“¡Coche a la vista!/ ¡coche a la vista!/¡es el Zorro Yangali!… sobre la tierra, sobre el asfalto / demostraste tu gran valor / nadie ha podido pisarte el poncho, orgullo de mi región”, reza un nostálgico huaylas en honor al primer cholo puro y duro, y provinciano de pura cepa, que en un tiempo en que el automovilismo era un deporte para blancos, limeños y con plata, se alzó dos veces seguidas con el Gran Premio de Carreteras Caminos del Inca; tatuando así para siempre, con fierros y sangre, su nombre en los anales de este deporte.
Por: Eduardo Abusada Franco
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Respondía al nombre de Teodoro Yangali Valencia ante la oficialidad, pero para el resto era solamente el ‘zorro’ Yangali. Rostro cobrizo, mira adusta, bigotitos a lo Cantiflas y 1.60 ms. de envergadura era la cilíndrica estampa de este indómito churcampino adoptado huancaíno que un buen día se compró un Mustang y les demostró a esos pilotos de Lima de qué madera estaba hecho. Ya había participado en rallys desde 1964 en el Circuito de Mantaro y en el Autódromo de Coto-Coto, pero sería en ese épico año 1971 cuando Yangali empezó a cincelar su mito.
El hoy Caminos del Inca empezó a correrse en 1966 con el nombre de Gran Premio Nacional de Carreteras. En sus primeras ediciones era señoreado por Henry Bradley en su ‘Avispón Verde’ y por el legendario Arnaldo Alvarado, ‘el Rey de las curvas’. Para 1970, Teodoro, siempre con su hermano Elías como copiloto, empezaron a figurar en los podios, siendo los más veloces en la Clase D de Turismo Mejorado, haciendo morder polvo ese año al propio Alvarado, al que le sacó considerable ventaja; aunque en la clasificación general campeonó Bradley.
El Zorro Yangali corría con un camión
Los Yangali se habían conseguido un Mustang Shelby GT 350 Hertz. Era un auto muy trompudo y ciertamente lo hacía impropio para cruzar la endemoniada topografía de los Caminos del Inca, la única carrera en el planeta que sube hasta los 4,883 msnm, donde tanto los autos como los pilotos sufren del mal de altura. No cualquiera lograba culminar la maldita ruta Lima-Huancayo-Cuzco-Juliaca-Arequipa-Lima, donde más de uno había perdido la vida, y muchos menos en un Mustang; aunque don Arnaldo Alvarado ya lo había conseguido.
El ‘zorro’ Yangali no podía ser menos. Los especialistas decían que corría en un “camión”, lo que para el huancaíno era una ventaja, pues había forjado estas tenazas que tenía por brazos en su oficio de camionero transportando minerales por toda la sierra. Conocía de memoria los vericuetos del ande, y hasta algunas versiones ilusionadas aseguran que no usaba hoja de ruta y se metía por atajos desconocidos para cualquier mortal, horadando las entrañas de la cordillera si era necesario. Hasta se dudaba de su mortalidad, pues alguna vez, antes de ser piloto de competición, fue a caer en su camión por un puente y, aunque malherido, sobrevivió.
Así, en la sexta edición del rally, en 1971, el Zorro se volvió ver rueda a rueda con don Arnaldo en la Clase D de Turismo Mejorado. Otra vez el ‘Rey de las curvas’ se limitó a ver las huellas del huancaíno, destronando a Bradley en la general. Si algún temerario creyó que fue pura suerte la del “paisanito”, como lo llamaban también con cariño, Yangali le hizo tragar sus palabras al año siguiente.
Acorazado en su ronco Mustang, siempre junto a su hermano Elías, se convirtió en el primer bicampeón de la competición. La última etapa, Arequipa – Lima, fue una batalla homérica contra el chalaco Guillermo Arteaga. En el trecho de la Esperanza (Ica) hasta Pucusana, Arteaga hundió el acelerador hasta el chasis para darle caza al Zorro. Kilómetro a kilómetro los pilotos se batieron escribiendo una página que es pura poesía de alta cilindrada en la historia de Caminos del Inca. Sin embargo, la historia ya estaba escrita. “El zorro pierde el pelo, pero no las mañas” dice un refrán y canta Raphael, y a más de 200 kms. por hora lo aprendió Arteaga cuando Yangali volvió a cruzar la meta victorioso. “Es un verdadero zorro”, diría después el chalaco.
En los años posteriores Yangali siguió corriendo y ocupando respetables posiciones. Pero como toda leyenda, su propio mito le comenzó a pesar, y sobre todo, a castigar el bolsillo. Las carreras de autos precisan de fuertes inversiones, y aunque el inicio lo auspiciaban empresas de transportes interprovinciales, el Zorro, terminada la carrera, era un camionero humilde y bonachón. En la competición de 1981 se accidentó en La Oroya y acabó en el hospital con múltiples traumatismos. Empezó el momento del retiro y el inacabable camino de la nostalgia.
Inmortalizó al Mustang en Perú
Aquel divorcio siempre inconcluso entre el hombre y la máquina, no sólo colocó al héroe en la posteridad; también puso a nivel de ícono a su fiel corcel: aquel Mustang perennemente empolvado, la obra maestra de Lee Iacocca. Al igual que en los EE.UU. en los años 60´s y 70´s, donde las ventas de autos los lunes se definían por el modelo que ganaba en Nascar los domingos, al ver en las primeras planas a Yangali con su Mustang, muchos en el Perú querían el suyo propio. En 1965 se hicieron apenas en el mundo 35 Mustang GT 350 Shelby Cobra para carreras y ¡5! terminarían llegando a un lejano país llamado Perú, los cuales fueron usados para correr Caminos del Inca y otras competiciones. Incluso, en el registro internacional de Shelby hay una sección que se llama The Peruvian Connection, por la cantidad de estos modelos que llegaron a nuestras tierras. Los apus salven al Zorro.
Por: Eduardo Abusada Franco
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