“Se puso azul como el cielo, porque es creyente de Dios; y blanco por la sonrisa, después de marcar un gol”
I
Algunos herejes aseguran que no hay que mezclar fútbol y religión, y menos política. Ellos dicen que no se debe debatir intensamente de ello con los amigos, si quieres conservarlos. Ellos parecen no saber que cuando se habla del Alianza Lima, es ineludible la religión (y también la política). En el caso de nuestro club, el fútbol es una religión, por partida doble. Qué Dios los perdone.
Tenía ocho años cuando el Fokker F27 que llevaba al primer equipo del Alianza y su gente, se estrelló en el mar de Ventanilla. La tragedia es harto conocida y trágica, pero me da pie para contar otra historia. Ser aliancista es casi una cuestión tribal, un asunto de trasmisión cultural y hereditaria. En realidad, pasa con casi todos los equipos. Uno es hincha de un club por ser el equipo del padre, del hermano, del abuelo. Tal fue mi caso. Mi papá me inició en la feligresía aliancista. No hubo rito de iniciación. Y si lo hubo, fue éste. Uno duro, un gancho al plexo solar. Aquel fatídico día, luego de recogerme —con un talante hierático que hasta miedo me dio—, papá fue por mi hermano mayor al colegio. Mi padre, que en paz descanse, era un tipo recio en momentos recios. Sin mayor trámite, le dijo a mi hermano a boca de jarro: “Se ha caído el avión del Alianza, no hay sobrevivientes”.
Entonces, yo no sabía que pasaba. Era muy niño para entender la gravedad de aquellas horas. Pero habían ocurrido dos cosas. La primera, una tragedia de alcance mundial; y la segunda, un proceso particular. Creo que en ese momento me hice hincha del Alianza como tal. Ya no solo repetía ser del equipo de mi papá, porque eso me había enseñado a decir él; sino que me sentí un real hincha. Ese fue mi rito iniciático.
Disculpen la extensa introducción, pero es a este punto donde pretendía llegar. Un segundo resorte se accionó en mí por esos días, una curiosidad tal vez. Descubrí, a la par, al Señor de los Milagros.
II
Los noticieros se invadieron con las imágenes de los jugadores. Una, particularmente, se tatuó a fuego en mi memoria. Una escena que se repite en video cada año en que se recuerda la tragedia. Un moreno enorme se acuclillaba ante una imagen borrosa apoyada entre el suelo y una columna enchapada en mayólicas blancas. Hace tres veces la señal de la cruz sobre la imagen y luego lo mismo, tres veces, en su pecho. El gigante era el legendario arquero ‘Caico’ Gonzáles Ganoza. Luego, otro hombre de traje gris, corpulento y con bigotes, se inclinaba, a su vez, ante la imagen y se persignaba. También era negro y se llamaba Marcos Calderón, el profesor. La efigie era el santísimo Señor de los Milagros.
Entonces, yo era aplicado alumno en el colegio, donde siempre obtenía los primeros puestos. Colegio regentado por monjas católicas en primaria y curas en secundaria. Cualquier seña de religiosidad, en una edad en la que se forma el carácter de los hombres, tendía a asirse a los pliegues de mi alma. Así, a la par que conocí el corazón blanquiazul, tomé real conocimiento de las implicancias espirituales y simbólicas de aquel Cristo crucificado, venerado por los futbolistas que, alguna vez, soñé ser cómo ellos. ¿Cómo no admirar al héroe de tus héroes?
Al paso de los años empecé a asistir religiosamente —valga la redundancia— a la Procesión del Señor de los Milagros. Llevo unos 25 años acudiendo sin pausa, hasta el 2020, año de la peste (como sabemos, la procesión se canceló por segunda vez en su historia en 333 años). Quiso la anécdota que la primera y única bandera aliancista que tuve haya sido blanquimorada. No he asistido tanto al estadio como hubiese querido, pero en una de mis incursiones compré una afuera; y me gustó más la morada, entre las varias que habían. No voy a comentar la religiosidad en torno al Cristo Moreno, que es materia para una larga etnografía; me centraré en lo que me más conmueve, que es el aspecto cultural y mágico de esos días de octubre. No tanto la idea de un Dios único y Supremo, sino sentir el fervor incondicional y suplicante del pueblo cuando se está cerca de la imagen. A lo largo del año, cuando me siento muy superado por mis problemas terrenales, recurro al auxilio divino y suelo ir a las Nazarenas a visitar al Cristo aliancista (para terminar, a unas pocas cuadras de ahí, en uno de los mejores y más antiguos chifas de Lima: el Ton Wa). Capítulo independiente merece la gastronomía callejera de la Procesión, comenzando por el higadito frito.
