Era un espejo enorme, casi de pared a pared. Diría que de 2 metros de alto por casi 4 de largo. De dos cuerpos, dos bloques exactamente iguales. Ciertamente no era un espejo muy fino, pero sí muy grande. A mí no me gustaba, en realidad. Me parecía de mal gusto, como un espejo de discoteca puesto en una casa residencial. Pero mi hermano y mi mamá dicen que da “profundidad” al comedor. Estaba allí, en el comedor de la casa, por unos 25 años, un cuarto de siglo, cinco lustros, dos décadas y media.
Lo habíamos traído del departamento de la Residencial San Felipe, donde vivíamos antes, al llegar de Mollendo. No lo compramos, sino que cuando nos vinimos a Miraflores alquilamos el departamento. Uno de los inquilinos fue un mal pagador y peor inquilino. Se fue sin pagar dejando todo en desorden y sucio. Se fue rápido, como escapando, y no le dio tiempo para llevarse ese espejote que él mismo puso. El siguiente inquilino no lo quiso, así que hicimos pintar todo el depa y nos trajimos el espejo. Quedó en nuestro comedor de Miraflores por décadas.
Luego de mandar unos documentos, estaba por hacer mi sacrosanta siesta cuando sentí el ruido. Un estruendo enorme, por partes. ¡PUM, PAM, PUUUMMM! Escuché tres caídas, tres truenos. Cuando uno siente ruidos así en casa solo puede pensar que ha ocurrido una tragedia. No estaba mi mamá, pero sí Elsa, mi nana. Uno siempre imagina lo peor ante tales ruidos sorpresivos. Pensé que Elsa se había caído contra la mampara de vidrio de la sala. “¡Elsa, Elsa, Elsa!, ¿estás bien?”, grité desesperado. A la carrera bajé casi resbalándome porque estaba solo con medias que se deslizan en el parquet.
Mi nana estaba parada, sin moverse, como un poste. Acaso analizando la dimensión del desastre. “¿Por qué no contestas?”, dije alzando la voz. Me miró y dijo con una expresión de congoja, pero con voz extrañamente neutra: “Se ha caído el espejo”.
Estaba allí, entre pedazos grandes y pequeños, el espejo que se había hecho parte de nuestra rutina diaria. Primero se despegó el cuerpo de la derecha de su bastidor y en su caída derribó un macetero, para luego arrastrar al cuerpo de la izquierda. Por eso escuché tres estruendos encadenados. Felizmente nadie salió dañado físicamente, ni personas ni mascotas —tenemos cinco—.
Imaginé de pronto el cuento de Ribeyro titulado Los roperos, los viejos y la muerte. Pensé que era como el espejo en que se reflejaron los antepasados del personaje, célebres y solemnes políticos, con sus reflejos atrapados para siempre en el cristal; convirtiéndose aquel espejo en un portal entre los vivos y los muertos. Aunque en mi familia directa y nuclear no ha habido políticos —felizmente—, ese espejo del comedor reflejó tantas veces a mi padre fallecido en los almuerzos domingueros. A mi abuela Ruth y a mi abuela Olga. Los tres fallecidos en este misma casa de Miraflores, y uno también velado acá, en la sala, a metros del espejo roto. Como en el cuento del Ribeyro, pensé que allí podían estar atrapados sus reflejos, sus imágenes, moviéndose, como con la invención de Morel. Pero ahora estaban quebrados, hechos añicos. El espejo, como los cuerpos mortales, se deshizo.
Solo atiné a pensar: “considerando el tamaño, esto debe ser unos 77 años de mala suerte”. Llamé a mi mamá para advertirle de lo ocurrido y que tenga cuidado al caminar. De pronto surgió entre el matriarcado de mi casa las sugerencias de qué hacer con el difunto, con el mueble roto:
– Me han dicho que debemos tirar los pedazos rotos al mar para cortar la mala suerte —dijo mi madre.
– ¿Pero, cómo se te ocurre? Eso hasta debe ser delito de contaminación y alguien se puede cortar —le expliqué.
[Aunque la idea no deja de parecerme poética. La primera vez que el hombre vio sus reflejos fue en el agua. Es una forma de devolver el ente que refleja al agua, de donde vino. No sé si un espejo se diluya en el mar y en cuánto tiempo. Como no sé de ciencia de los materiales, mejor ni intentarlo]
Recogimos uno a uno los trozos grandes y chicos y los pusimos en cajas. Me corté un poco el antebrazo. Mi mamá se lamentaba diciendo que eso temía que podía pasar, como sintiendo que ya llega la maldición. La Tina, mi otra nana, me recordó que debía evitar reflejarme en los pedazos rotos, que también era de mala fortuna. Cosa imposible, por cierto, a menos que sacara a ciegas los pedazos.
Mamá insistió en que barriéramos muy bien, que no debía quedar nada, ni el más minúsculo resto. Solo así se evitaría el mal agüero.
Me deshice de las cajas con los escombros en una ferretería que me recibe desmonte. Ahora es problema de ellos, me dije.
A la tarde-noche, al regresar a casa, sentí un penetrante olor, ligeramente mentolado. Lo que vi, más que tranquilizarme, me dio miedo. Mi mamá y Tina estaban con esas latas de leche Gloria que venden frente a Las Nazarenas sahumando la casa con palo santo. Mamá estaba en camisón, seguida por Tina. El humo las envolvía. Parecían dos Brujas del 71: entre una imagen cómica y fantasmal. Para asegurar el contrahechizo, mi mamá inventó un conjuro y decía: “Señor Jesús, bendice este casa, aleja el mal”… o algo así. Francamente, no recuerdo si alguna parte de la doctrina católica dice algo respecto a espejos rotos.
Salí esa noche a dar una vuelta y mi mamá me advirtió que debo tener doble cuidado, que el mal o la mala suerte está al acecho.
Ya mandé a pintar la pared donde estaba el gran espejo. Quedó como un rectángulo amarillento. Ahora se ve toda blanca, pulcra. Sin embargo, sigo sintiendo un vacío. Mi suerte sigue siendo la misma.
Por: Eduardo Abusada Franco
Seguir a @eabusad IG: @eduardoabu79
OTROS ENLACES RECOMENDADOS POR PLAZA TOMADA
- Una historia blanquimorada. De cómo Alianza Lima usa la camiseta morada y blanco en octubre
- Entrevista completa a Gustavo Gutiérrez, del libro ‘Conversaciones» de Santiago Pedraglio
- Hermandad del Señor de los Milagros: la fe inquebrantable que sostiene al Cristo Moreno
- Presentación de «Palestina, anatomía de un genocidio»
- Jacobo Hurwitz, el hombre de Stalin en América Latina
- Lhakpa Sherpa: la Reina de la Montaña
- Baco y Ariadna: el triunfo del amor
- La muerte de La Panzona
- Anthony Bourdain y yo: De cómo un desconocido quiere vincularse con una estrella
SIGUE A PLAZA TOMADA EN YOUTUBE:
Comenta aquí