Una Lima invivible. Hiperinflación, terrorismo, desempleo, corrupción, delincuencia, pandillas, barras bravas. Esa es la Lima de mitad de los años 80s e inicios de los 90. La ciudad a la que yo también llegué de niño por esas épocas. Y así la recuerdo.
Abajo de todo eso, un grupo suburbano bucea entre las miasmas de una ciudad vociferante. Es Adrián R. y su grupo de punks subtes. Este año recién leí Generación cochebomba, la novela que Martín Roldán Ruiz —parte de la generación subterránea de aquella década— publicó en 2007. Intensa, fuerte, sentimental, cruda. Como se debe escribir: desde los huesos, los intestinos y el corazón.
Le pedí una entrevista al autor, acá se les traigo. Hablamos de los varios tópicos que toca su libro, de ese retrato de una generación que creció sin esperanzas, pero que, pese a todo, sobrevivió.
Por: Eduardo Abusada Franco
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Hola Martín. Gracias por tu tiempo para esta entrevista. Entiendo que tu novela —como en realidad en cada libro de todo escritor— tiene algo de autobiográfico. Es conocido que tú eres de una barra al Alianza Lima, como lo son unos de los personajes de tu libro. ¿Cómo así entras a ese mundo y a los grupos de la cultura subte —subterránea—? Cuéntame un poco de tu adolescencia…
De hecho, sí tiene algo de autobiográfico, en lo referente a mi pertenencia a la movida subte, desde la adolescencia. Esta experiencia me dio el material para poder armar una ficción. Pero, no es tanto mi vida en los años 80, porque no soy tan narcisista como para escribir sobre mi vida, sino, más que ella, traté de recoger el espíritu de haber crecido en esos años con un contexto social extremo. Cosa que espanta a algunos puristas de las letras; bueno, cada quien escribe desde sus posibilidades, necesidades o desde sus carencias.
Particularmente siempre me ha interesado mi posición —así como el momento— en la sociedad que me ha tocado vivir. Yo no creo que el ser humano sea una isla, creo que las circunstancias determinan su forma de ver y sentir el mundo; por eso, creo que ése no sentirme un punto aislado en el mapa me animó a tratar de plasmar el sentir de un sector de mi generación. No de toda. Sin embargo, no me quedó otra que titularla Generación cochebomba.
Mi ingreso a la movida subte fue por ese afán de búsqueda de mi lugar en el mundo y el momento que estaba viviendo. En ellos encontré el espacio donde poder desarrollar mis ganas de expresarme frente a esa situación. Los subtes cuestionaban todo, no solo a la sociedad sino también lo que iba más allá, como el sentido de la vida. Ese espacio me dio todo lo que yo buscaba para poder desenvolverme y poder plasmar mis inquietudes adolescentes.
Lo de la barra llega después, y obedece más a un sentido de identidad o de pertenencia. Mi llegada fue en búsqueda de un escape, sin saber que en las tribunas iba a encontrar amistades que se han convertido en hermandades, por las emociones que se viven siguiendo a un equipo de fútbol.
¿Mi adolescencia? Transcurrió dentro de lo normal en Breña, con carencias y necesidades, pero tampoco me moría de hambre. Mi barrio muy roquero también, fue lo que me hizo encontrar en la música una manera de afrontar la realidad de manera contestataria. El rock me hacía sentir rebelde. Por eso, de escuchar rock clásico y las primeras bandas de Heavy Metal, me entusiasmé por el punk, el hardcore y la movida subte.
¿Cómo podríamos definir la “contracultura” o cultura subte en corto?
Como sabemos, la contracultura es una expresión artística que se define en tiempos convulsionados, o posterior a ellos. En ese sentido, como su nombre lo indica, la contracultura no sigue los patrones de la cultura oficial; es más, se opone a ella y al sistema vigente. Se levanta como voz de protesta y expresa, generalmente, el grado de insatisfacción que las personas tienen por cómo está configurada la sociedad. Lo subte, si bien se apoyó en el rock, no solo abarcó la música, abarcó otras expresiones artísticas; por eso ahora no se habla solo de Rock Subterráneo sino de Movida Subterránea.
