Leí a Javier Arévalo en su novela Nocturno de ron y gatos. Lo empecé a seguir a través de las redes sociales y empezamos a conversar de motos, una pasión que compartimos. Nos vimos en sendas ocasiones. Vinos, motos, café, más motos, algún acto de ayuda social. Nos hicimos amigos por las motocicletas y la literatura llegó después. Desde que me inicié en el periodismo su nombre resonaba como una de las plumas rebeldes y logradas de los periodistas contemporáneos que saltaron —y asaltaron, a su manera, con pulsión parricida retando a los padres del ‘boom’— el parnaso de los creadores de libros peruanos. Él ha hecho todo en ese campo: escritor, periodista, editor, columnista, profesor de escritura, creador de bibliotecas, políticas públicas de lectura —impulsor del ‘Plan Lector’—, empresario editorial; y ahora también, aunque ya lo viene haciendo desde hace años, ensayista con su último libro Estrictamente Sexual. Sexo y política. La infinita potencia sexual femenina y su derecho al placer.
Como un aficionado a los libros, tarde o temprano me iba a a hacer pata del buen Javier Arévalo. Si arrieros somos, en el camino nos encontramos. Lo leo, lo sigo, conversamos. Así que leí su último libro, que es una suerte de investigación-ensayo sobre el sexo en el Perú. Le hice esta entrevista mediante cuestionario escrito, que acá les traigo.
Por: Eduardo Abusada Franco
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Mi querido Javier. Te he leído en novela, en cómic, columnas de opinión, crónicas. En casi todos los géneros escritos. Pero es la primera vez que te veo en el género del ensayo. ¿Te has sentido cómodo, es más complicado que la ficción o más simple?
Siempre he sido ensayista, en el sentido que usan los gringos la palabra ensayo; siempre lo hice en diarios, revistas, lo hago cotidianamente en mi cuaderno de bitácora que es mi página de Facebook. Soy un lector de ensayo, hoy más que antes, de filosofía, de historia. Leí mucha ficción de niño, adolescente y hasta los 45 años. Es muy difícil encontrar que algo en ficción me emocione hoy, así que releo.
Lo cuentas en el libro un poco, pero puedes decirme brevemente para esta entrevista cómo surge la idea de este ensayo, de este proyecto? ¿Cuál fue o es tu objetivo con el libro?
Partía de la intuición alimentada por mi cercanía habitual a las mujeres; he vivido rodeado de mujeres, y cuando hablamos de sexo una letanía es que por poco y los hombres son unos estúpidos que ni siquiera se les ocurre preguntar adecuadamente. Una amiga me dijo que el sujeto duró no más que dos minutos, se levantó, se vistió y encima le preguntó con aires de macho cabrío, «¿y qué tal, te gustó?». Mi amiga lo llama microrrelato —es que ella es escritora, él también—. Historias así me animaron a investigar, así que hice un cuestionario y lo contestaron no sé ya si cien o setenta mujeres. Y luego, claro, entrevistas de profundidad.
Yendo al tema sustantivo del libro, mencionas la poca lectura de los peruanos y peruanas, el escaso nivel cultural de nuestra sociedad. ¿Hay relación entre la poca cultura y el poco disfrute del sexo? Pues escribes, con base a lo que has investigado, que el “erotismo” es cultura o es cultural.
Es tan cultural que nos erotiza el atuendo o las palabras que nos dicen y cómo las dicen. Un animal se acerca al apareo no por cuestiones eróticas sino por estímulos básicos de deseo y concreción de ese deseo. Los humanos nos aproximamos desde lo erótico, a menos que seas perro. Y muchos hombres son para las mujeres igualitos que los perros. Las mujeres son todas potencialmente multiorgásmicas, eso supone que demandan tiempo, espacio, y gozan mucho si hay alguien que no solo sea potente —y eso también se aprende—, sino considerados y, claro, eróticos.
El hombre, a diferencia de la mujer, ¿es precoz por naturaleza o es algo construido socialmente, una creencia?
El hombre puede durar e incluso no llegar y mantener la erección, pero, como lo dicen ellas con claridad, no todo es penetración. Hay dedos, lengua, mano, piernas. Muchos hombres pueden perder la erección por diferentes motivos. A mi me perturba que chirríe una cama y puede desconcentrarme y hacerme perder la erección, pero entonces hay besos, palabras, manos, lengua, caricias, masajes. Las chicas que se aman no tienen pene, incluso puedes usar dildos. Por ejemplo, los que tienen micropenes igual pueden vivir su erotismo con intensidad, pero es un acuerdo y ese acuerdo necesita datos y necesita acuerdos desprejuiciados.
Con lo que has venido averiguando, investigando, leyendo, experimentando, ¿crees que los peruanos no sabemos tirar en general?
Mi tesis inicial era «¿saben tirar los peruanos?» Y la verdad es que lo que dicen ellas es que en su mayoría, no.
