Al momento que escribo este texto Bryan Johnson debe tener unos 47 años. Está cerca de los 50, medio siglo de vida, pero quiere parecer de 18, quizás un adolescente. Para Johnson la edad se ha vuelto una obsesión, una lucha por devolver las arenas al reloj.
Por: Eduardo Abusada Franco
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He observado sus fotos en Internet y si bien está bastante conversado para su edad, he visto gente que se mantiene igual o mejor que este “joven” —remarcado entre comillas—, sin invertir los dos millones de dólares anuales que se gasta en revertir su envejecimiento. Solo buen ejercicio y una dieta.
Bryan Johnson también se cuida, desde luego, pero agrega algunas prácticas. Por ejemplo, no toma café, se acuesta a las 8 de la noche y se despierta a las 5 de la madrugada. Practica el ya muy famoso ayuno intermitente, pero él lo lleva a un grado extremo: solo come entre 6 am y 11 am. Se alimenta, como es de sospechar, solo con verduras, pero en puré como las que vienen preparadas para bebés.
Por supuesto que también practica deportes todos los días y una serie de ejercicios específicos para la pelvis. Según algunas mediciones médicas, esto le ha valido tener erecciones de un muchacho de 18 años. De acuerdo a sus controles, su capacidad pulmonar también es la de un chico de 18 años y su corazón es como el de un tipo de 37.
Como el curioso caso de Benjamin Button, el disciplinado Bryan sigue creciendo hacia atrás.
Digamos que las citadas pueden ser prácticas sanas y alguna de ellas ejercidas por mucha gente. Pero este multimillonario incorpora métodos bastante invasivos. Así, se aplica transfusiones de plasma de su hijo de 17 años y toma cerca de 100 variadas pastillas al día para retardar el envejecimiento y, es más, darle la vuelta. Jhonson cree, como lo cree Dios, que puede alcanzar la inmortalidad.
A fin de cuentas, dinero no le falta. Es uno de esos millonarios de la tecnología y vendió su empresa por 800 millones de dólares. Ahora se dedica a desarrollar este programa de eterna juventud en la que él mismo es el científico y el ratón de laboratorio, y en el que también participan su padre de más de 70 años y su hijo.
Ni Houdini pudo
El más grande escapista, mago e ilusionista de todos los tiempos, el mítico Harry Houdini, se jugaba la vida en cada acto. Caminaba al filo de la muerte. Si algún ser humano acaso podría escapar de las garras de la Parca, ese sería Houdini. Le dijo a su esposa Bess —a la que sí estuvo atado toda la vida y de la que nunca pudo ni quiso escapar— que lo intentaría. Le dio una clave. Diez palabras secretas que solo ellos dos sabían. Ella lo invocó durante años en sesiones de espiritismo, pero ningún médium pudo reproducir el código. La muerte ya se había llevado sin devolución al escurridizo mago. Tenía 52 años apenas. En 1936, Bess o Beatrice, se resignó diciendo: “Houdini no regresó. Mi última esperanza se ha ido. No creo que él pueda volver a mí ni a nadie”.
Sin embargo, Johnson va más allá. No pretende escapar de la muerte; pretende no verle la cara, evadir su aliento frío. Solo una muerte violenta podría llevárselo, más no el tiempo… no la edad. Solo cortando la cabeza de este acaudalado Highlander se podría poner fin a su eternidad. Eso cree él. Esa es su lucha.
Una vida es suficiente
Durante centurias la búsqueda de la alquimia fue la Piedra Filosofal, aquella sustancia legendaria que transformaba los metales burdos en precioso oro y otorgaba la eterna juventud, la ansiada inmortalidad.
Riquezas y juventud inacabable. Tales han sido las mayores aspiraciones de la especie humana. ¿Y una vez conseguidas qué? Ver a los hijos morir, a los nietos envejecer, la belleza del ser amado experimentar la putrefacción de la carne, dejar a los amigos atrás, ver a tu patria transformarse en lo que temías; sobrevivir a guerras y a tiempos de paz; nacer y morir una y otra vez en las dichas y desdichas del amor. Pisar el polvo de los huesos de lo que fueron tus amigos; caminar sobre los escombros de lo que fue tu casa y tu hogar. En un nuevo siglo nadie te conocerá; la música que amaste quedará reducida a un sonido de viejos, el retumbar de un reggaetón grosero será el nuevo arte.
Una, otra y otra vez verás el ciclo. Hasta aburrirte. Entonces, un día, el Highlander pondrá a voluntad la garganta sobre el fijo de la guillotina. Aburrido, terriblemente aburrido. Porque el aburrimiento también mata. Es buena una larga y buena vida, ¿pero hasta cuándo? Quede acá la duda planteada…
Si a Johnson, como dije, no le cortan la cabeza o lo pisa un carro, tal vez viva muchos años más. Por lo pronto, nadie, ni la misma Sofía Loren, ha podido escapar del implacable tiempo.
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Por: Eduardo Abusada Franco
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