La primera vez que vi a Edgar Guillén, en persona, me gritó. Siendo estrictos, ahora que lo escribo, ya lo había visto antes. Hace algunos años fui a buscar a un amigo a un teatro en Miraflores. Estaba algo perdido en el lugar, que era como una galería. Abrí despacio una puerta y quedé ante un hombre en un escenario. El tipo estaba actuando y cualquier movimiento mío podía interrumpirlo. Me dispuse a deshacer mis pasos con mucho sigilo para que no notaran mi intromisión.
Por: Eduardo Abusada Franco
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No sabía qué papel estaba interpretando aquel actor, o acaso si solo estaba ensayando (no había mucha gente y era temprano). Ni siquiera entendía el argumento, pues ya lo agarré empezado. Sin embargo, quede allí, como si hubiera recibido la mirada de la Gorgona, de piedra, encantado. Cada palabra del actor era un hechizo, la pasión que le ponía, los altos y bajos en su voz, la cadencia, todo era hipnótico.
Estuve allí, detenido en la misma posición, petrificado varios minutos, apenas permitiéndome respirar para que nadie note mi presencia, hasta el final. Y así, con cada músculo de mi cuerpo inerte, quedó grabada en mí una de las piezas teatrales más bellas que conocí.
El «Ricardo III» de Edgar Guillén
La interpretación era un monólogo adaptado de la obra Ricardo III, de Shakespeare. El actor, el ínclito Edgard Guillén. Con el tiempo vi la obra de nuevo, pero en la tele y por YouTube. Supe luego que Guillén, ya bastante mayor, estaba poniendo en escena aquel monólogo en su casa de Pueblo Libre y también hacía “teatro delivery”. Se le podía contratar con un grupo de amigos para que vaya a casa o algún lugar y haga allí el fabuloso monólogo. Por uno u otro motivo, fui posponiendo mi visita, hasta que llegó la pandemia. Amenguados los estragos del virus, el inacabable Guillén, con 84 años, nuevamente abrió las puertas de su casa-teatro y tuve, ahora sí, la decisión de ser el primero en llegar luego de dos años de los tiempos de la peste.
Él mismo abrió la puerta y nos invitó a conversar de lo que gustemos. Como suelo ser puntual, agarré el mejor sitio en su sala, que es también su escenario y su platea. Les llama a las escaleras que van al segundo piso, su “palco”. Empero, tengo la mala suerte de que muchas veces me persiguen los problemas. Aún era temprano, pero ya estaba llegando gente, y pedí ir al baño. El segundo piso, donde estaba el baño, era algo oscuro. Abrí por un error una puerta que no era y se escapó su adorada gatita. Guillén, que además de actor de mucha experiencia y arte, tiene fama de ser muy temperamental, me dio una merecida reprimenda. En fin, felizmente logré capturar nuevamente su gata, que rogaba no me arañe, porque era enorme el felino ese, parecía una pantera.
Como sea, la interpretación de Ricardo III fue tal como la recordaba. Con 84 años, Edgar Guillén logra que la fuerza en la caracterización de los personajes mantenga esa magia que transmite a los espectadores, esa electricidad que trepa por la piel en cada verso de Shakespeare. Incluso la potencia de su voz y el brillo de sus ojos siguen firmes, con la ilusión de un chiquillo. Disfrutando hasta el paroxismo su arte.
El actor, durante una hora, hizo un desgaste tremendo. Se echaba al suelo duro, se levantaba una y otra vez como si de pronto se volviese ingrávido, cambiaba de roles de un personaje a otro totalmente opuesto; del extenso parlamento, no falla una sílaba en su memoria. Me sorprendió su energía ya luego de tanto camino andado.
Terminada la obra, nos invitó a hacer preguntas. En su voz grave y paciente, cada respuesta dejaba traslucir al hombre que ha recorrido los curvados caminos de una azarosa existencia. Si estaba buscando personajes mayores con sabiduría de vida, supe entonces que Edgar Guillén —a pesar de que me gritó por lo de su gatita— debía estar en mi libro. Así que me puse a buscarlo y revisar entrevistas previas que le habían hecho.
La imagen que me había hecho de don Edgard no era del todo justa. Viendo los videos de sus entrevistas pude apreciar a una persona afable, amable y justa; aunque de posiciones muy firmes. Decidió vivir solo del teatro, toda su vida, y así lo hizo.
No me contestaba el teléfono y simplemente fui a su casa y le toqué el timbre. Estaba algo enfermo, pero me abrió la puerta y fue muy cortés. Pensé que simplemente ya no quería dar entrevistas, pero me dio otro número, uno fijo, y me dijo que lo llame luego. Calculé algunos días para que se recupere de su gripe y al llamarlo lo encontré de otro ánimo. Un tipo encantador, la verdad. A pesar de que aún tenía cierta mezcla de respeto y miedo, me tuvo al teléfono varios minutos, como si quisiera hablar con alguien. Me dio cita. Muy puntual llegué ante el actor de muchas millas, ante el danzante apasionado, ante el rebelde iconoclasta y contumaz, ante la estrella que rechazó la contaminación comercial de su arte y prefirió la soledad, ante el niño tímido que se quedaba horas apoyado en el alfeizar de la ventana al ver el mar por primera vez. Ante el joven que cruzó el océano en un barco con un puñado de billetes a la caza de su destino. Sin saber, acaso, que el destino estaba en la sala de su casa. Pero era imperioso recorrer el camino y sus vaivenes.
Con bastante torpeza y aun con cierto recelo para no decir algo inadecuado, le empiezo a contar de mi proyecto, buscando las palabras precisas para que no suene a que estoy buscando personas a las que le queda poco tiempo; sino que precisamente por haber conocido tanto, puedan decirme de qué se trata —en sus experiencias y con conocimiento de causa— esto que llamamos vida.