Con todo esto podemos definir lo subterráneo como una expresión de insatisfacción frente al momento de crisis total que se vivía en los años 80. Por eso se definió con características propias de la contracultura como es: objetivos en contra, como la sociedad peruana a la que consideraban una sociedad de mierda, o, las bandas de rock comercial; ideas comunes, como lo contestatario; en estética, está el minimalismo, el dadaísmo, el surrealismo y la estética del punk; en cuanto a música, hay estilos dentro del rock a partir del punk, como el hardcore, la new wave, el dark, el techno, el pop y la fusión; también símbolos e iconografía punk y anarquista reflejada en dibujos y grafitis; y una temática común: la denuncia, el inconformismo, lo existencial.
¿Esa “contracultura” de los años 80, la época en que se ambienta Generación cochebomba, es revolucionaria, anarquista, política de algún modo? Es más, ¿puede haber una contracultura sin carga política, quizás solo estética en cuanto a la música y el arte? Entiendo que por naturaleza, porque emerge de la rebeldía de la generación joven vigente del momento, suele ser opuesta al poder de turno, antisistema al sistema de turno.
En su momento pensábamos que era revolucionaria, porque estábamos bien creídos que podíamos cambiar el mundo, pero después nos dimos cuenta que no, que lo más importante para cambiar el mundo era cambiar nuestros pequeños mundos, y hasta ahí nomas llegamos. Pero creo que fue uno de los logros más importante que me dio la movida subte a nivel personal. Luego está lo que ha logrado en el siguiente nivel que es lo colectivo. Y sí, fue revolucionario en lo que concierne a lo artístico, porque para mí estableció la vanguardia en el aspecto musical porque a partir de lo subte, las corrientes rockeras que emergieron a partir del punk 77, tuvieron un espacio de cultivo y desarrollo que han marcado las mejores producciones del rock peruano de los últimos años. Y no me equivoco al decir que también se puede aplicar a las demás expresiones artísticas que secundaron la movida del rock subterráneo como es la poesía, las artes plásticas, lo audiovisual, etc.
En cuanto a lo político, de hecho, la contracultura tiene una carga política; y la movida subte sí la tuvo, en el sentido de oponerse a un sistema de cosas que estaba mal (y que sigue mal), pero de lo que sí careció fue del aspecto ideológico, que le hubiera sumado una propuesta nueva de cambio, coherente y direccionada hacia objetivos concretos. Quiero decir que si la canción de Narcosis decía: “Hay que destruir, para volver a construir”, pues lo fácil era destruir lo que estaba presente según la propuesta subte, pero lo difícil era: “Ya, pero ¿qué proponemos como reemplazo?”. Probablemente la influencia anarquista pudo haberle llenado ese vacío, pero no pasó más allá de lo anarquista como libertad individual, porque construir algo nuevo implica comprometerse, y eso no sucedió. ¿Pero por qué no se dio? Creo yo que la movida subte, en su rama más radical, fue una movida adolescente y no se le podía pedir más; porque ir más allá implicaba contradecirse. Ojo, que en los 90, que yo considero una etapa distinta del rock subte de los 80, sí hubo esa propuesta con el Anarkopunk, pero esa ya es otra historia.
Suele decirse que uno es rebelde solo de joven, que luego, ya de viejos, nos hacemos parte del sistema. Lo he visto muchas veces. Incluso en los más rebeldes. Que eran subtes y ahora hasta son fanáticos religiosos y conservadores. ¿La rebeldía, el deseo de cambiar el mundo, tiene fecha de caducidad, por qué se apaga?
