Viste un terno gris claro que combina con sus plateados cabellos. Pronunciadas ojeras delatan que este señor ha visto todo (o casi). Su porte espigado y el bien amarrado nudo de la corbata le dan un aspecto elegante, de gentleman. Aunque está bien trajeado y es un mediodía de verano, ni una gota de su sudor asoma en su frente. Bien dicen que el hombre elegante no siente ni frío ni calor, siempre con saco y corbata, llueve o truene. El poeta Antonio Cisneros se sienta frente a mí en una mesa de un café del Centro de Lima. Pide un espresso y un vaso lleno de hielo para “fabricar su propia bebida”. Cuando le traen lo pedido, vierte todo el café en el vaso con los hielos y lo remueve. Cosas de poetas, pienso.
NOTA: Esta entrevista la realicé en 2012. Trabajaba en el edificio de al lado donde trabajaba Toño Cisneros. Le daba pena verme siempre cuadrando mis horarios de oficinista, así me lo dijo. Así que como siempre le movía la cita, él mismo me llamó y fuimos a un café cerca. Por eso accedió a la entrevista, aunque él ya estaba enfermo. Ese mismo año falleció, poco después. Luego leí una entrevista que dio en la revista Somos. Esta fue la penúltima entrevista que dio. QEPD, recordado vecino Toño.
Por: Eduardo Abusada Franco
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Yo soy casi vecino suyo, y la primera vez, confieso, que leí algo de usted, fue un responso que escribió al peluquero que trabajaba casi al frente de su casa, en la calle Roma de Miraflores. ¿Recuerda de qué texto le estoy hablando?
Néstor, se llamaba. Yo tenía una columna en El Comercio. Era mi amigo, y conversábamos de lo que se habla con un peluquero: del clima y de política. Además, era un peluquero aprista de los antiguos. Se acordaba mucho de las conferencias que dictaba Haya de la Torre en la Casa del Pueblo; más aún: tenía en su peluquería un banderín con un búfalo. La palabra búfalo, relacionada con la matonería aprista, tenía una connotación despectiva, pero originalmente era una brigada de choque de la que ellos se sentían muy honrados, y a la que Néstor perteneció en su juventud.
Luego de eso lo empecé a seguir por su sección en la radio, El Oso Hormiguero. ¿Cómo surgió ese programa?
Yo nunca había hecho radio. Me llama Manuel Delgado Parker y me dice si quiero hacerlo. Yo ya era conocido como cronista. De lo que se trataba, según Manuel Delgado, era de hacer una crónica oral. Me ofreció un sueldo, para mí, absolutamente delirante. Era un montón; yo creí que se estaba riendo de mí. Entonces busqué el nombre, y le puse “Las Crónicas del Oso Hormiguero”, en primer lugar, por un acto de profunda pereza, porque para no pensar me copio a mí mismo: uno de mis libros más famosos era Canto ceremonial contra un oso hormiguero. En segundo lugar, sirvió para que la gente te pregunte por qué se llama “el Oso Hormiguero”. Nadie se olvida de ese nombre. Y, en tercer lugar, la gente me obligaba a mentir, pues decía que el oso hormiguero tiene una lengua larga, y así es en la radio y patatín, patatán… Mentira: en realidad, me dio flojera inventar un nombre y me copié a mí mismo. Lo de la lengua larga es lo de menos.
Eran crónicas muy variadas, recuerdo.
Se trataban todos los temas habidos y por haber, menos —salvo algunas excepciones— los culturales. La gente siempre cae en la idea de que Cisneros es escritor, Cisneros es culto, y seguro que hace programas sobre cultura. Pues no. Para decir la verdad, a mí el tema de la cultura, como teoría, me interesa muy poco. Mi primer público eran los taxistas: me escuchaban por lo menos 100 mil. Conmigo los taxistas y sus pasajeros viajaban donde nunca habían viajado, porque cada vez que yo venía de viaje contaba del lugar, de cómo eran los platos, a cuánto estaban, daba las recetas; también hablaba de fútbol, y a veces de política. En general, mis crónicas no son sobre cultura. Yo no hago críticas de teatro, críticas de libros… me llega. Siempre hago crónicas de cosas personales: gastronomía, chifladuras, fútbol; de todo.
Esa sección duró cinco años. ¿La extraña?
No. ¿Para qué? Nunca me ha gustado extrañar nada. He vivido en Europa muchos años y nunca extrañé el Perú. Ahora vivo en el Perú muchos años y nunca extraño Europa. No tengo la capacidad de extrañar.
Hablando un poco de su oficio, ¿se puede ser poeta en el Perú y vivir para contarlo?
Depende: si quieres vivir de la poesía, no; pero si le das su lugar a la poesía, por supuesto.
¿Qué lugar le da a la poesía Antonio Cisneros?
Es importante y no es importante a la vez. Es una parte imprescindible de mi vida. No podría imaginarme la vida sin haber escrito poesía, sin plantearme el mundo como poeta. Pero, al mismo tiempo, no me muero por la poesía. No soy particularmente un alma sensible que se emociona viendo a un niño, los pájaros, las flores, las hojas del otoño. Soy un tipo que sabe muy bien cuánto cuestan el pan y un kilo de pescado, dónde se toma el bus. Y, por supuesto, prefiero a mis nietos y un buen partido de fútbol que a todos los poemas del mundo. Y eso tómalo con pinzas.
