En una esquina de Lince, desde hace varios años, don Juvencio Castillo, son sus emolientes frutados, endulza los paladares y compone la salud de sus comensales.
La palabra emoliente navega en la memoria actual de los peruanos como una barca en el mar de las caprichos del paladar y de la panza; pues no solo el adorado brebaje nos gusta en sus varias preparaciones, sino que también reporta beneficios estomacales y de otros tipos.
El emoliente, también, de manera inapelable evoca las frías tardes de bruma limeña en las que un sorbo de este concentrado parece devolver algo de vida a los transeúntes apurados. Les entibia el alma, si acaso la están perdiendo. No existe invierno sin el cálido beso de un emoliente bien caliente, como no existe barrio que se precie de ser tal si no tiene en alguna de sus calles principales uno que otro puesto emolientero que satisfaga los antojos de sus vecinos. En el barrio se puede perdonar de todo; menos que no exista su rico emoliente cerquita. Así pues, en el distrito de Lince, abundan las carretillas con la virtuosa sustancia; más una destaca, a mi parecer, entre las varias tibias opciones.
El gusto es subjetivo. Aclárese, pues, que no se menosprecia a tantos otros puestos de valía; más la creciente nombradía de Juvencio Castillo lo hace candidato firme al podio emolientero de las viejas calles linceñas. A unas cuadras del Hospital Rebagliati, este veterano ayacuchano ha llevado a otra dimensión esta bebida con su sello peruano de emolientes frutados.
Un quiosco blanco, en la esquina de la calle Domingo Cueto con José de Zela, es su trinchera. Tiene un cartel en luces de neón rojas, azules y verdes. “Emoliente Don Juvencio. Medicina tradicional”, señala. Juvencio, teñido con las canas de los años y la experiencia, agarra un vaso y comienza la danza. ¿Fresa, maracuyá, mango o tamarindo? Pregunta. Aquí esta bebida se sirve acompañado de un buen chorro de jarabe natural de frutas que le brinda un sabor refrescante y muy auténtico en comparación de los otros emolientes habituales.
Maracuyá para empezar, puesto que Juvencio nos comenta que es uno de los más solicitados. El dulce del fruto maduro en medio del espeso brebaje es lo primero que impacta. Fruto maduro y cariñoso, de color intenso. Aromático, muy aromático. Esa textura sustanciosa que posee solo puede aportarla unas buenas cucharadas de linaza en su preparación. Pero la fórmula debe ser precisa. Así, en manos de este curtido hechicero la densidad es exacta: no deja que sea un juguito ralo, ni lo convierte en mazamorra. A su vez, tiene una buena cantidad de fruta; no obstante, ello no opaca con su dulce manto el gusto de los otros ingredientes del preparado.
EL DANIEL ALDICES CARRIÓN DE LOS EMOLIENTES
Juvencio, además, nos cuenta que la magia de su emoliente radica en la cantidad de hierbas que usa en su elaboración. Prueba de ello es el atado de yerbabuena, cola de caballo, manzanilla y otras diez plantas más que va dando frescura a un concentrado de manzana, piña y membrillo en una gran olla hirviente.
Desde el año 87, cuando comenzó, a él siempre le ha gustado experimentar consigo mismo y ser su propio juez. Total, al ser medicina natural, en el peor de los casos mejoraría su salud (¿y en el mejor lograría la inmortalidad?). Así lo explica este maestro herbolario, ya que sus mezclas son capaces de curar los males que al cuerpo aquejan. Es un Daniel Alcides Carrión de los emolientes.
“Las hierbas son buenas para el estómago, para la tos también, para vías urinarias, de todo… porque tiene hierbas muy buenas. Para el riñón y para el hígado es mejor que las medicinas que venden en las farmacias porque esto natural”, anota.
Así, con ese espíritu empezó con los emolientes tradicionales y así también habría de innovar con los emolientes frutados que tanta fama —y clientela— le han otorgado recientemente. Como el alquimista obsesionado en descubrir la piedra filosofal comenzó a despertarse antes del amanecer y comprar los insumos para sus experimentos en el mercado mayorista. Eso sí, ingredientes de primera, nos aclara, para lograr un emoliente de alto estándar. Luego fue probando y probando. El milenario método de ensayo-error.
“Yo voy al mercado mayorista todas las mañanas —nos cuenta—. Ahí vienen hierbas de Huancayo, de Huaraz, de varias zonas. Vienen hierbas frescas, yo no compro hierbas pasadas, por eso es el excelente sabor. Yo empecé con mi esposa. Y empecé con el emoliente tradicional. Le añadí unas cuantas hierbas y yo pensé que podría ser un poco mejor si le agregara otras hierbas y hacía eso cada vez. Yo mismo probaba y veía que estaba muy rico. La gente que venía me preguntaba «¿qué has hecho señor en tu emoliente?». «Unas yerbitas», le respondía. En ese tiempo, los emolienteros sólo le agregaban hierbaluisa y linaza. Yo fui probando hasta llegar a mezclar 14 hierbas distintas. El frutado es el néctar de la fruta. Yo compro frutas de primera para prepararlo. Fui probando y quedó muy rico”.
El emoliente de mango es otro de los que más destaca. No sólo por su color amarillo que sale a relucir en una de las jarras en las que guarda la sangre del fruto favorito. Es bastante dulce, gran indicador de que el mango ha sido escogido por una mano conocedora. Acá el ácido agresivo del mango verde no halla puerto. Juvencio nos cuenta que a diferencia de sus otros emolientes frutados, éste ha sido procesado con una máquina especial que permite obtener la esencia de la fruta de eficiente manera. Aquí parte del secreto del brujo.
