus. Hablamos con él sobre este libro y su vocación literaria.
Por: Eduardo Abusada Franco
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—Escribes tu novela “El jinete en la hora cero” en el contexto de la cuarentena por el coronavirus. Dicen que no hay mal que por bien no venga. ¿Sin cuarentena crees que hubieras hecho el libro?
—Fue una etapa muy dura para mí, para todos. Estaba encerrado en el piso ocho de un edificio de Pueblo Libre enterándome cómo se moría la gente en todo el mundo: mis familiares, mis amigos cercanos. Escribí esta novela para resistir el dolor, la tristeza.
—¿Escribir la novela fue una forma de terapia?
—Muchas veces, la escritura es terapéutica. Escribir es acomodar el caos. Es tratar entender lo que ocurre y, en el fondo, es tratar de entenderse uno mismo. Contamos las cosas para encontrarnos.
—¿Cómo así te inclinaste por el periodismo y, específicamente, por el periodismo narrativo? ¿Cómo nace en ti este gusto por la lectura?
—Tal vez mi vocación sea escuchar historias para luego contarlas, si esa vocación existe. De niño escuchaba horas enteras a los adultos cercanos contar sus anécdotas, sus historias de todo tipo; escuchaba de lejos sin que se dieran cuenta. Después, empecé a conversar con los libros, en todo caso, a escuchar a los libros. Los libros tienen vida propia, una voz poderosa. Leer es conversar con la mejor versión del autor. Tengo pocos amigos; también leo con atención a pocos autores. Pero tengo la manía de comprar muchos libros, el problema es que no los leo todos. Si el libro no me atrapa en sus primeras páginas, no sigo. Si el libro me atrapa, releo tanto que llego a memorizar algunos pasajes. Me gustaría tener todo “Pedro Páramo” en la cabeza. Me dedico al periodismo narrativo porque consiste en contar historias reales que tengan una dosis necesaria de noticia.
—En tu novela cuentas mucho de Incaraccay, un pueblo remoto de Cangallo. Tu novela es también un libro sobre un migrante en Lima. Siento que, dentro del formato que usas, son también tus memorias.
—No son mis memorias. “El jinete en la hora cero” es una novela realista, una historia de ficción en primera persona. Hay que entender que el narrador de la historia no soy yo, sino mi personaje principal. Me ha costado mucho crear al narrador. Se parece un poco a mí; pero finalmente es un personaje. En las novelas, el personaje más importante es el narrador.
—¿Qué tan autobiográfico o testimonial es tu libro? Lo digo porque tú naciste en Incaraccay.
—Yo nací en Incaraccay, pero “el jinete” no es una autobiografía. Lo pensé como una novela. Lo difícil de la novela está en que el lector sienta que lo que está leyendo es verdad. Me esfuerzo para tratar de convencer al lector de que las historias que está leyendo pueden ser verdad.
—A pesar de que has hecho tu carrera y tu vida en Lima, el mundo andino sigue muy presente en tu obra y tus textos. ¿Aún no te sientes limeño?
—Soy cangallino. Nací en Ayacucho. No sé qué es sentirse limeño. Residí en Incaraccay hasta los seis años; después, en San Borja hasta los veinte; hasta los veinticuatro, en Ciudad de los Constructores de San Juan de Lurigancho; luego, como veinte años, en diversos alquileres entre Jesús María y Pueblo Libre. Ahora resido en un barrio tranquilo de la segunda zona de Collique en Comas. He vivido en diversas realidades del país y esto ayuda mucho a la hora crear.
—Mallaccha, el caballo de tu padre es un recuerdo constante en tu novela. ¿Por qué tan intensa esta relación con los caballos?
—Uno de los escenarios centrales de la novela es Cangallo. Los caballos son los animales más adorados por los cangallinos. Son los reyes de las familias. Los perros en la sierra cuidan las chacras y duermen fuera de casa. Los caballos son los engreídos y en las noches muy frías incluso pueden entrar a alguna habitación para pasar la noche.
—Por cierto, ¿es aún muy fuerte entre los cangallinos el recuerdo y la huella de Basilio Auqui?