Pero usted ha ganado varios premios que le han reportado ingresos. ¿En algún momento de su vida ha vivido solo de la poesía?
Sí y no. Yo he sido muy realista en eso. Yo no aguanto a los llorones; ni siquiera me conmueve que digan que Vallejo murió de hambre. Si no trabajas, no ganas; y si no ganas, te mueres de hambre. Así de simple. Yo siempre he sabido dónde está el Sur y dónde está el Norte. Nunca he sido llorón ni falso romántico; siempre he trabajado. Ahora, parece que he desarrollado una buena poesía, muy aceptada, y que ha merecido premios. Me alegro, pero de todas maneras siempre he sido profesor universitario y soy periodista; también he sido traductor, jefe de grupos de turismo durante años llevando pasajeros a la sierra y a la selva. Siempre he hecho cosas para vivir. Para mí siempre ha sido muy importante mi familia: mi mujer, mis hijos, mis nietos. Todo el resto de llorones, vagos, etcétera, no me interesan.
Bueno, y sigue trabajando. Ahora lo hace en el Centro Cultural de la Cancillería, donde tiene trabajo un tanto de oficina. ¿No se siente un poco atrapado?
No. Para empezar, yo fundé esto [el Centro Cultural Inca Garcilaso]. Por ahí comienza la cosa. Yo no he venido a trabajar acá: yo inventé ese centro cultural. Eso era un edificio precioso del siglo XIX, recién restaurado por la Cooperación Española, pero vacío. Vine pensando en lo que se puede hacer, y empecé poco a poco. Ya llevamos siete años.
¿No se considera un oficinista?
Nunca. Es un trabajo de caballeros.
Entonces, ¿le gusta?
Bueno, los trabajos, por el pecado de Adán, son castigos. Solo un enfermo puede decir que le gusta el trabajo, como solamente un idiota puede divorciarse de su mujer y decir que son muy amigos después. Pero no me disgusta. Estoy acostumbrando a trabajar. No creas eso de que “pobre poeta con terno y corbata, qué hace ahí”. Primero que nada, modestia aparte, me encanta cómo me quedan el terno y la corbata. En segundo lugar, yo he inventado este trabajo, que es un trabajo por productos, por realizaciones, no por horarios. De mi gente, nadie marca tarjeta; eso lo he hablado con la Dirección de Recursos Humanos.
Volviendo a sus reconocimientos, el último gran premio que ha recibido es el Southern. ¿Se puede saber de cuánto fue?
Veinte mil dólares.
¿Y se puede saber cómo lo ha invertido?
Yo tengo muchas personas a mi cargo, empezando por mi madre, que es una mujer muy anciana. Como toda anciana, necesita enfermera mañana y noche. Mi madre me cuesta más o menos mil dólares mensuales; y ya pasaron siete meses desde que gané, así que dentro de trece meses, si mi madre sigue viva, se acabó el premio.
¿Eso de que un poeta tiene que pasar hambre y ser un alma atormentada para escribir bien es entonces un cliché?
Siempre han dicho eso, pero en realidad el cliché está en creer que existe el cliché.
¿Es también parte del cliché eso de inspirarse con un buen vaso de whisky?
Eso es parte de las leyendas urbanas. La gente las necesita, qué le vas a hacer. Yo tengo una madre que me cuesta un montón, tengo nietos… La gente tiene otra idea de mi vida, probablemente proyectada a través de sus propias vidas.
Antonio Cisneros es bien casero, aunque la leyenda urbana diga lo contrario. Sin embargo, no me va a decir que no gusta de la bohemia.
Todos los humanos, unos más y otros menos, tenemos el Dr. Jekyll y el Mr. Hyde. Todos tenemos una búsqueda del orden y la perfección, y, simultáneamente, una búsqueda del desorden y la autodestrucción. Hay que saber dominar tu porción autodestructiva, porque siempre vive contigo. Tú eres las dos cosas.
Usted es poeta y periodista. ¿Cuánto de literatura tiene el periodismo? Personalmente, yo los veo como campos opuestos.
Yo no los veo opuestos. Pero, en general, en la vida yo no mezclo las cosas. Primero, para ordenarnos, a mí la literatura (teórica) no me interesa. Yo soy poeta, no soy académico. Nunca me ha interesado escribir sobre cultura, ni comentar libros, ni prologarlos, ni presentarlos. No soy la Academia de la Lengua. Ahora, a la poesía la tengo en un carril aparte de todo el resto de carriles de la vida. Por ejemplo, mucha gente dice: “Ah, usted escribe poesía, debe tener una prosa poética”. La prosa es la prosa y el periodismo es el periodismo. “Ah, pero debe ser un periodismo muy cultural”, dicen. ¡No tiene nada que ver!: yo hablo de los perros a los que chancan los carros en la calle. Son dos caminos que no se mezclan. Yo no creo en los periodistas inspirados, periodistas poéticos. Soy periodista “periodista” y poeta “poeta”. Como he sido toda la vida, desde chico, en que era un muchacho de barrio, callejero, fútbol en la calle, carajo, ‘conchetumadre’ todo el tiempo, y después, en mi casa, escribía poesía. Pero eran dos personas, porque ¿cómo se supone que un pata maldito de barrio va a estar con la mariconada de escribir poesía? Era un trabajo secreto, paralelo al otro. Ahora no escondo las cosas. Son dos caminos paralelos, no están mezclados; no hay eso de “hombre, poeta, qué sensible, cómo se debe emocionar”; más bien tengo una mentalidad de un hombre bancario tomando colectivo.