III
Las creencias religiosas, a falta de pruebas verificables en la realidad palpable, se fundan en lo incierto, en lo —apenas— creíble. “Dichosos los que creen sin ver”, dice la Palabra. Y entre tales creencias, tenía por deducción que la relación entre el cuadro ‘grone’ y el santísimo Señor de los Milagros venía desde un tiempo muy antiguo, quizás por el hecho de haber sido pintada por un esclavo negro y convertirse en imagen idolatrada por millones que la conocen como el ‘Cristo Moreno’, y siendo que el esclavismo en nuestro país fue una realidad legal hace muchísimo tiempo. Esa fue mi primera asociación de ideas durante muchos años, casi un acto de fe. Pero la historia oficial parece ser mucho más simple, mundana y reciente. Empero, como todo en la vida, hay distintas versiones. Veamos.
Una versión me la hizo llegar el periodista Javier Salvador. Entrevistó al notario Máximo Luis Vargas Hornes, quien fuera presidente del club en la primera mitad de los 1970 y a la leyenda íntima, Teófilo ‘el Nene’ Cubillas. Según esta historia, fue el ‘Chino’ Pepe –para efectos legales José Carrión Meiggs, histórico utilero del equipo y muy devoto del Señor de los Milagros–, quien incardinó una copia de la sagrada imagen en las instalaciones del club para que los jugadores le rindan reverencia y pidan su bendición antes de cada partido de local; y si Dios quería, el triunfo. Una vez que ello se hizo costumbre, el Chino le pidió al Dr. Vargas que solicitara al párroco de Las Nazarenas que la imagen pasara por el estadio aliancista —entonces en construcción— para obtener su bendición. El cura no aceptó.
Tocaba un duro partido con el temible Sporting Cristal. Por tal motivo, el Dr. Vargas solicitó al confeccionista que hiciera camisetas reemplazando las líneas azules con moradas. Ganaron los íntimos 2 a 0. Fue la primera vez que Alianza usó la blanquimorada, hogaño inamovible en cada mes de octubre. Nicomedes Santa Cruz publicó en El Comercio una de sus creativas décimas:
“La hermandad de Alianza Lima / de chompa blanquimorada / ganó por 2 a 0 que bien pudo ser goleada”.
Tras la gran difusión de la “cábala” (o el milagro), el párroco no solo aceptó que la imagen sagrada visite el estadio, sino que el anda sea cargada por aliancistas ese año. Lo hicieron el ‘Nene’ Cubillas y el Dr. Vargas.
IV
Otra versión es más puntual. El partido entre Alianza y el Cristal se dio un 3 de octubre de 1971, mes morado. Al salir al campo, el mundo del fútbol se sorprendió al ver a la escuadra vistiendo una camiseta blanquimorada. Una semana antes Alianza le había ganado al Porvenir Miraflores. Las camisetas, siendo de tela gruesa, no habían secado para el siguiente partido con los rimenses. El Chino Pepe informó el escollo al dirigente Alfredo de Souza Ferreira (descubridor del gran ‘Perico’ León, a quien llevó a vivir a su casa siendo un niño). De Souza montó en cólera y le exigió al Chino arreglar el asunto.
Como cargador del anda de la sagrada imagen y miembro de la antigua cofradía púrpura, se le ocurrió usar las telas moradas con que confeccionaban los hábitos de la Hermandad del Señor de los Milagros. El directivo casi le pega, y lo botó del club. Como sea, de blanco y morado, con goles de Cueto y Cubillas, los grones ganaron a los celestes. De Souza llamó de nuevo al Chino Pepe y le dijo que aliste los uniformes de la suerte —y de la fe— para el próximo partido ante el Manucci, en Trujillo. De allí en más, cada octubre, llueve o truene, Alianza cambia las sedas blanquiazules por las blanquimoradas. De esta versión también ha dado fe Armando Levau, uno de los hombres vinculados al club que más conocen de la historia aliancista. Tuve ocasión de conocerlo alguna vez, pues trabajé en un periódico frente a su oficina y le consultaba, justamente, sobre temas asociados al Alianza.
