Hace unas semanas, como de costumbre, iba en bici por Miraflores, cuando vi que habían puesto unos paneles frente a una llamativa y gran casona. Era en la cuadra 1 de la calle O´Donovan. Comenté en la página que tengo sobre temas de Miraflores que, al parecer, iban a demoler esa casona tan curiosa. Vecinos mucho más conocedores me informaron inmediatamente que se trataba de la casa de Julio C. Tello, el padre de la arqueología peruana, y que no se podía tumbar porque tenía declaratoria de patrimonio histórico.
La casa en cuestión fue en la que vivió el sabio huarochirano por 17 años antes de su muerte en 1947. Fue construida por el arquitecto Eduardo Rivero Tremouille. El propio Tello fue agregando elementos decorativos con motivos prehispánicos y la llamó Inka Wasi. El techo a dos aguas era lo que más se podía ver desde la calle y capturaba la atención por la suerte de cresta que llevaba.
Estando un poco tranquilo ante la información de los vecinos, me di con la sorpresa, alertado unos cuantos días después por las redes sociales, que la casa, en cosa de pocos días, fue destruida. Lo comenté en mis redes, y el mismo ministerio de Cultura me respondió un tuit y sacó una nota de prensa diciendo que la casa no tenía declaratoria de patrimonio. Fue considerada como tal hasta desde 1987, pero en 1997 una comisión técnica dictaminó que ya “no reunía los méritos arquitectónicos que sustenten su condición de Monumento”. El Mincul informó también que la casa era de estilo “neoperuano”.
Así, sin el velo jurídico que la protegía de los Caterpillar, la otrora casa del padre de nuestra arqueología volvió literalmente al polvo entre el que tanto buscó Tello las huellas de la historia peruana.
El hecho está consumado, y no se puede retroceder el tiempo. Solo me extraña la decisión de 1997. Entiendo que algo histórico, con el tiempo (salvo que esté muy deteriorado y en riesgo de colapso) se hace “más histórico”; por lo que no me hace sentido que a algo que era considerado patrimonio se le retire la condición de tal. Como sea, el tema abre el debate sobre la protección de casonas con valor arquitectónico. El tema da para largo, y el espacio acá es corto; y no parece simple de resolver. Si bien por un lado está el interés en preservar la memoria, la identidad y la belleza monumental; de otro lado está el interés de los legítimos herederos y/o dueños actuales. Es costoso mantener un bien así, y lo que puede resultar como heredar un tesoro, se hace una carga.
Por ejemplo, mi familia tiene una casona de madera en Mollendo de más de 100 años. Es símbolo de la arquitectura de las casas de pino oregon hechas en los puertos sureños. Tiene declaratoria de patrimonio. Pero mantener una casa de esas características es costoso, pues la madera necesita tratamiento, entre otras cosas. La humedad y la lluvia arrasan todo. Si haces modificaciones, tienes que ingresar un expediente al Ministerio de Cultura y seguir indicaciones muy precisas. Por su puesto, mi mamá (y yo) queremos preservar la casa, que la verdad ya siente el paso de los años. El único beneficio que dan es la exoneración del impuesto predial, no obstante, si haces “actividad comercial”, entonces ya pierdes este beneficio. ¿Cómo, entonces, haces producir el predio? Al menos era así hace unos años. No nos dan ni un baldecito de pintura. En fin, estamos viendo como restaurar de a pocos.
Se han intentado otras soluciones creativas como el derecho a vender los aires de las casonas. Algunas están en zonas donde hay permiso, por ejemplo, para 10 pisos; y venden el derecho a constructoras donde quieren elevar edificios en otras zonas, pero la zonificación solo permite 4, por ejemplo, por decir algo. Tal fue el caso, según me informaron, de la Casa Suárez, en Miraflores. Este es el también llamado Palacete (por ser una copia más pequeña que el Palacio de Gobierno). La casa fue restaurada y quedó preciosa, pero no ha tenido mucha demanda de alquiler como salón de eventos.
Así pues, por ahora las medidas para conservar las casonas con valor histórico o patrimonial, parecen insuficientes. El tema queda sin resolver y hay campo por debatir.
[Columna escriba en noviembre de 2021]
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