Y DE REPENTE, EL MAR
Yo quiero entrevistar gente mayor, que pasen los 80, pero con experiencia de vida… gente que ha vivido, y uno puede decir ya estoy como al final…
[Me interrumpe] …estás de regreso, de vuelta. Voy a cumplir 85.
Precisamente de eso se trata el libro; si siente muy largo el cuestionario, otro día podemos continuar…
Yo soy muy reacio a estas cosas, te aviso. Me he peleado con la prensa, tengo pésima fama con la prensa. Porque no aguanto…
Claro, pero lo que quiero es reflexionar sobre la vida.…
… o mejor hablar sobre la muerte, que ya estoy cerca.
He hecho ya unas entrevistas y tengo unas que hice hace años… [le menciono los nombres de algunos, que lamentablemente ya han fallecido]
O sea vas a esperar que se mueran todos para publicar.
[Me hace sentir un poco extraño, de cierta manera y quizás involuntariamente, descubierto]
No, no, apenas acabe lo voy a publicar. Quería empezar un poco con la parte biográfica.
Yo soy arequipeño. Toda mi familia es arequipeña. Nací el 21 de febrero de 1800 … [ríe por su broma]… de 1938, en la misma ciudad de Arequipa.
¿Allí vivió su infancia?
Hasta los 5 años. O sea, tengo muy breve memoria. Por el trabajo de mi padre, que lo nombraron tesorero de la Beneficencia Pública de Puno, tuvimos que migrar a Puno. Mi infancia transcurrió en Puno. Y mi padre amó Puno de tal modo que mandó a construir una casa preciosa. Un chalet suizo, que la hizo un suizo justamente. Una belleza. Allí viví una infancia muy desgraciada. No fui feliz en Puno.
¿Por qué?
Era un chiquito muy especial, muy enfermizo.
¿Cuántos hermanos eran?
Cuatro. Mi papá Leonidas Guillén Zaconet, mi mamá Rosa Mendoza Nuñez. Mi mamá mollendina, mi papá arequipeño.
¿Zaconet?
Guillén Zaconet. Tenía descendencia de los fotógrafos famosos Zaconet. Por ambas partes he heredado (un lardo artístico). Pude ser un gran dibujante. Lo digo ahora porque no puedo ni hacer una letra. Pero (entonces) dibujaba muy bien. Allí están mis dibujos debajo de la escalera. ¡Esa era mi vocación! Yo de chico en Puno lo que pensaba era que iba a ser un dibujante, pero no hubo incentivo. Mi padre era un tipo muy… imagínate a un contador. Un tipo maravilloso, lindísimo. Hasta ahora guardo los mejores recuerdos. Yo viví con él acá hasta el año 79, en que murió; porque estas casas las hizo mi papá.
Pero, ¿por qué no le gustaba Puno?
En Puno me crié en un jardín de la infancia y tengo un solo amigo del jardín que está aquí, y que es de mi edad y nos vemos de vez en cuando. Había un colegio Maryknoll, de los padres de Maryknoll. Cosa extraña en Puno. Y mis hermanas estudiaban en el Colegio Santa Rosa, que era un colegio de monjas españolas [ríe].
¿Ud. es el mayor, menor, del medio?
Mi hermana Chela, la mayor, de noventa y tantos ha muerto. Aníbal, que ha muerto de 88. Mi hermana Doris, que tiene 93; y yo, que tengo 84. Soy el bebe de la familia [sonríe].
Entonces no le gustaba Puno.
No es que Puno no me gustara. Como se dice las cosas te van según te va en la feria. Era un niño muy engreído. Me pusieron en este colegio Maryknoll, que era un estupendo colegio, dirigido por estos curas americanos. Ahí me vino el hablar inglés. Pero era un Puno de otra ralea. Era un Puno de la época de los grandes hacendados, donde había millonarios impresionantes y que no conocían Puno.
Sin embargo, ¿cómo eso afectó su infancia?
Es que no era un chico sociable. Me fue muy mal. Tenía muy pocos amigos. Siempre fui muy introvertido.
¿Y hasta qué edad estuvo en Puno?
Vine al primer año de media acá (a Lima). Y desgraciadamente me pusieron en el Guadalupe. Lo cual hizo que mi vida fuese más desdichada aún. Porque era un colegio militarizado, un colegio machista. Aunque era un buen colegio todavía en esa época, era un colegio famoso. Pero yo lo detestaba, porque el que propuso eso fue mi cuñado, el marido de mi hermana mayor. Mi madre era católica hasta la médula, y dijo “yo a Edguitar lo quiero poner en un colegio católico de todas maneras”. Y mi cuñado, un milico, dijo “Noo, Rosa, los hombres se hacen en Guadalupe. Suficiente. Fui puteando, poco más o menos, a Guadalupe; y era un alumno pésimo.
¿Llegó a acabar la secundaria allí?
No, claro que no. Aguanté dos años. Mis padres estaban vendiendo la casa de allá (en Puno) con miras a venirse a vivir aquí. Cuando ellos vinieron yo vivía alojado en casa de mi hermana Doris, que vivía en Chorrillos. Entonces, cuando vino mi mamá, le dije “o me cambian de colegio…”, no sé como se lo habré dicho: “o me suicido o me escapo”. Y mi mamá inmediatamente me cambió al colegio La Merced, que quedaba detrás de la Iglesia La Merced. Allí la pasé muy bien, era un colegio pequeño.
Su hermana fue una presencia fuerte, ¿no?