—Aquí tengo la novela. En una parte dice: “En Cangallo surgió un jinete de los bravos, un morochuco sin freno, audaz, inteligente, de esos que parecen haber nacido como siamés de un caballo. Se llamó Basilio Auqui Huaytalla, y se convirtió en el jefe de los morochucos por su valentía y luchó con creatividad contra los realistas armados. Hacia 1815 era ya el indiscutible líder de los cangallinos que usaban chullos, gorros con orejas, tejidos con lana blanca y marrón oscuro”
—Continúa, por favor.
—Claro que sí: “El 7 de octubre de 1814 Basilio Auqui Huaytalla participó, junto con José Mariano Alvarado y Valentín Munarriz, en el primer grito de la Independencia en Cangallo y firmaron un acta solemne con sangre de sus venas, después de vencer a las tropas españolas encabezadas por Mariano Ricafort y José Carratalá. Basilio Auqui Huaytalla no se durmió en sus laureles, siguió peleando incluso después de la venganza española contra los cangallinos que dejó muchos muertos el infausto 18 de enero de 1822. Basilio Auqui Huaytalla, después de ese aciago suceso, venció nuevamente a los españoles en Chuschi y continuó su lucha hasta que, en febrero de ese año, fue apresado y fusilado”.
—¿El historiador Max Aguirre Cárdenas considera que la historia de este hombre aún está en hechura, verdad?
—Sí, él asegura también que Basilio Auqui Huaytalla nació en Incaraccay el 18 de febrero de 1750, cuando Incaraccay se llamaba Incabamba, que significa ‘lugar del inca’, donde había una especie de fortaleza de piedra, un rumi wasi, con estilo arquitectónico del imperio, que se manejaba desde el Cusco. Con el tiempo, Incabamba pasó a llamarse Incaraccay, es decir, un lugar donde las propiedades del inca quedaron en ruinas.
—Otro tema muy presente, en todo el libro, es la presencia de Sendero Luminoso. Los “encapuchados” como los llamas en el libro. ¿Viviste el terrorismo de niño en Incaraccay?
—El terrorismo de los encapuchados y de los uniformados empujó para que miles de familias de la sierra escaparán a las ciudades. Una de esas familias es la mía. Mis padres pensaban que iban al volver pronto a Cangallo. Nos quedamos hasta ahora. Es una historia terrible.
—Entre las historias y las anécdotas que cuentas he recordado un poco los relatos fantásticos de Gabriel García Márquez, que le contaba su abuela sobre Aracataca. Tu novela está llena de hechos fantásticos, que bien pueden encajar dentro de lo real maravilloso, como a los gatos que se les caen las orejas y que ello anuncia tragedias. ¿Es ficción o, digamos, que esos hechos están más cerca del costumbrismo de Cangallo?
—Hay cangallinos que están convencidos de que la caída de las orejas de un gato es un presagio claro de que se acerca una tragedia. Es un hecho que no se puede refutar. El realismo mágico de García Márquez consiste en contar hechos que la gente de un determinado espacio caribeño cree que son ciertos. Los lectores fuera de esos escenarios lo consideran como algo fantástico.
—Otro personaje que me llama la atención es Eugenio, quien no envejecía. Estuvo cinco horas en el apu Yanamarca, pero en realidad fueron 50 años. ¿Crees en ese poder de los apus?
—Yo no. Pero el narrador de la novela creo que sí, por esto le da vida a Eugenio, el personaje que le ha gustado a muchos lectores.
—Gracias, Paco. ¿Estás trabajando en algún otro proyecto editorial?
—Estoy afinando otro libro. Lo más difícil es editar: fortalecer la estructura, mejorar las frases, precisar las ideas, adecuar el tono, darles el temperamento preciso a los personajes, dibujar bien los escenarios, no enredarse con los tiempos y muchas otras cosas. Es una tarea muy difícil. Muchas gracias, Eduardo.
Por: Eduardo Abusada Franco
Seguir a @eabusad IG: @eduardoabu79
*Foto abridora por Angelli Gómez
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