“Incendiario de joven, bombero de viejo” dice el dicho, ¿no? [risas]. Es verdad. Y también lo he visto. No sé si la rebeldía tenga fecha de caducidad, pero creo que al ver la vida con mayor experiencia te vuelves más analítico y no tan impetuoso, y buscas que el impulso de cambio que tenías sea más coherente para realizar un verdadero cambio, no solo “Hay que destruir…”. Una cosa es ser rebelde y otra ser revolucionario. Un rebelde se opone a algo sin mayor reflexión, como un anti todo. Un revolucionario busca de manera sistemática e ideológica un cambio del sistema. Entonces, lo subte fue una movida rebelde y adolescente que de manera individual pudo haber alimentado cuadros revolucionarios que se unieron en su momento a la subversión, los cuales, equivocados o no, eran los únicos que tenían un proyecto de cambio mediante la lucha armada.
Ahora, en cuanto a los exsubtes… a mí también me ha sorprendido ver esa situación. Se supone que lo subte despertó en nosotros el espíritu crítico y no ser un borrego más, manipulado por los medios y los políticos; es decir, no dejarse llevar por la masa, ser la oveja negra. Pero, con ciertas situaciones de la coyuntura política y social del país, en estos años, he visto reacciones de esos “subtes” que han hecho aflorar como propias todo lo que antes criticaban, incluso llegando a rozar lo fascista, racista, etc. En realidad, creo que su confort burgués los empuja a defender el statu quo, y condenar a los peruanos que no gozan de ese bienestar y tienen el derecho a reclamar. Su prédica extrema de libertad individual los hace ponerse del lado de posiciones fachas, de manera consciente; o, quizás inconsciente, que sería lo peor, porque lo subte enseñaba a estar con los pies bien puestos en la realidad.
Lo que más me sorprende es de aquellos que caminaban con nosotros, los que andábamos en el Hueko y nos considerábamos del bando misio de la movida, lo que se denominó misiopunks, porque éramos de los más rabiosos y críticos, incluso algunos mantienen estándares de vida igual a esos años, pero ya olvidaron que una manera de ser digno era criticar, no aceptar las desigualdades en todo sentido. Pero, creo que han preferido claudicar o han claudicado desde hace años y lo tenían bien guardadito. Daniel F dijo en una entrevista “El que estuvo en esto y se salió, es que realmente nunca estuvo”. Cosa tan cierta.
En cambio, de los otros no me sorprende, de los que llamaban pitupunks o punks pitucos, porque a las finales la pertenencia de clase prevalece, la clase siempre se impone, sus orígenes clasistas burgueses mandan en su personalidad. Y, por más que de chibolos cantaban a favor de la igualdad y la justicia, realmente enmascaraba lo que mandaba en sus espíritus y que ha aflorado con los años. En ese sentido la antigua canción de S de M: “Púdrete Pituco”, no se equivocó.
Pero, también, te diré que tanto de uno y otro lado (del Hueko y la Jato Hardcore) han quedado muchos que aun mantienen los ideales, lo que el subte nos enseñó. Son los más lúcidos que conocí en esos años y que en sus actividades diarias siguen contribuyendo a que este mundo sea menos injusto.
El otro gran tema de tu novela Generación cochebomba es Sendero Luminoso, aunque no recuerdo si se menciona literalmente a Sendero Luminoso como tal, con ese nombre; pero sí el “pensamiento Gonzalo”. Fue también parte de la Lima urbana y marginal de la década de los 80 y 90. En la vida real, ¿alguno de tus amigos de ese tiempo llegó a ser captado por SL, tienes alguna anécdota o experiencia con SL?
Casi todos tuvimos un amigo cercano o conocido que estuviera involucrado, de alguna u otra forma, a la subversión. Sobre todo, los que participábamos de ciertos círculos contestatarios como fue la movida subte. Y sí, conocí gente que se unió en su desesperación por concretar un cambio. El tema de Sendero Luminoso en mi novela obedece al contexto en donde la ubico, y es inevitable no tenerlo en cuenta, porque fue parte de esos años. He tratado de acercarme a su prédica para poder configurar los personajes que participaban de ese grupo y tratar de entenderlos en su dimensión humana, porque, para mí, hubiera sido lo más fácil de presentarlos como unos dementes que un día se les ocurrió declararle la guerra al Estado peruano. No, yo lo veía de manera diferente y me tuve que quitar todos los prejuicios contra ellos para poder plantear al lector algo coherente y que pudiera conocer sus motivaciones, porque nadie se lanza a esa aventura de sangre sin tener un motivo fuerte. Si hubiera seguido mis animadversiones no hubiera hecho literatura sino pura propaganda.