Mi hermana Chela, que se casó con este milico que me llevó a Guadalupe. Se fue muy joven, fue un abandono según mi psicólogo, que me dijo “tienes un niño doblemente abandonado, porque tu hermana te dejó”. Pues mi hermana como que me adoptó, yo era una cosita así. Ella era una mujer hecha y derecha. Casó a los 21 años y yo tenía 5. Se casó y se vino a Lima y yo me sentí absolutamente abandonado. Lloré un año calladito en mi cama todas las noches.
Alguna vez le escuché decir o leí, no recuerdo bien, que usted conoció el mar en Mollendo, cuando iba de vacaciones a Mejía. Yo soy de Mollendo.
No de vacaciones. Sino que una vez, por equis razón, mi mamá me llevó muy chiquito a Mollendo a ver a mi abuela, de la cual tengo un vago recuerdo, pues también iba a Puno a veces. Recuerdo que yo me pegué a la venta de la casa mirando el mar, que me parecía… lo que es. Había visto el lago, pero el mar era una cosa que se pierde en el horizonte.
Encima que el mar de Mollendo es embravecido.
Pero por supuesto. Y las peñas… No me podía mover de allí ni para comer. Eso es todo lo que recuerdo de Mollendo.
HISTRIÓN DESDE SIEMPRE
Lo más frecuente es que uno vaya encontrando su camino personal en las idas y venidas, en las caídas y levantadas. Muchas veces el camino se presenta como un azar. No obstante, si te detienes un rato y empiezas a ver los pequeños detalles de tu infancia, de pronto te das cuenta que lo que creías sortilegio, en realidad tenía una ciencia inquebrantable, una lógica exacta. Empiezas a reconocer las señales en el pasado, y comprendes que lo que te pasó no fue una casualidad; que los oráculos de tu existencia estaban de acuerdo desde siempre. Guillén se matriculó para estudiar Medicina, pero ya desde antes su futuro estaba marcado por el histrionismo.
Entonces, pasando a su etapa de estudiante, llega a la Universidad de San Marcos.
Pero llego al Teatro de San Marcos.
¿Cómo así?
Ingresé a Medicina, pero antes pasé, no sé si fue el azar o qué, por donde estaba el Teatro Universitario de San Marcos en el Jr. Lampa y veo un afiche enorme, que decía “TUS: Teatro Universitario de San Marcos. Talleres de tal hora a tal hora, de tal fecha a tal fecha”. A mí siempre me había gustado la cuestión histriónica, sin saberlo. Yo hacía actuaciones en mi casa y obligaba a mis padres y mi familia a que me vieran. Mis juegos eran de tipo histriónico, sin darme cuenta. Me ponía capas, volaba…
¿En el colegio participo en algunas obras, recitales?
Era el número uno recitando.
Me decía que se quedó viendo ese aviso…
En eso sale un señor bajito. Me mira. Era la época en que andábamos de camisa y corbata. Era muy jovencito. Sale y me mira y dice “¿Ud. no quiere ser actor?”. Yo me quedo mirando y pienso quién es este señor. No sé qué le habrán contando. La cosa es que me hizo un cuestionario allí en la puerta y terminó preguntándome de dónde era. Le dije que era arequipeño. “Por favor, pase”, me dijo, porque más arequipeño que él no había. Era el doctor Guillermo Ugarteche Chamorro. Él había sido director general de la Escuela Nacional de Arte Escénico. Se acabó eso y fundó el Teatro de San Marcos, que le dio un auge fenomenal. Me hizo pasar a la oficina, me pintó el cielo de colores y yo caí como un saco allí en manos de un gran maestro, don Luis Álvarez. No hay otro actor igual hasta ahora en Lima como él, no existe; y dudo que exista en mucho tiempo. Pero don Lucho no tuvo la suerte de hacer cine. Era un actor singular. Fue de gira a México con la obra de Enrique Solari Swayne y se lo quisieron quedar. Era un tipo de la talla de Ignacio López Tarso.
Del que leí que Ud. era bien amigo es del poeta Juan Gonzalo Rose. ¿A él lo conoce de San Marcos?
No, no era bien amigo. Eso es falso. Lo digo porque es verdad. Él era íntimo amigo de Ugarteche Chamorro. Las clases se daban en un aula; y Ugarteche Chamorro tenía una oficina muy pomposa, con una importante biblioteca de teatro peruano, y yo veía que entraba este muchacho, al que yo conocía porque vivía cerca de la casa de mi hermana en Chorrillos. Era un tipo que me miraba así de reojo. Pero yo me di cuenta que empezó a aguaitar las clases. Se quedaba horas con Ugarteche Chamorro. Termino el curso, ya iba yo a debutar como actor en Ratones y hombres, con Alonso Alegría, en el año 60, el 7 de octubre. Yo cuento ese como mi día de nacimiento como actor y de Alonso como director. Y no recuerdo las fechas porque ha pasado tantísimo, pero sí recuerdo que en el patio me para Juan Gonzalo Rose y me extiende un libreto. Y me dice “Edgard, esto es para ti”. Vengo, la leo y me quedé paralizado. Era bellísimo. Era un honor. Era una obra de ciencia ficción que la he hecho hasta ahorita.
Juan Gonzalo era bien bohemio, ¿no?
Completamente. El hecho de que yo haya hecho Carnet de identidad hace pensar que Juan Gonzalo me escribió la obra porque era mi íntimo amigo, y no es así. A Juan Gonzalo le debo haber llamado atención, en los ejercicios que hacíamos, y dijo “este es el chico soldadito Tino Berussi, que yo tengo acá”. Ya después nos hicimos amigos.
Hace un rato me decía que cuando vino acá no había mucho cine.
