De afuera no se ve, pero al atravesar los altos y gruesos muros que la esconden, el tiempo de pronto retrocede a una época en que en Lima se respiraba lujo y glamour por doquier. La Casona Prado volvió a sus propietarios originales para convertirse en un Centro de Convenciones.
Por: Eduardo Abusada Franco
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* [NOTA: este texto lo escribí en 2012. La Casa Prado sigue siendo Centro de Convenciones actualmente]
Cual Nabucodonosor, el rey caldeo que mandó a construir los míticos Jardines Colgantes de Babilonia en honor de su esposa, la Casa Prado fue mandada a levantar por Mariano Ignacio Prado Heudebert en homenaje a su amada consorte Michéline Sosa.
La mansión, de estilo neo-colonial, abrió sus puertas en 1943, en una época en que el mundo nuevamente volvía a cambiar su configuración mientras se acababa la Segunda Guerra Mundial. Prado Heuedert, en ese momento timonel del ‘Imperio Prado’ ―que contaba con el Banco Popular como su buque insignia―, sintió que él y su mujer no podían ser ajenos a esos cambios. Era entonces el hombre más rico del Perú y uno de los más acaudalados de Sudamérica. Algunos lo consideraban un rey forjando un imperio. Y al parecer, él no quería ser ajeno a esta atribución real, así que habló con su primo, el sofisticado y aristócrata arquitecto Max Peña Prado ―en cuyo honor existe el Campeonato de Polo que lleva su nombre― para que le construya una de las casas más fastuosas que Lima haya visto.
Sin embargo, ni todo su dinero y poder pudo vencer a la fatalidad que el destino había reservado para él: a un año de terminada la Mansión, su amada esposa falleció; y veintiocho años luego, cuando un uniformado apellidado Velasco Alvarado ya había tomado el Palacio de Pizarro, la casona de los sueños nupciales le fue expropiada por manu militari, y luego el propio magnate fue enjuiciado y encarcelado por el gobierno revolucionario.
Y la vida continúa
Tras la caída del gobierno militar, el presidente Belaúnde devolvió los periódicos a sus dueños originales, pero, por alguna razón, no devolvió un sinfín de otros bienes expropiados, entre ellos, la casona de marras. La mansión, ubicada en una esquina de la Av. 28 de julio en Miraflores, fue fortificada con gruesos muros, y hasta años recientes funcionó allí la sede la Presidencia del Consejo de Ministros. Poco a poco fue perdiendo su encanto y se fue fundiendo entre la selva de cemento que empezó a florecer en los alrededores. Gran parte del enorme jardín trasero, al lado de donde Prado Heuedebert había mandado construir un cine para ver con sus amigos y familiares los avant premiere de la época ―los Prado también eran dueños de los cines Colón y Country―, fue vendido para la construcción del Centro Comercial Balboa.
“Pero el tiempo pasó y el destino burló mi terrible nostalgia”, reza un viejo bolero, y podría ser lo que sucede ahora en la mente de Mariano Ignacio Prado Miró Quesada, actual gerente general del “Centro de Convenciones Casa Prado” y nieto del fundador de la mansión. Y es que luego de cuatro décadas, la Familia Prado ―o parte de ella― ha vuelto a recuperar la casona familiar. Aunque, a notar por la emoción en sus palabras cuando nos guía por el palacio, la nostalgia aún asalta a este soñador gerente…
“Yo viví acá porque era la casa de mi abuelo. Estuve hasta los seis años cuando nos tuvimos que ir (a Europa) para que mi padre no sea detenido por los militares”, recuerda el nuevo Prado, recordando a su padre, quien, para más señas, era el popular ‘Marianito’, en aquel entonces codiciado galán de una Lima pacata y la vez traviesa.
Mientras recorremos los diez hermosos salones que componen la mansión de 5 500 m2, como el Salón Imperial y el Salón Republicano, que tienen 150 y 200 m2 respectivamente, el gerente nos explica que la fachada es copia de la Casa Ugarteche, pues su bisabuelo era Prado Ugarteche: “Que quede claro que la casa no nos ha sido devuelta. Hemos pagado por ella. La hemos recomprado en 5 millones y medio de dólares. Y eso que esta era casa de mi abuelo. Así también el actual Club Hípico Militar, que sigue en poder del Estado, era la casa de mi padre, que vale 20 veces más que esta”.