Tengo muchas anécdotas, sobre todo en los atentados que pasaron de ser hechos reales a ser parte de la ficción que he publicado en mi novela y libros de cuentos. Como esa vez que advertí a mis amigos de barrio sobre unas bolsas puestas en la puerta de SEDAPAL de la avenida Venezuela, que a las finales resultaron siendo unos petardos de dinamita que explotaron a los pocos minutos. O, la vez que nos íbamos a Barranco a pegar afiches de un concierto y atentaron contra la SUNAT de la avenida Wilson, segundos después que pasamos en la línea 73. Nos salvamos por un pelo de que nos explotara en la cara.
Sobre el mismo tema, SL fue bárbaro en la sierra y en el campo. Pero en la ciudad, ¿cómo marcó a los jóvenes de tu generación el senderismo, ¿cuál era la idea que tenían de ese grupo?
Creo que SL afecto de diversas maneras, de una manera mucho más violenta en las regiones donde ejerció su violencia revolucionaria y de otra en las ciudades; y, dentro de la urbe, no era igual en las periferias marginales que en el centro o en las zonas residenciales o más pudientes. Pero sí, lo común era el clima de miedo e incertidumbre. Como dije, lo subte era un movimiento que se oponía a todo lo que le afectaba, no solo el Estado sino también de aquellos que lo combatían. Estar entre dos fuegos afectó el ánimo de los que crecimos en esos años. Por eso digo que varios, en su desesperación por buscar un cambio, encontraron en el discurso y el accionar subversivo, el lugar donde poder concretar sus ansias de cambio, por lo que ellos consideraban algo mejor. Los que no creíamos en las propuestas violentistas lo considerábamos igual de opresores que sus enemigos. Era una cuestión de posición frente a la violencia que estaba en plena vigencia de uno y otro lado.
En medio de ese clima de terrorismo e hiperinflación del gobierno de Alan García, ¿cómo sentían el futuro los jóvenes de los 80s e inicios de los 90s? Hay una sensación en el personaje de Adrián R, el protagonista, y su grupo de amigos punk, de que solo viven el día a día, sin planes de estudio a futuro, sin trabajo, como si no tuvieran porvenir, sin miedo a la muerte o con indiferencia.
Hace unas semanas un canal literario de Youtube analizó mi novela y daba en el clavo en que Adrián R vivía en una indiferencia camusiana. Pero después dice que no llegaba a tal porque la indiferencia de Meursault, el protagonista de El extranjero, era ontológica, es decir de su Ser. Y, sí, le doy la razón porque El extranjero me influenció mucho para escribir esta novela. Meursault fue uno de los modelos al momento de configurar el personaje de Adrián R, pero su indiferencia no era ontológica, per se, sino por coyuntura; es decir, al no creer ni en la subversión ni en el Estado, quedaba en una situación de indiferencia frente a la situación y solo le quedaba vivir, por lo tanto, apostaba por la vida y con ella acepta las consecuencias de esa apuesta, de esa elección, en el mejor sentido camusiano. Hay que recordar que Albert Camus proponía que la única pregunta de la filosofía que debía ser respondida es la del suicidio, ya que responder si la vida valía o no ser vivida era el punto de partida para poder elegir la existencia que vamos a llevar, y, sobre todo, aceptar las consecuencias de esa elección.
