Como cualquier preadolescente de mi barrio quería ser futbolista. En mi caso, del Alianza Lima. Pero, además, de niño anhelaba otro oficio secreto: quería ser proxeneta (“caficho”, para los que no leen). Había visto la película ‘Pedro Navaja’ con un gallardo Andrés García y quedé prendado. El paso altivo del caficho-galán que interpretaba García, su valentía, su habilidad con la navaja y el diente de oro me quitaban el sueño. Mi padre tenía un revólver 38 Smith & Wesson plateado de cacha blanca, como el que mató a Pedro Navaja, lo que alimentaba mi fantasía. Incluso, ya bastante adulto, llevaba un reloj de pulsera Smith & Wesson. Pero entonces, de niño, ponía el papel platina de los chocolates Winter’s en mis incisivos para simular el diente de oro y hasta tenía mi navaja, que era más como la de MacGyver que como la del guapo Navaja.
En suma, para un chiquillo criado con moldes machistas —hay que reconocerlo— y con el discurso de que los hombres no lloran, Andrés García era uno de mis héroes de infancia. Lo seguí en la novela de los Hermanos Coraje y en ‘Tú o nadie’; de la cual recién me vengo a enterar que se llamaba así, pues yo la conocía como ‘Corazón de piedra’ por la canción de la introducción que cantaba Lucía Méndez.
Hijo de una estirpe militar vasca —su padre fue un héroe de la Guerra Civil española—, nació en República Dominicana. Cuando tenía 12 la familia se fue para Chile y cinco años luego recalaron en México. Allí, en Acapulco, el joven Andrés se hizo ‘mil oficios’, entre ellos fue instructor de buceo. Su apolínea figura, su perenne bigotito y sus profundos ojos verdes empezaron hechizar a cuanta dama se cruzaba en su camino. Allí también llegó un productor a rodar un filme sobre un aventurero submarinista y encontró en el hercúleo y arrebatado joven la versión en carne y hueso del personaje Chanoc, un héroe de comic.
Andrés García, el macho de América
El resto es leyenda. García filmaría casi cien películas y decenas de telenovelas. Desde siempre se reconoció un adicto a las mujeres y sabe que eso no va cambiar, pese a que está por cumplir 74 años. Se ha casado 5 veces (con la primera a 7 días de conocerla y la llevo a su casa donde tenía 5 mujeres más), se le calculan 16 hijos, y asegura haberse acostado con más de 1,600 mujeres (le creo), pero solo se ha “enamorado unas 8 o 9 veces”.
Hace poco leí un suelto que lo puso de nuevo en la noticia. Confesó que en plena escena de sexo de la película ‘Toña Machetes’ se dejó llevar y acabó haciendo realmente el amor con desenfreno con Sonia Infantes. Por cierto, también se casó con ella. Aunque alguna de sus esposas dijo que era pegalón y él reconoció solo haberle “metido un par de patadas en las nalgas por puta”, todas sus ‘ex’ lo siguen respetando. En su defensa, y sabiendo que al burro no le conviene hablar de orejas, agregó: “No tengo nada en contra de que puteen, pero que pidan permiso”. En fin, el lado macho tóxico en hombres y tolerado por sus mujeres es una carga conocida en el latinoamericanismo —bueno, en muchas latitudes a decir verdad— y más popular aún entre los machos mexicanos. Algo que, felizmente, parece cambiar poco a poco.
García se hizo el prototipo del macho latino, pero también supo ser un tipo de arrojo. ¿Qué hombre sino es lo es suficientemente loco o con los cojones bien puestos se lanzaría en una noche de borrachera y maretazo de la Quebrada de Acapulco (45 m. de altura) a cuatro metros de profundidad en el mar? ¿Qué hombre que no sea bien bragado montaría un tiburón toro a mar abierto? ¿Qué hombre vencería 7 veces la muerte, incluyendo dos veces al cáncer y tendría el valor para reconocer que quedó impotente y haría campaña para la utilización de la ‘bombita’, el implante con que lograba una erección?
Andrés García, el paradigma del macho mujeriego y también galante; el playboy buscavidas que buscaba su destino en las aguas mexicanas; el toro indomable que solo pudo ser fiel a una mujer, su madre Francisca, a quien le tenía devoción; Andrés, el aventurero Chanoc, también tiene la entereza de amar a su hijo gay, Andresito. Lo respeta con esa “sabiduría salvaje”, que explica una de sus hijas. Porque Andrés sabe, como Pedro Navaja, que la vida te da sorpresas.
[NOTA: esta columna fue escrita en 2016, siete años antes de la muerte de Andrés García a los 81 años]
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