Mencionas también que si tuviéramos más sexo, o, en todo caso, mejor sexo, seríamos más felices. ¿Cómo podemos respaldar esa hipótesis? Me has hecho acordar la frase de Woody Allen cuando se pregunta: “¿El sexo es sucio? Solo si se hace bien”
Digamos que produce felicidad tener buen sexo e infelicidad tener mal sexo. Me contó un amigo que era eyaculador precoz y que se venía y se ponía nervioso, y luego ya no conseguía otra erección, pero ha tenido tres hijos. Si se viene y para, ¿ella en qué situación queda? Con dos minutos no puede decir que ha tenido buen sexo, pero ha tenido seguramente mucho sexo para tener tres hijos, pero sexo malo. Eso no da felicidad.
Citas un verso de Antonio Cisneros: “Es difícil hacer el amor, pero se aprende”. ¿Qué nos falta para tirar mejor, qué deberíamos aprender? De hecho, tu libro puede ser una suerte de manual incluso, pues citas asuntos relacionados a la excitación sexual con base en experimentos científicos.
La ciencia médica se ha interesado cuando ha tenido una pastilla —que encontraron de casualidad— para vender. El clásico Informe Kingsey tuvo su secuencia en el Informe Hite, en dos contextos distintos. Hago un recuento de cómo ha querido enfrentarse la investigación sobre la “anorgasmia” desde lo médico y es un fracaso. No hay evidencia de que la anorgasmia realmente exista, hay circunstancias que impiden gozar del sexo y tener orgasmos; y si estas se repiten, nunca ocurrirá. Por eso es fundamental aprender a tener sexo. Se aprende, claro, es una disciplina como cualquier otra, como un deporte.
Una pregunta que es ya un asunto cliché. ¿El tamaño del pene importa? Es decir, ¿importa para lograr que la pareja de turno logre un orgasmo? Hace un poco un amigo que sigue debates y temas en redes de Internet, me comentaba que se empezaba a instalar una corriente que decía que “ los penes grandes están sobrevalorados”.
Lo acaba de decir una actriz porno. El pene grande es una fantasía y gays y mujeres los adoran. Ahora bien, si ponen atención en las pornos, los mega penes son introducidos a la mitad por vaginas y anos, por una razón que explica esta actriz: por encima de 18 centímetros, ya fastidian; y si fastidian, entonces te sacan de ese estado que es el umbral del deseo, del que hablo en el libro, y que hace posible que goces. Los actores porno lo saben, por eso no lo introducen todo. El pene, con todo, solo es una parte más de lo que poseemos: si es grande, hay que dosificarlo; si es mediano, lo gozan mejor; si es pequeño, igual; si es micro, no hay razón alguna para que si una pareja quiere algo mas, se recurra a dildos; pero igual hay besos, abrazos, cariño, ternura, lengua, mano, dedos, pies. Hacer el amor es difícil, compañero, pero se aprende, como decía el bueno de Toño. Sin poesía tampoco hay paraíso.
Tu ensayo alude también al homosexualismo. Yo creo que la guerra de los conservadores religiosos contra la homosexualidad está perdida de antemano. La homosexualidad es tan antigua como la especie humana, es parte de la naturaleza. He allí el error de la mentira de los conservadores; y la naturaleza se abre camino, es una fuerza que no se puede reprimir. ¿Tú crees, con toda la evidencia que has recolectado, que se puede reprimir o autoreprimir el deseo homosexual?
Yo creo mas allá, nadie es homosexual, heterosexual, bisexual, omnisexual. Somos seres humanos sexuados, y desde que existimos nos hemos apareado primero como los animales, mete y saca a lo bestia, pero nunca solo entre hombres y mujeres, sino allí donde se podía. Todas esas clasificaciones vienen después de que las prácticas sexuales han sido observadas. Entiendo el terror de los Estados, de las organizaciones políticas si todos son homosexuales, entonces no habrá parejas que hagan hijos, no habrá obreros, carpinteros, guerreros, pero eso jamás ha ocurrido. La definición de Kingsey es que uno es “generalmente” algo. O sea, yo creo ser heterosexual, pero viene una hermosa transexual, y me excita. El masculino no es mi objeto de deseo, lo femenino sí, y lo femenino es una forma. Lo único peculiar poco erótico para mi en lo trans es que viene con pene, y no es mi objeto de deseo un pene. Como a muchas amigas no les interesa en absoluta saborear una vagina, como a mi saborear un pene, no me produce ninguna atracción; pero sí senos, tetas, cara bonita, trasero, cintura. Esa cosa que es lo femenino me vuelve loco. Así que vivimos aun en estados primitivos del sexo, por eso hay que leer y aprender. Y sí, la erotofobia estatal ha sido combatida. Hasta los sesentas en Alemania se encarcelaba a hombres por tener sexo con hombres. Es absurdo ahora, sin embargo, sigue siendo perseguida la homosexualidad en muchísimos países. No en el nuestro, nuestras leyes no persiguen a nadie por sus practicas sexuales.
Muchas gracias Javier por tu tiempo y este ensayo que se me hizo entretenido e interesante leer. Te debo acompañarte a algún viaje en moto.
La moto es mi novia, la gozo, la monto, la cuido, la amo, la hago ronronear.
Por: Eduardo Abusada Franco
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