En ese sentido, parte de mi generación —la que yo viví, porque de hecho hay muchos que te dirán que para ellos no fue igual—, con la situación de guerra interna de crisis social, de hiperinflación, no veía el futuro muy promisorio; y no lo digo en el sentido del No Future, del punk rock londinense, sino en un No Futuro muy peruano, en el que la violencia política y la ineptitud del gobierno de turno nos llevaba a mirar la vida fuera del país. Por eso la gran migración de peruanos a otros países (en aquellos años). Siempre recuerdo que en esos años nos referíamos al Perú como “Este es un país de mierda”, y no nos faltaba razón. Pero los que nos quedamos intentamos vivir de la mejor manera a pesar de todo, esa fue nuestra elección de vida.
En tu caso, en esa economía nacional quebrada, ¿qué hacía Martín Roldán Ruiz, ¿cuáles eran sus sueños? ¿Siempre quisiste escribir, ser periodista?
Desde lo subte siempre tuve la necesidad de expresarme y a eso apuntaba en esos años. ¿Sueños? Tal vez que el Perú nos diera más oportunidades de progreso, pero creo que es una enfermedad incurable que casi 40 años después aun afecta a los jóvenes actuales.
Estudié periodismo porque me gustaba escribir. En Bausate y Mesa pude descubrir que no la hacía mal escribiendo historias. Pero lo que me hubiera gustado estudiar era Sociología, esa creo era mi verdadera vocación. Las circunstancias no se dieron, así que el periodismo me ayudó a concretar esas inquietudes. Fue una elección de la cual no me arrepiento, porque yo trabajaba y estudiaba y con ese sueldo que ganaba me pagué los estudios, ya que mis padres no podían pagar las cuotas, debido a que el negocio de mi viejo se fue al carajo con los paquetazos de Fujimori. Como dije, me gustaba estudiar, por eso no me arrepiento. Si hubiera sido lo contrario me hubiera dedicado a otra cosa.
Hay una parte de la novela en que los subtes salen de un concierto en Surquillo y rompen todo en Miraflores, particularmente la discoteca Nirvana. ¿Es una constante de la historia la lucha de clases?
Claro que sí. Aunque han adormecido bien a la población, que niega que esta se dé en la realidad, a pesar de padecerla. La lucha de clases no solo se da en un contexto de lucha armada, sino también en el abuso contra los trabajadores, en la negación de la justicia social. Y no hablo de buscar un cambio de sistema a uno socialista, sino el de buscar el bienestar para todas las clases dentro de este sistema. Pero parece que a las clases dominantes no les importa y están creando las condiciones que hicieron que movimientos políticos armados surgieran hace más de tres décadas. No se dan cuenta de eso, a pesar de la trágica experiencia de los años 80. En ese sentido Marx no se equivocaba cuando sentenció que la clase dominante crea las condiciones para el surgimiento de la clase que se va a levantar contra ella. Lamentablemente, las clases dirigentes del país no buscan paliar esa situación y nos están llevando a un futuro de violencia política. Espero que no, pero no soy muy optimista en este aspecto.
Y bueno, el capítulo del concierto en Surquillo está basado en un hecho real, pero que de alguna forma refleja esa lucha de clases invisible que se da en la cotidianeidad, pero que muchos niegan. De manera simbólica trato de visibilizar ese conflicto, porque solo hace falta agudizar un poco la mirada y descubriremos esa confrontación que cada día es más violenta.
Otro pasaje que me llama la atención es el del motín del penal El Sexto. Eso pasó en 1984 y fue el peor motín en una cárcel. Fue la prensa y todo. Hazta luego es parte de una película. Sin embargo, recreas esa parte y señalas cómo va influyendo la prensa el curso del motín. ¿La parte en que el reportero de prensa pide que amenacen con kerosene a los rehenes es real?