V
Aún queda algo por comentar. Como aficionado a la historia, conversé al respecto con el historiador del fútbol Jaime Pulgar Vidal. En su libro El Clásico. El inicio de una rivalidad (Mesa Redonda, 2014), afirma que la procesión del Señor de los Milagros era una manifestación afroperuana que la Iglesia, en sus inicios, no aceptaba. Hacía referencia a un rasgo de religiosidad popular, más no oficial. Los afroperuanos, en aquellos siglos (XVIII, XIX), formaban parte del mundo marginal. Se dedicaban a oficios diversos, como el de albañil, costurera, choferes, etc. En ese grupo se circunscribían las clases sociales del pueblo, junto a los negros. Todos ellos acudían a la Procesión. Y son estos grupos marginales, no necesariamente afroperuanos, los que fundan Alianza Lima en 1901.
Fueron, específicamente, los vecinos del Jr. Cotabambas, en el ahora llamado Cercado de Lima. Acá hay un dato de interés para nuestra historia. Eran vecinos del corral de caballos (aún no era un stud) de quien sería el presidente de la República que ha durado más años que ninguno: Augusto B. Leguía. Pulgar Vidal lo explica de esta manera:
“Adicionalmente, resulta muy llamativo, que el brazo derecho de Leguía, que era presidente de la Cámara de Diputados, Foción Mariátegui, admite que apadrina a Alianza Lima; pero que lo hace cuando Alianza Lima se funda en el año 1901, lo que es imposible porque ese año, los jugadores de los que él habla, tenían 8 añitos. El Libro de Oro, de El Comercio, dice que fue el año 1911, pero no presenta pruebas. Yo creo que fue el año 1910, porque recién ese año aparece en los periódicos un equipo llamado Alianza jugando fútbol. Como era gente marginal, gente no bien vista en la sociedad, que era una sociedad clasista y racista —como ahora, no hemos cambiado demasiado—, a esos jugadores no se les permitía el ingreso a un campo de futbol oficial porque era muy costoso, en una época en que había pocos campos de fútbol. Incluso los equipos de obreros eran apadrinados por el patrón, por el dueño de la fábrica. Entonces, Alianza Lima necesita al padrino ideal para entrar al mundo del fútbol, y lo consigue de su vecino, siendo que ya para ese momento, el año 1910, el corral de caballos de Leguía era ya un stud. Buscan a Foción y le piden un apoyo. Yo creo que Foción consultó esto con Leguía que era presidente. Unos dicen que es Foción el que apadrina”.
Sea como fuera, aquella asociación era una forma de conectarse con los sectores de la calle, que demandaban derechos y salían a protestar.
No obstante, de lo que no quedan dudas –y esto alimenta la tradición morada de Alianza Lima– es que, precisamente, ya siendo presidente del Perú, Leguía apadrina la Procesión de El Señor de los Milagros y hace forrar el anda con los adornos de plata, como es vista hasta nuestros días.
Es así que el Cristo Moreno salta de los sectores más rezagados, de los esclavos, hasta las clases más poderosas de una ciudad —y una república— variopinta. Juntos y momentáneamente revueltos, la contradictoria masa se da cita cada octubre. Me permito en este punto citar a otro Mariátegui, el Amauta, quien escribió:
El cortejo del Señor de los Milagros es abigarrado, heterogéneo, inmenso, amoroso, devoto, creyente. Es aristocrático y canalla. Junta al dechado de elegancia con el ejemplar de jifería. Hay en él dama de buena alcurnia y buen traje, moza de arrabal, barragana de categoría, mondaria plebeya en arrepentimiento circunstancial, criada y fregona humildes. Y hay por otra parte, varón pulcro y de buen tono, obrero mal trajeado y mal aseado, mendigo plañidero, hampón atrito, gallofero fervoroso y campesino zafio y rústico, todos ellos codeándose sin disgustos, grimas ni desazones. / Los zambos y los hábitos mantienen un jirón típico de la tradición (…)”.
Los favores solicitados al Todopoderoso han ido cambiando con las épocas. Al inicio era clemencia ante los terremotos en la Ciudad de los Temblores. Aplacada un poco la ira del Señor, ahora unos piden salud, trabajo, dinero… y cientos de miles, por supuesto, que gane el Alianza Lima. Porque Alianza Lima es como la Procesión misma. A Matute cae una masa variada, llena de fe y tradición popular. Es negra, blanca, marrón, roja, azul y morada. Es el pueblo llano y también el pueblo alto. Es el Alianza Lima de los Milagros.
Por: Eduardo Abusada Franco
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NOTA: Crónica publicada con permiso de su autor en el libro A LA VICTORIA VOLVEREMOS.
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1 comentario en «Una historia blanquimorada. De cómo Alianza Lima usa la camiseta morada y blanco en octubre»