¿Hay algún libro al que recurra con frecuencia?
Siempre me interesan las antologías de poesía china; la poesía de la dinastía Tang: Li Po, Li Tai Po, Wang Wei. Eso me interesa. También me interesa de vez en cuando mirar otra vez el gran Siglo de Oro: San Juan de la Cruz, Francisco de Quevedo, Luis de Góngora. Ahora estaba releyendo por enésima vez el libro del poeta japonés medieval Basho. Pero yo no soy un hombre hecho de literatura. Yo leo muchísimas cosas que no son literatura, como historia, Atlas geográficos, libros de estrategia militar, de gastronomía. No creas que mi biblioteca es pura literatura ni pura poesía.
De entre tantos poemas que ha leído, ¿le pasa que dice “caramba, me hubiera gustado escribir yo esto”?
Por supuesto. Sería muy difícil recordarlos, pero hay miles de poemas y poetas que he admirado y que admiro.
Con tantos premios ganados, ¿alguna vez ha pensado en el Nobel?
No, para nada. No me angustian los premios como aspiración. Lo que a mí me interesa es el reconocimiento con plata encima.
¿Cuán bien se siente ganarse un premio?
Necesitas la plata. Si fuera solo la gloria, no tiene sentido.
Usted viaja mucho. ¿Dónde encuentra más material para escribir: en sus viajes o en el día a día, que también puede inspirar?
En todo. Nunca se sabe. Un detalle puede en un momento dado llenarte. Una inmensidad puede llenarte. O la inmensidad y el detalle pueden, igual, dejarte completamente vacío. En realidad, la poesía es un testimonio de lo que vive el poeta dentro y fuera de él. La poesía es una forma de conocimiento; no tanto del que lee el poema sino del propio poeta, porque cuando empiezas a escribir un poema no sabes cómo va a terminar. Es un trabajo de introspección, como en psicología. Tú te conoces a ti mismo; ahí terminas de descubrirte. Por eso la poesía es una forma de conocimiento.
De todos sus viajes, ¿a qué lugar le gustaría regresar siempre?, ¿cuál es el lugar donde ha sido realmente feliz?
No son los lugares. Yo te podría decir Londres, pero en realidad nunca sabré si era ese Londres de la segunda mitad de los 60, el “swinging London” de los Beatles y los Rolling Stones, o porque yo tenía 26 años. Entonces, las ciudades no existen: existes tú. Y a través tuyo existen las ciudades y los lugares. He tenido muchos momentos felices, pero no me interesaría volver a ninguno porque tendría que volver a ser el que fui. Y no se puede, nunca más.
Usted tiene casi 70 años. ¿Piensa en la muerte?
No. Uno no puede dejar de pensar en la muerte y en la vejez, pero no es una cosa que me torture. Más que miedo, lo que me da es pena. Pena por los que se quedan. Pena por mis hijas, por mis nietas. Me da pena morirme porque ya no las voy a ver nunca más, y ellas nunca más me van a ver a mí. La muerte en sí, el dolor en sí, no me preocupa.
EL POETA Y EL FÚTBOL
Es sabido que le gustaba mucho el fútbol. ¿Nos dice una vez más hincha de qué equipo es?
El fútbol es una tragedia, no puede gustarte. Es más bien un trauma que no puedes evitar. Yo soy del Cristal, de la ‘celeste eterna’. Vengo desde el Sporting Tabaco, nací con la celeste ya puesta, y fui del Tabaco hasta que se cambió a Cristal, allá por 1954.
¿Y cómo así se hizo hincha del Sporting Tabaco?
Ah, por la familia. Los equipos son tribales. Mi abuela era del Tabaco, como mi papá, mi tío Paco, mi tío Nico, mi primo Nicolás… todos éramos del Tabaco.
Le preguntaba de qué equipo era, aunque sabía que era del Cristal, porque en los últimos años su cuadro no es ni la sombra del que llegó a ser no hace mucho, en los ‘90.
Bueno, Cristal está muy mal en los últimos años, está muy flojo. Ni siquiera es un problema de futbolistas, ni de entrenador, ni de dirigentes. Debe de ser una maldición divina, porque no hay explicación. ¿Tú cómo puedes hacer para que un equipo tenga el mayor número de jugadores aportados a la selección nacional y al mismo tiempo esté peleando la baja? Eso ya es maldición divina.
Por: Eduardo Abusada Franco
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