Perú ayer consiguió un valioso punto ante Paraguay jugando de visita. Vi el partido en casa con mi familia. Pasamos un buen rato. Otros amigos lo siguieron en las pantallas de los bares de Miraflores, otros se reunieron en casas de amigos, etc. Muchos esperaban con ansias el inicios de las Eliminatorias, y a otros les resbala.
¿Hay algo de malo en ello? Personalmente, nada. Si te gusta el fútbol, pues bacán; y si no te gusta, pues también bacán. A mí me gusta. Aunque ya no tanto como cuando era adolescente. Digamos que le he perdido el rastro, ya no sigo tanto el tema; pero me siguen gustando las historias de fútbol, las épicas antiguas sobre todo. Sin embargo, no ando entrando a los post de las personas a las que no les gusta el fútbol a prácticamente insultarlos para que les guste.
Es como si existiera un tipo de personas que pareciera que les molesta ver a la gente alegrarse con el fútbol. Los llamamos los “antifútbol”. El antifútbol cree —sin ningún estudio que lo respalde— que el fútbol te quita conciencia social, o algo así. En la época en que hacía política y me gustaba conversar con líderes sociales, teníamos buenas charlas de fútbol. Les dejo una cita del historiador sociólogo argentino Pablo Alabarces, que me pasó un amigo quien, por cierto, está muy comprometido en luchas sociales y políticas, es historiador marxista, político militante, y barra del Alianza Lima: “Nadie se ha animado a afirmar nunca que alguna insurrección o protesta popular dejó de producirse porque los sujetos estaban demasiado ocupados viendo los juegos de Pelé.”
El antifútbol, además, parece considerar que nuestro querido deporte es una cosa de mentes simplonas. Claro, el antifútbol habla desde su atalaya de soberbia intelectual. Lo curioso es que estos antifútbol dicen que critican al balompié por ser un distractor de masas, y ellos dicen —o creen luchar— por aquellas masas, a las que llamamos el pueblo. Los antifútbol seguramente nunca han jugado al fútbol, por lo que no pueden saber que el ‘deporte rey’ está íntimamente vinculado al pueblo. Allí, en la canchita de pista de los barrios está el fútbol; allí, en el colegio fiscal, están las pichanguitas en los recreos; allí, en las grandes unidades escolares, están los encuentros de fútbol entre colegios; allí, en las unidades vecinales, están los partiditos hasta la madrugada a la luz de un poste; allí, en las canchas de tierra en las punas, hay unos muchachos jugando contra unos tíos. Y, también, ya lo juegan muchas mujeres.
Porque el fútbol, les guste o no, está en el corazón del pueblo. Está en la carita del niño de barrio y del niño rico que sueñan con ver a Perú en un Mundial. De alguna forma, el fútbol también nos amalgama como país. Es lo único con la capacidad de superar nuestros enormes abismos. Es uno de los pocos momentos donde la élite blanca y privilegiada se pone de rodillas ante muchachos cholos, morenos, sin apellidos aristocráticos. Aunque sea durante dos tiempos de 45, el fútbol nos permite subvertir el orden de los siglos.
Por su puesto que se puede usar de maneras perversas, como se puede usar la religión, la política, la salud, etc. Pero el fútbol, en sí mismo, no es una evasión. Es una integración, una alegría, y también una esperanza para varios chiquillos que pueden ayudar a sus familias soñando con ser jugadores profesionales. Es la posibilidad y lo tangible.
El fútbol es real, no se va a acabar por más bronca que le tengan los antifútbol, es lo que existe. Que se use de manera egoísta por varios, como lo hizo Keiko al querer manipular a la Selección como símbolo de su campaña política, responde a la concupiscencia eterna de los políticos, no al deporte como tal en sí. Eso precisamente buscan esas personalidades sociopáticas, que los ciudadano se peleen, se dividan. Así que respeta tanto a quien le gusta como a quien no. Si piden tolerancia, también muéstrenla.
El antifútbol es, pues, ese ser amargado, que le molesta la felicidad de otros. Para terminar esta breve columna, les comparto un cuento sobre fútbol, para que vean lo bello que puede ser este deporte como parte de la vida. El relato se llama El penal más largo del mundo, de Osvaldo Soriano. Lo pueden leer acá: https://www.fadu.uba.ar/post/411-171-el-penal-ms-largo-en-el-mundo-osvaldo-soriano
Por: Eduardo Abusada Franco
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3 comentarios en «Los antifútbol y el penal más largo del mundo»