No había cine peruano. Pero cine sí había, el mejor. Teníamos salas de cine de lo mejor, donde se veía el mejor cine del mundo, cosa que no pasa ahora. Existía el Biarritz, que estaba en el Jr. De la Unión, donde solo se daban películas francesas, alemanas o danesas. Y el cine Le Paris, que era puro Francia. También el cine Metro, que tenía trato directo con la Metro-Goldwyn-Mayer.
¿Usted ve mucha televisión siendo actor?
No.
Creo que no le llama mucho la atención.
Hice mucha televisión antes de irme a Europa. Pero cuando la televisión no era tan mala como ahora. Tenías a un Pablo de Madalengoitia; tenías a un Juan Gonzalo Rose, que escribía los guiones de los programas; tenías a Felipe Sanguinetti, que era un escritor estupendo que ganó un premio de dramaturgia peruana, escribía una serie que hicimos con Pablo que se llama Usted es el juez. Eran casos reales que recogía Pablo y en todos los casos que él recogió, la gente estaba presa. Y cuando dábamos el capítulo que correspondía a la semana, la gente opinaba porque escribía [cartas], y siempre absolvían al personaje. Eso era increíble.
¿En qué época cree que la televisión empieza a degenerar a lo que es ahora?
Me estás hablando de un medio que conozco muy poco, y que lo desprecié de cierta manera.
Y bueno, usted también fue un aventurero. En un momento dado se fue a Europa…
Yo fui a hacer teatro en toda Colombia. Como yo no tenía ninguna obligación de enviar dinero al Perú, ahí ahorré mi platita, en una cámara fotográfica de estas viejas [enrollado como un rollo de fotos]. Hasta que un día se deshizo la compañía (de teatro), y tuvo que hacerse del muerto la dueña del Teatro Colón. Entonces nos dio el pasaje a cada uno de vuelta. Yo lo canjeé el mío. Dije “ya no voy a Perú, voy a comprar mi pasaje en barco a Europa”, sin saber qué iba a pasar. Realmente, una aventura. Compré mi pasaje en el Virginia de Churruca y me fui a Cartagena de Indias y de allí tomé el barco con mi maletita. Dieciocho días en alta mar. Hoy eso sería un crucero que costaría miles de dólares. Era [el Virginia de Churruca] un barco carguero pero que tenía clase A y B. Yo compré la B, que era la más barata. Pero no sabes lo que era la clase B. Tenía piscina, un comedor fabuloso, camarotes, etc. Y en la clase A habían dos viejitas, que eran las únicas dos, y se pasaron todo el viaje con nosotros.
Respecto al teatro en esas épocas, ¿siempre fue caro ir al teatro? Porque ahora es algo caro.
No, antes no creo que era tan caro. Recuerdo yo salas llenas de teatro. Yo trabajé mucho con el Teatro de San Marcos y siempre presentaban obras y se llenaban.
Su “tesis doctoral” fue Shakespeare. En los últimos años se hizo más célebre su monólogo de Ricardo III. ¿Cómo hace ese vínculo con Shakespeare?
Él me llamó y me dijo “haz esto”… [se ríe con ganas]. Como comprenderás, uno se enamora de Shakespeare desde que comienza a hacer teatro. Yo mi examen lo hice frente a Lucho Álvarez; frente a Leonardo Arrieta, que era un regio actor viejito; frente a Ugarteche Chamorro; frente a un director chileno. Recuerdo el monólogo que yo hice. Me dieron el texto. “Amigos, romanos, compatriotas. Prestadme atención. Vengo a inhumar a César, no a ensalzarlo. El mal que hacen los hombres les sobrevive; el bien queda frecuentemente sepultado entre sus huesos” [fragmento de Julio César, de William Shakespeare]. ¡Cómo me puedo acordar hasta hoy de lo que dije la primera vez en mi vida parado arriba de un escenario dando el examen! Es el monólogo de Marco Antonio cuando matan al César.
Hace poco falleció Peter Brook. Mencionándolo en una entrevista que le vi, decía que el silencio del público puede ser mucho más elocuente que el aplauso. ¿Qué tanto siente un actor con los aplausos? ¿Es solo ego?
A los actores nos gusta que nos aplaudan, sin lugar a dudas. Pero te digo por experiencia que el silencio es elocuentísimo. El silencio más terrible es cuando justamente has tocado una fibra, la más profunda del público, y se queda que no sabe qué hacer. Acá me ha pasado en varias obras. He tenido que salir de allí [de la escena] y decir gracias; allí recién se alocaban.
EL TEATRO MÁS PEQUEÑO DEL MUNDO
Aún no me dedicaba al periodismo, pero ya sentía atracción por este oficio. Había escuchado historias de periodistas legendarios, bohemios impenitentes y cultísimos. En esa búsqueda por entrar al místico mundo de los hombres de prensa —los de verdad— , hice amistad con un reportero que trabajaba en televisión y un buen día me propuso ir a conocer a un señor que era leyenda en las antiguas salas de redacciones. Christian Vallejo, viejo cronista de La República. Poseedor de una personalidad hechizante y dueño de una fealdad apabullante. Algunos colegas pillos lo apodaban ‘Nosferatu’. Y ciertamente se le parecía. Por el tiempo en que lo visité, vivía en un cuarto bastante rudimentario en un hotelito frente al periódico. Sin más compañía que rumas de diarios viejos, torres de libros y cigarrillos que jamás conocerían versiones light. A simple vista parecía bastante acabado. Dientes muy amarillos por el tabaco, escasos pelos caóticos jugando en su cabeza informe y cargaba una bolsa de colostomía. Si uno lo veía a algunos metros, pensaría que el tipo estaba desahuciado. Pero al estar ya a en espacio de conversación, la risa que irradiaba era contagiosa, casi hipnótica. No estuvimos mucho rato, pero en ese lapso conocí a una de los eres con la personalidad más encantadora que recuerde. Este lucífugo ángel desterrado del inframundo se hizo amigo (aunque don Edgard tenga alguna versión ligeramente disímil) de nuestro entrevistado y fue el que dijo que Guillén tenía el “teatro más pequeño” del mundo, ya que hizo de la sala de su casa de Pueblo Libre el escenario de su arte y su pasión.