Prado contrata a Prado
Al atravesar la puerta principal, un extenso salón se esparce hasta el primer peldaño de una escalera de hermosas balaustradas que se curvan a sus lados. Parece el salón del baile de la película Titanic, de James Cameron. Mientras espero que Kate Winslet asome por la escalera buscando a Leonardo Di Caprio, mi guía me despierta del ensimismamiento fílmico para explicarme que la madera es toda original, pero el suelo ha sido cambiado. En efecto, luego de estar en poder del Estado por mucho tiempo, la casa quedó seriamente deteriorada tras modificada y acondicionada para el servicio público. Para recomponerla, luego de readquirirla en una subasta pública a valor de terreno, fueron necesarios los talentos de otro miembro de la familia, la arquitecta de interiores Malena Prado, nieta del fundador original, quien se encargó de la restauración.
Al alzar la vista, Prado Miró Quesada no puede ocultar el orgullo que le produce ver el escudo familiar que se forma en enorme vitral que se levanta sobre el rellano de la escalera principal. Como un palomo luce el pecho henchido de orgullo ante la regia estirpe de su apellido. Por algo es tataranieto y sobrino nieto de dos Presidentes de la patria, y sobrino biznieto del coronel Leoncio Prado, héroe de la Guerra del Pacífico, quien al ser fusilado, pidió que doblen el número de tiradores.
Aunque asegura que no le impresionan mucho los blasones familiares, nos cuenta una anécdota que entraña un orgullo irreprimible. “Teóricamente los escudos deben cambiar en cada generación. Lo que te voy a contar es un poco de pedantería, porque no sé de dónde sale el escudo. Acabo de estar en el parque de atracciones Island of Adventures en Miami, donde la atracción más grande es Harry Potter; y en uno de los stands salen varios escudos, de Francia, Inglaterra, España, etc., y vi uno que decía ‘Prado’ y en medio había un León [como el que está en la Casa Prado]. Así que asumo que algo han sacado de allí para hacer este escudo. Es decir, que según Harry Potter es cierto”, nos cuenta entre risas.
Negocios son negocios
Ahora la Casa Prado ha sido convertida en un Centro de Convenciones, con todos los acondicionamientos y tecnologías necesarias para realizar eventos como recepciones, bailes, matrimonios, desfiles de modas, exposiciones, reuniones de networking, etc. No obstante, del grupo de inversionistas que han adquirido la Casona, solo unos cuantos son de la familia Prado. Es decir, que si el Centro de Convenciones no les resulta rentable, no habrá ninguna nostalgia familiar que les impida convertirla en un centro comercial o algún complejo multifamiliar. Para evitar un destino de este tipo, es que Mariano Prado Miró Quesada está elucubrando ideas que le permitan hacer más rentable el proyecto. En algún momento tuvieron problemas por ruidos en los eventos. El boom inmobiliario con sus edificios enormes trajo muchos nuevos vecinos. Más ahora ya hay una convivencia. Conviene tener en cuenta que la Casa Prado, dada su extensión, aporta fuertemente en tributos a la comuna miraflorina.
Si bien la Casa Prado ha vuelto a la familia, no son ellos los únicos propietarios y este gerente siempre pone primero la lealtad con sus socios “no Prado” en la administración de la casona, que tienen un interés más comercial y menos romántico y nostálgico que el de su administrador. Se empeña en borrar cualquier cosa que tenga un atisbo de traición, pues fue ese fue el ataque que la maquinaria difamatoria “pierolista” le puso a su bisabuelo, el general Mariano Ignacio Prado Ochoa, vencedor del Combate del 2 de Mayo y ex Presidente del Perú. Como su descendiente rechaza cualquier conducta que pueda tener algún aire desleal. Es más, busca reivindicar la historia: “Eso fue una calumnia. Fue acusado de irse con un costal de joyas, lo cual está históricamente demostrado que no fue cierto. Fue el único de los presidentes que estuvo en el frente de batalla. Fue una calumnia de Piérola. Pero bueno, esa es otra historia…”
El apellido Prado aún suena en los salones de la alta sociedad limeña y se imprime en los libros de historia. Ni los terremotos ni el Califa han podido derrumbar su estirpe ni su palacio.
Por: Eduardo Abusada Franco
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