Recuerdo que hubo dos motines en El Sexto en esos años. Uno empezó muy temprano, y, como yo estudiaba en el colegio Guadalupe con las ventanas de mi salón para la avenida Bolivia, nos ganamos cuando comenzaron los incendios y los disparos. Nos desalojaron para el patio que da a la avenida Uruguay y nos hicieron salir a nuestras casas. Pero lo que escribo está basado en lo que se vio por TV en los dos motines. De uno de ellos recuerdo que había dos reporteros del Canal 2, subidos en la azotea del colegio, que mandaban mensajes a los amotinados con carteles. Y ellos también le respondían. Luego vino la matanza de quemar rehenes y acuchillarlos frente a esa cámara que transmitió en exclusiva para todo el país. Fue la primera vez que se transmitía en vivo imágenes como esas. Fue terrible. En la Escuela de Periodismo se discutía si había sido ético esas transmisiones. Yo tenía 14 años y estaba aterrorizado. Quizás esté equivocado, pero creo que, entre imágenes, pasaban reclames comerciales. Por eso me impactó que el espectáculo de la sangre vendiera. En ese sentido no me sorprendería que esos carteles tuvieran mensajes alentando a los amotinados a que hicieran todo eso, para aumentar el rating del noticiero.
De otro lado, si bien hay consumo de drogas en los personajes, también hay personalidades psicopáticas fuertes. No vamos a ser spoilers, pero un personaje comete un crimen más de 80 puñaladas y otro atropella un perro adrede. Tiene que ser gente tronada de la cabeza, al margen de las drogas y la violencia de la ciudad. ¿O crees que la ciudad misma, esa Lima donde nada importa, crea a estos personajes, a seres así?
Creo que más que Lima, era el tiempo vivido. Vivir en un contexto de violencia te trastoca la razón. Aparte que entre los subtes había variedad de tronados [risas]. Hubo un asesinato cometido por un conocido subte que salió en los diarios que lo titulaban como “Metalero satánico mata a novia en misa negra”, y ese fue el punto de partida para ese capítulo. De hecho, el asesinato que narro en la novela es simbólico, el alineamiento de los puñales que pertenecían a alguna institución castrense, no simples cuchillos de cocina, sino puñales y dagas que se entregan a un soldado para matar por la patria o por una ideología. Es una manera de decir que las instituciones matan y se justifican que lo hacen por algo abstracto. Lo cual quería dar a entender que vivíamos en una sociedad desquiciada.
Finalmente, para terminar de analizar los grupos sociales o marginales de Generación cochebomba, y también en relación al tema de la pregunta anterior, vemos, a su vez, pasajes en tu libro con los pirañas terokaleros. Van a terminar siendo criminales de todo tipo probablemente. Son el producto del abandono, del desarraigo, del odio, del frío, del hambre. No necesariamente es que nazcan así con mentalidades con tendencia criminal.
¿O quizás sean adoctrinados y lleguen a ser los terroristas de años venideros? El abandono, el desarraigo, el frio y el hambre causan resentimiento social. Unos pueden llegar a ser choros, apretones o extorsionadores; lo cual a las clases dominantes les interesa poco, porque son funcionales al sistema. Afectarán a muchos, pero a ellos directamente no, porque sus vidas no se desenvuelven en el Perú, sino en esferas donde nunca llegará un carterista o un apretón. Inclusive, si le roban a uno de sus bancos será insignificante el costo para ellos. Pero si se convierten en subversivos si se van a preocupar porque ellos sí van contra sus intereses de clase. ¿Por qué crees que la policía actúa con mayor celeridad contra los manifestantes y menos contra la delincuencia de estos días?
Por eso, si esos niños de la calle crecen con resentimiento y adoptan una ideología con el discurso de que la sociedad puede ser mejor y no sufra lo que ellos sufrieron, mediante la toma del poder con las armas, ahí si van a actuar para erradicarlos de inmediato.
Esos niños de mi novela son la nueva generación que llegará en los 90 y que integrará las bandas de delincuentes y extorsionadores, o que también participarán del otro tipo de violencia de esos años que fue el de las barras bravas. Pero, para eso ya tendrías que leer mi otro libro titulado Este amor no es para cobardes.
ANÁLISIS SOBRE GENERACIÓN COCHEBOMBA
Por: Eduardo Abusada Franco
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