Su amigo, el periodista Christian Vallejo dijo que Usted tenía el teatro más pequeño del mundo…
[Me interrumpe] Christian Vallejo jamás fue mi amigo tampoco. Christian se prendó un día de mí. Él tenía eso. De repente una bailarina. Y le daba y le daba y le daba. Si eran mujeres, tenían que ser las más bonitas. Entonces, me agarró un cariño el hombre como periodista; que me llamaba por teléfono con frecuencia. No sé si te han hablado de él, un tipo muy simpático.
Yo lo fui a visitar una vez en un cuarto en que vivía frente a La República.
Eso es después. Él dormía en La República porque no tenía donde vivir. Dormía en un sofá. Y no se casaba con nadie. Entonces él me llamaba por teléfono y me decía “Edgar, hoy he amanecido con un deseo profundo de hacerte una entrevista; pero eso sí, espérame con café negro y déjame fumar”. Tocaba la puerta, entraba y yo me sentaba allí. Y él caminaba, y caminaba muy mal, porque tenía problemas en los pies. Fumaba como un loco. Cuando se iba, pensaba, ¿me ha entrevistado realmente? Porque escribía un artículo que era una belleza.
Lo recuerdo. Tenía una ganada fama de feo. Nosferatu, le decían. Guillermo Thorndike, que fue director de La República, alguna vez me contó que uno de los redactores que se sentaba adelante de él, volteó su escritorio. Y le dijo por qué había desordenado la sala de redacción. Y el hombre le dijo sobre Vallejo: “yo no puedo tener los ojos de ese loco en la nuca”.
Hay que ser malo para hacer eso [ríe]. Era feo como cualquier otro feo. Era un tipo con un encanto…
¿Sabía que se llegó a casar?
… pero espérate, la anécdota es la siguiente. Me hizo las mil y una entrevistas. Me sacó en la portada de La República: “El teatro más pequeño del mundo”. Eso fue el regalo de mi vida. Esto paraba lleno. Y siguió haciéndome entrevistas de tres páginas a todo color, porque yo daba mucho que hablar por los temas que tocaba acá, que eran muy fuertes también. Y él venía. Pero un día de tantos, sale una foto enorme y me llama un amigo y me dice “Edgar, ¿qué ha pasado? Acabo de ver La República, te han cerrado la casa”. Compro La República y había una foto así mía [hace gesto de grande con sus manos] con un parche negro: “Le cierran el local a Edgard Guillén”. Y yo dije “esto no puede haberlo hecho más que alguien que me conoce mucho, pero que está mal informado”. Y me fui a La República corriendo. Christian lo había hecho. Luego me enteré qué había pasado. Tengo como veinte homónimos. En El Peruano había salido que al fulano de tal Edgard Guillén le han cerrado su licorería, su bar, no sé qué. Le dije “¿cómo me haces esto, francamente?”. Me retiré y nunca más supe de él. Entonces, cuando yo ya terminé de escribir mi libro, que era un sueño acariciado largo tiempo, que lo publiqué con la ayuda de una gran amiga millonaria [le pagó la impresión] peruana que vive en Estados Unidos, dije que tenía que dedicarle el libro a alguien. Y dije a Christian Vallejo. Las entrevistas y las charlas con él eran suficientes. Voy a La República, digo “por favor, quiero hablar con el señor Christian Vallejo”. Y el chico de la recepción se queda así y me dice “perdón, el señor Christian Vallejo ha muerto”. “¡¿Cómo?”, le digo. Me quedé helado. Entonces pedí que me contacten con el que tenga que ver con la página cultural. Pedí que me den una foto de Christian y no querían. “No, no, a mí me van a dejar entrar, porque yo de aquí me llevo una foto de Christian de todas maneras”, les dije. Subieron a hablar con ese hombre. Me dijo que era un poco complicado. Le dije que no es ninguna complicación porque supongo que actualmente tienen un archivo computarizado. “Así que me tienes que dar una o dos fotos de Christian Vallejo ahorita”, le dije. Entró un señor muy amable, muy apacible, me dijo “Sr. Guillén yo soy el encargado del archivo, vamos”. Y me dio dos fotos. Elegí la foto más linda, estupenda. Se me ocurre que se la ha tomado una de las amadas de él, tiene una luz que le cae, y está con su pucho.
Recuerdo que al final de su vida hizo una amiga por Internet, una española, y se casó…
Eso me lo contaron, cuando yo ya me enteré (de su muerte)… La anécdota es muy linda. Él tuvo contacto por Internet con una chica española, pero él se hizo pasar… o sea, era Christian Vallejo, pero no era ese rostro. Así que un día no pudo más y le dijo “mira, sabes qué, en verdad éste soy yo”. Y la chica se enamoró más. Vino acá, se casó; y Christian se murió al poco rato.
Volviendo al teatro, con esto de los unipersonales, ¿es una manera en que uno es actor y director a la vez?
Claro. Para mí el unipersonal ha llenado mi vida de grandes satisfacciones personales. Yo antes dirigía mucho. He dirigido incluso comercialmente, pero con ciertos límites. Me llamaron por ejemplo para competir con Cattone, pero yo no quería eso. He dirigido con elencos de primera. Gloria María Ureta, Carmen Gordon, Hernán Romero, Eduardo Cesti… elencos de primera.
Eduardo Cesti, el popular Gamboa.
