Tienes diez compañeros más en la cancha, pero en algún momento, bajo los tres palos, antes millones de ojos, los arqueros están terriblemente solos.
¿La soledad de los arqueros realmente existe?
“… cómo vas a saber lo que es la soledad, si jamás te paraste bajo los tres palos a doce pasos de uno que te quería fusilar y terminar con tus esperanzas”.
Dice un verso del famoso ‘Poema al fútbol’. En el barrio era común poner al menos habilidoso —o a los gorditos— a tapar en las pichanguitas. No era yo necesariamente el más malo, pero me habitué más a la posición de defensa y luego a la de arquero. Si era en cancha de losa de cemento, tanto mejor.
Los arqueros también son espectadores del partido
Tu equipo va hacia adelante, corren la bola entre ellos, son eso, un equipo. Pero hay una pieza que parece que sobra. Allí estás tú, viendo como un espectador con palco a ras de cancha. Si eres alguien de carácter, tratas de participar con tus gritos, dando órdenes para los pases. Pero lo cierto es que te escuchan pocos.
Los delanteros piensan en esos momentos en la gloria del gol, en salir corriendo, en los abrazos, la felicidad de saberse los héroes de la jornada. Nadie te ve, antes, en el fútbol antiguo, incluso el atuendo habitual era el de un discreto negro. De allí el apelativo de ‘La araña negra’, con el que era conocido el mítico portero soviético, Lev Yashin, quien logró la increíble marca de atajar 150 penales en su carrera.
Todos han pasado la media cancha, y alguien pierde el balón. Un atacante rival roba la bola, mete un pase a las espaldas de las adelantadas defensas, y entonces aparece el arquero. Solo. En mi caso, algunos chiquillos viendo la pichanga; pero en el fútbol grande miles te ven desde las tribunas y ahora millones por televisión.
Un país entero te observa; pero sigues solo, inmensamente solo. De nadie más que de ti depende la suerte de tu equipo y la ilusión de un país. No te importa ni tu cara, ni tu nariz, ni tus órganos internos, para esto te has preparado. Y sales, suicida, a los pies del atacante, a quitarle la pelota o ser lesionado en el intento. Te cuerpo es el última solitario bastión. Allí muere la pelota o mueren tus esperanzas.
Alberti y Platko un arquero gigante
En 1928 el poeta Rafael Alberti, quien no precisamente gustaba del fútbol, fue a ver la final de la Copa de España entre el Barcelona y la Real Sociedad. Ferenc Platko, el ‘Oso húngaro’, defendía el arco catalán. Un partido a muerte por el contexto nacionalista. Alberti, quien impresionado por la figura del gigante rubio escribió luego la ‘Oda a Platko’, recordaría así ese juego:
“En un momento desesperado, Platko fue acometido tan furiosamente por los del Real que quedó ensangrentado, sin sentido, a pocos metros de su puesto, pero con el balón entre los brazos. En medio de ovaciones y de gritos de protesta, fue levantado en hombros por los suyos y sacado del campo, cundiendo el desánimo entre sus filas al ser sustituido por otro. Mas, cuando el partido estaba tocando a su fin, apareció Platko de nuevo, vendada la cabeza, fuerte y hermoso, decidido a dejarse matar”.
Ya no queda nadie para salvar tu error. Si fallas, serás el villano, el fracasado. Si la tapas, la felicidad será efímera. Apenas una palmadita. Otra es la historia para el que hace gol. Saldrá en las portadas, incluso su cotización se elevará, venderá más camisetas con su nombre.
Pero, desde algún lado del mundo, un niño gordito te ve. Eres su espejo, se ve en ti. Tú no lo sabes, tal vez nunca lo conozcas. Pero eres su héroe, no estás del todo solo, así que, aquello de la soledad de los arqueros, podría ser un espejismo. Aunque te agarren a contragolpe, él te acompaña. Quiere ser como tú. No lo olvides, no estamos nunca del todo solos en la terrible soledad de los arqueros.
Si la soledad de los arqueros te impacta, mira este video…
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