TRAS UNA NOCHE DE CHIFA, DESPERTÓ CON UN SUEÑO
Juvencio Castillo era un inquieto niño de rasgos agudos, piel morena, el pelo negro y lacio, y una mirada fija. Aunque de pocas palabras, quería comerse el mundo —o bebérselo, da lo mismo—. Sin embargo, en su natal Vilcashuaman, las oportunidades se le hacían esquivas. Hijo de campesinos explotados, sólo pudo alcanzar la educación hasta el tercer año de primaria. Fue ahí cuando decidió seguir el paso de sus hermanos y llegar a la capital, la tierra prometida.
“Cuando llegué a los 14 años, yo me he dedicado a varias cosas, desde trabajos de carpintería, construcción civil, de todo. El tiempo fue pasando. En una época yo trabajaba de noche en un chifa en Pueblo Libre. A las tres de la mañana salíamos del trabajo y me iba hasta la Plaza 2 de Mayo. A esa hora había un señor que vendía emoliente toda la madrugada y ahí siempre tomábamos. Yo veía el negocio cómo era. Ahí me salió la idea y pensé: algún día tendré mi puesto de emoliente”, recuerda. Destaca la exactitud de sus datos. La prueba palmaria de que su emoliente también es bueno para la memoria.
Hubo que esperar 18 años desde su llegada a la Ciudad de los Reyes —o los Virreyes, para ser precisos— para comenzar a escribir el relato que hogaño vive. Es así que en un minúsculo carrito en el que apenas cabía una olla, Juvencio empezó a vender emolientes en la misma esquina en donde hoy, al paso del tiempo, las crisis nacionales y mundiales y los presidentes, sigue en pie. Ellos caen, Juvencio y sus emolientes quedan.
Pronto se oye un grito: “Hola, Don Juvencio”. Es la voz de un señor que camina las calles de la mano de su pequeña hija. Juvencio esboza una sonrisa y nos cuenta que hasta ahora recuerda con nostalgia el día en el que ese amable transeúnte era un travieso mozalbete. Ha visto crecer a las generaciones de este barrio. “Yo conozco acá cantidad de personas. Yo conozco a todos. Además, mi casita aquí nomás cerca en Las flores. Yo conozco a la gente desde que eran unos chibolos, ahora son hasta abuelos. A lo lejos me saludan, me gritan «tío, ¿cómo estás?»”. No puede reprimir su orgullo, el sentirse reconocido. Se lo merece.
La conversación con don Juvencio es entrecortada a veces. La cantidad de gente que pide de su elixir no cesa. Juvencio también provee de una heladita chicha morada a los comensales de los anticuchos de Elodia, quien a solo unos metros doma corazones de res y los ensarta en palitos para júbilo de sus clientes. Elodia es paisana de Juvencio, es anticuchera, y es también su esposa y con quien tiene 4 hijos y un galopante huarique que administrar.
Entre sus clientes frecuentes también están los médicos del Hospital del Empleado que vienen a recargar fuerzas con la pócima reponedora. También uno que otro abogado de los Registros Públicos viene por su emoliente frutado para matizar con su dulzor el amargo sabor de un día entre expedientes.
EL MIGRANTE EMOLIENTERO
La figura del emolientero citadino —en general, no solo Juvencio en particular— trasciende a las mieles que puede ofrecer. Tiene también una condición que los manuales de etnografía urbana destacan: es uno de los símbolos limeños de las oleadas migratorias y del empuje por salir adelante en la ciudad prometida. Ya lo decía el legendario Chacalón cuando cantaba una de sus letras más conocidas: “soy muchacho provinciano, me levanto muy temprano para ir con mis hermanos a trabajar… solo tengo la esperanza de progresar”.
“Nosotros en la sierra no somos como acá, pero somos inteligentes y sabemos. Mucha gente de acá a veces dicen que no sabemos nada. Por ejemplo, antes éramos explotados por los terratenientes y los hacendados, nos hacían trabajar en sus chacras gratis, entonces no había progreso. Desde pequeño nos hacen pensar en Lima como progreso. El país no se ha descentralizado y a mí me da mucha pena. Muchas veces gente viene de provincia y viene para vivir en el cerro, más pobreza que en su tierra, siempre las familias vienen a Lima y creen que van a encontrar progreso. Para mí fue buena la Reforma Agraria. Yo recuerdo que cuando era chiquillo dio el golpe estado Velasco puso un cartel en el colegio: «campesino, el patrón no comerá más de tu pobreza»”, reflexiona Juvencio. Los años le han dado carácter.
La historia de Juvencio es la misma que la de muchos migrantes que, a base de esfuerzo, sin la asistencia de un Estado que les es ajeno —y muchas veces enemigo— pudo salir adelante con su familia. Es también el grito de la necesidad de una descentralización que permita a más peruanos y peruanas lograr el esperado y postergado progreso. Alcanzar, al menos, el partidor para empezar a luchar por sus sueños. Los sueños de un emolientero.
DATOS ÚTILES
Horario: De 6 am al a 12 del mediodía (desayunos); y de 6 pm a 11:30 pm (emolientes en todas sus variedades).
Precio: Emoliente frutado, vaso chico a S/ 2.50.
Dirección: Esquina de las calle Francisco de Zela con la calle Domingo Cueto, en Lince.
Lima, Lince, febrero de 2023
Por: Eduardo Abusada Franco / Alejandro de la Fuente
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Gracias por el reconocimiento de tantos años a mi padre por su ocupación de Emolientero 🫶🏽 Don Juvencio Castillo – estoy agradecida y orgullosa
Gracias por la nota , no se imaginan el impacto positivo para una persona que trabajo toda su vida
Gracias a ti a tu querido padre. 🙂