Eduardo ha sido uno de mis íntimos amigos de joven, cuando yo llegué de Europa en el 66, desde esa época. En el 68 ya había formado mi grupo, Pequeño Teatro, que duró varios años, donde hice cosas lindísimas. El actor tiene esa opción: o haces lo que ace Cattone, o haces lo que hago yo.
Bueno, me estaba contando su fase de director y los unipersonales…
Entonces, dirigí muchísimo; pero yo era muy amigo de Mario Delgado, director del grupo Cuatro Tablas, quien desgraciadamente ha muerto muy joven. Yo tenía una gran atracción por ese tipo de teatro, donde tiene que ver mucho Peter Brook y tiene que ver directamente Eugenio Barba, y Grotowski. Entonces Mario un día me dice “Edgard, ¿por qué no te integras a Cuatro Tablas?”. Yo tenía un huésped acá alojado que era de Cuatro Tablas. Me dijo “flaco, ¿por qué no vas?”. Y todas las mañas, a las 6 am, tomábamos un micro acá atrás para llegar a Cuatro Tablas. Así durante un año. Me foguee con todo este tercer teatro, mal llamado o bien llamado tercer teatro. Le decían así, porque así como el tercer sexo, era diferente. Tenía otra manera de ser y de ver. Yo me encandilé. A mí me educaron con Stanislavski, que para mí sigue siendo el padre del teatro, fue el primero que se encargó de desentrañar cómo era la mecánica del actor. Entonces, Mario viene un día a almorzar y me hizo dar un taller de Stanislavski en Cuatro Tablas. Un día me dice “me voy a Europa” —porque el viajaba mucho—, y me dijo “¿qué te parece si a mi regreso hacemos un trabajo tuyo?”. Yo acababa de ver un trabajo de él, La agonía y la fiesta, un trabajo sobre César Vallejo que era una maravilla ¡total! (…)
[Llevamos más de una hora conversando y nuestro personaje apenas se ha movido, solo para saborear los bombones que traje como presente. De pronto, pide permiso para ir al baño. “Un comercial y regreso, como decía Ferrando”, me dijo. Sube las escaleras con dificultad, pues ya se le han adormecido las piernas. Ciertamente, con la mitad de su edad, yo también ya necesitaba darme una caminadita. En el descanso estiro las piernas, aprovechando para ver los cientos de afiches, fotos, infografías, relacionados al teatro y su trabajo actoral, que hay por toda su casa. Mi intención con esta charla era hablar más sobre la vida y la sabiduría que dan los años, pero Guillén sigue conversando un montón sobre teatro. Vive y respira teatro. Pero, bien visto, ¿no somos todos, acaso, actores representando el rol protagónico de nuestras vidas? Si la biografía del viejo actor ha sido la historia de sus representaciones; ergo, ¿hablar del teatro no es, entonces, hablarme la vida misma… de su vida? Además, me maravilla ese acto de resistencia, de alguien que dejó todo el circuito comercial para dedicarse de lleno a buscar la interpretación perfecta, el teatro químicamente puro, buscar entre los misterios y la ciencia de este arte lo más sublime que puede dar. Lo veo en los afiches de las obras que representó. De pronto es Ricardo III, como Isadora Duncan, o un contorsionista entre los claroscuros de su alma inconforme; siempre buscando, al encuentro de la ejecución suprema, aquella que justifica nuestra existencia y nos acredita ante los que quedarán. ¿Puede alguien dedicarse solamente a su arte, a una sola actividad? Dejó todo, o no quiso que nada se entrometa en su búsqueda. Sin pareja, sin contratos, en soledad, solo soportado por su amado perro Oso. ¿Es un fanatismo? Tal vez. Y Guillén vive su obsesión hermosamente bien.]
Baja las escaleras, contento. Le gustas conversar. Sigue donde se quedó:
Ahí nace la idea mía. Hicimos un trabajo que fue brutal. Fue un trabajo antiteatral, si quieres decir. Pedimos el Peruano-Norteamericano de Lima, en Jr. Cusco. Así podíamos cerrar el telón y poner 30 sillas acá y 30 sillas acá, y actuar en medio. Mario en un escritorio ahí, yo en un taburete ahí y la puerta de salida ahí. Era un trabajo absolutamente visceral donde yo me cuestionaba hasta el haber nacido… el por qué hago teatro y para qué hago teatro. Y por eso se llamó Ya no quiero más los viejos papeles. Y Mario me decía “los viejos papeles se pueden hacer, pero de otra manera”. Esto tuvo un efecto muy fuerte en mí. El resultado fue muy lindo. Nunca supimos la opinión de la gente, porque no saludábamos. Terminaba la obra, yo me vestía, decía “buenas noches, estoy muy agradecido; esta noche me he sentido menos solo que otras veces”, y tomaba un taxi y me venía acá. Nunca supimos, más que a través de los diarios. Fue muy polémico, porque la gente del teatro naturalmente decía “están locos”. Rompíamos todas las convenciones habidas y por haber del teatro.
Y otro ejercicio no convencional de la actuación fue hacer teatro en su casa, y también teatro delivery, ¿fue una apuesta de rebeldía?, ¿Por qué sale de todo el circuito “comercial”?
Justamente por los unipersonales. Éstos me han dado … [piensa unos segundos] … son mi vida.
Justamente también le llamó el “teatro-vida”.
Entonces yo dije qué hago dirigiendo a otro actor que lo que está esperando es cómo va actuar, con quién va a estar, qué bonito va a salir y el argumento tal. Los unipersonales siempre han sido un acto de auscultar muy profundo de un autor; pero sobre todo, mío. Yo me he filtrado a través de Chéjov, a través de Emily Dickinson.
¿Usted como director era muy renegón?
Me tenían terror.
Digamos, que toma una postura por un teatro de soledad, también.
Claro, el unipersonal es un trabajo de soledad.
La soledad es un tema que ha estado presente no solo en su obra, sino también en su vida. Incluso la ha compartido más con sus mascotas. ¿Cómo asume esa soledad?
Es que yo no he tenido tiempo para amar, ni para dejarme amar. No he tenido tiempo.
¿La compañía de las mascotas se puede considerar una compañía como tal?
¿Pero cómo no? Cuando se murió Oso [su perrito], casi me muero yo. Vivió 18 años conmigo. Salía a recibir al público. Ahora último tuve a Misha [su gatita, a la que conocí], que ella me adoptó en la calle. Yo no tenía mayor acercamiento a los gatos, pero ella me mordió tres días seguidos, en diferentes sitios. Está abandonada, me la llevo. Ha muerto post pandemia.
MAESTRA VIDA
Al transcribir esta entrevista sentía en el tono ligeramente ronco y pausado de mi entrevistado una sensación de paz. Es apasionado, claro que sí; pero transmite cierto sosiego a los que habla. Como si los escuchara y les conversara casi aconsejando, con paciencia y cariño. Pero, a su vez, sentí mucha soledad. O creí sentirla. Lo imaginé escuchando discos, sentado solo en la sala de su casa, cuando todos ya se han ido, cuando la función ha terminado. Se me figuraba guardando las ropas usadas en cada presentación, lo veía acariciando la intrincada y bella corona de utilería de Ricardo III (obra de mi amigo y vecino Jota Hurtado, por cierto), que asemeja a la corona de espinas de Cristo. Cada movimiento en la soledad de su casa teatro. De pronto, tuve pena. Y lo vuelvo a escuchar. Retrocedo el audio, para ver si en verdad he escuchado lo que dice sobre el amor, del cual parece un desencantado; y más aun quiero escuchar de nuevo cuando recita las palabras de Marco Antonio. La piel se eriza al escuchar su voz. Así, de golpe, la pena, se esfuma. Este hombre, Edgard Guillén, escogió su vida, todo lo quiso hacer, y decidió ser un militante tenaz de su soledad. Fue un acto de volición, no de imposición, ni de resignación. La soledad, así escogida, puede encerrar también la felicidad.
Siendo joven, ¿imaginó que así iba a ser el futuro, que los teléfonos, los celulares por ejemplo, serían tan avanzados? ¿Qué tanto ha cambiado el mundo?
Recuerdo claramente que en claramente que en Puno teníamos un teléfono con manizuela. Te contestaba la central y decías “señorita, me comunica con el 234”. Yo era así [pone la mano a la altura de un niño pequeño]. Yo recuerdo, en esa época, haberle dicho a mi papá, clarito, “¿tú te imaginas que existiera un aparato que sea capaz de llamar y que tu vieras a la persona que está en Estados Unidos y que hables con ella?”.
O sea, usted ya estaba como Julio Verne o un futurista.
Pero dime tú, te lo cuento de verdad. Y ahora que veo esto… digo, mejor pues. Además, las juventudes de ahora no tienen la capacidad del asombro, porque ya tienen todo listo. Pero si yo me pongo a pensar en cómo funciona un teléfono y la Internet, es una cosa mágica.
Veo que Usted se ha podido a adaptar al Internet, tiene página de Facebook.
Al internet, no al teléfono. El celular me parece absolutamente repudiable.
¿No puede con el celular?
No es que no pueda, yo tuve teléfono. Pero lo que me hizo dejarlo fue lo que veo ahora. No seré víctima de eso. La gente almuerza viendo (el celular). Mi sobrina nieta se sienta a la mesa y saca el celular y no habla con nadie. Dije no, con eso ni hablar.
Hablando de otros temas más “existenciales”, ¿ha hecho todo lo que quería hacer en esta vida o queda algo pendiente?
Creo que he hecho todo lo que quería.
A su edad, ¿hay cosas de lo que uno se arrepiente… o es como que ya corrió mucha agua bajo el puente como para estar arrepentido de algo?
Creo que no. Porque cuando tienes mi edad, no sé si a todos les pase, supongo que es muy personal, siento como muy cerca la muerte. Pero no me asusta tampoco. Antes sí le tenía mucho miedo, ahora no. Digo, bueno, la muerte es un proceso natural.
Me dijo que no ha tenido tiempo para el amor a sus casi 85 años. Y la pregunta que yo tenía anotada era “¿si ha conocido el amor?”.
Lo que tú quieres saber es si he tenido parejas, si me he enamorado de un hombre o de una mujer. Eso no.
¿Nunca?
Me he enamorado de seres, pero así a la distancia…
Pero, ¿cree que el amor existe o la gente se casa así por costumbre?
A los años que tengo, yo tengo una visión terrible de lo que es el amor. Porque es una trampa fenomenal de la naturaleza para tirar y procrear, nada más. Por ejemplo, los matrimonios de ahorita, tiran, hacen dos hijos, y a los 2 o 3 meses chau. No hay amor.
Pero debe haber alguien que sí esté enamorado…
Noo, mentira. Mi padre y mi madre estuvieron juntos ve a tu saber por qué.
Bueno, hay mucho la idea bíblica de María y José juntos, el modelo religioso de matrimonio.
Pero claro. Mi madre era una mujer católica, cómo se iba a divorciar. Un divorcio en esa época era pecado mortal.
¿Qué lecciones le ha dejado la vida? Tal vez es muy general la pregunta.
[Piensa unos segundos] Lecciones…
Tal vez, por ejemplo, el hecho de tomar la decisión de no ir a Medicina, que probablemente era más seguro, y estudiar actuación.
No me arrepiento de eso, al contrario. Si yo volviera a nacer, me gustaría ser bailarín, cantante y actor.
Cuando la edad va avanzando, ¿siente que empieza a perder la memoria?, ¿es cierto ello?
La memoria de los nombres. Curiosamente, cuando me remiten muy atrás en el tiempo, soy capaz de acordarme del monólogo que yo hice frente a mis profesores [cuando se graduó de actor en TUS, ver página donde está esta respuesta]. Recuerdo la primera obra clásica que llegué a hacer en San Marcos, ya como actor. Recuerdo que hacía del príncipe Astolfo y tenía que decir un texto. “Bien al ver los excelentes rayos, que fueron cometas. Mezclan salvas diferentes las cajas y las trompetas. Los pájaros y las fuentes siendo, con música igual, y con maravilla suma, a tu vista celestial, unos, clarines de pluma; y otras, aves de metal”. Entonces me acerqué al director y le dije ¿quieres que explicarme qué coño quiere decir esto? Y nunca me olvidé, hasta hoy. No llegué a hacer el papel, porque no quise. La vida es sueño, de Calderón de la Barca.
¿Qué es lo más difícil de envejecer?
Eso, envejecer [ríe].
¿Pero en qué momento empieza a sentir que el cuerpo ya falla tal vez? Yo tengo 43 y hago deporte casi a diario, y creo que aún tengo la velocidad de mis 20, pero la verdad es que no. ¿En qué momento un dice ‘ya soy mayor’?
A mí eso me está pasando ahora, post pandemia. Porque antes de la pandemia yo hice un espectáculo, que pena que no lo hayas visto, que era un tremendo derroche de energía. Porque era un homenaje a Kazuo Ohno. Meterse en eso fue para mí un mundo absolutamente loco.
¿Eso supuso un esfuerzo mental y físico terrible?
Pero, imagínate. Yo me tiraba al suelo, me paraba, corría… gritaba. No decía ni una palabra. Fue maravilloso. Cada noche era una catarsis.
¿A qué edad le gustaría regresar?
No quisiera regresar. Y si hay que regresar, como te decía, me gustaría ser bailarín y cantante.
DIOS Y EL MÁS ALLÁ. REFLEXIONES FINALES
La vida dicen que enseña, que uno se vuelve sabio con los años. Pero veo que los seres humanos tienden a repetir los errores. ¿No debería uno aprender?
No creo que la vida te enseñe nada. Mentira. La vida está en ti. Entonces, ¿qué te enseña? Simplemente eres un aprendiz de cómo vivir. Eres tú el que va aprendiendo a vivir y de pronto te das cuenta que has metido la pata o que has hecho algo que no debías o que aún no has hecho lo que debías.
¿Cree que en esta sociedad tan acelerada, a las personas mayores ya no se les considera o se les relega mucho?
Bueno, mi tendencia a la soledad está cantada a gritos desde que empecé a hacer teatro solo. Fíjate que a mí me han invitado —lo digo sin falsa modestia— a veinte festivales mundiales de teatro con mis unipersonales, no como otra cosa. La invitación era a mí, no como (parte de una) compañía (de teatro). En esa época no era tan mayor, pero ahora sí siento un poco… no es que te releguen, es que yo mismo me he aislado. He heredado eso un poco de mi papá. A parte te tengo que contar que yo soy depresivo.
¿Piensa mucho en el pasado? ¿Es nostálgico?
No, ahora último ya no. Sueño mucho. Sueño pero de una manera así atroz. De una forma como no he soñado nunca. Soy un gran director (de mis sueños), Peter Brook es un asco a mi lado [ríe]; porque mis sueños son… cosas que solo puedes ver y hacer en los sueños. Pero despierto con la sensación de que esto ha sido verdad. Entonces yo llego a pensar que la muerte podría ser el instante ese en que te apagas e inmediatamente se abre la otra dimensión. (…) Yo tuve un psicólogo que me dijo “tú cuando sueñes, escríbelo”. ¿Pero cómo iba a soñar y escribir? Uno se programa. Soñaba algo, agarraba el bloc y semi dormido escribía una frase. A la mañana siguiente leía esa frase y se me venía todo.
¿Piensa mucho en la muerte?, ¿tiene miedo a ella?
No, no sé cómo es la muerte. Pero no me queda más que aceptarla, ¿no? Por ejemplo, te cuento que ahora último, hace una semana, me duele mucho este pulmón cuando hago determinado movimiento. Entonces, digo, cáncer será; pero me interesa un pepino. Es como que tomas conciencia que, bueno, te tienes que acabar. Hay que morirse, simplemente.
¿Cree en Dios, que hay algo después de esta vida?
Yo más creo que hay otra dimensión. Einstein decía que hay una tercera dimensión pegada a la nuestra y tan tangible como ésta. (…) Hay una vida paralela.
¿Cree que allí se vas a encontrar quizás con papá, mamá, hermanos?
No pienso en eso. Sí se han ido amigos muy queridos y amigas; mi papá también, mi mamá. Digo si hay otra dimensión, ¿cómo será pues? De pronto están ellos.
Finalmente, ¿existe la felicidad, ha sido feliz?
Sí, he sido feliz a mi manera, claro. Imagínate, pedirle ese afiche [señala un bello póster en su sala-teatro-escenario] a un gran diseñador gráfico peruano, al cumplir 30 años [de unipersonales] y hacer una retrospectiva en el Peruano-Norteamericano. Todas esas imágenes soy yo, hechas por él. Miren qué belleza.
Entonces, ¿qué es la felicidad?
Nada, el hecho de hacer eso y de seguir produciendo, porque en diez días hice nueve unipersonales.
Lima, Pueblo Libre, julio de 2022
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