Las guerras por la Independencia también fueron un asunto de mujeres. Manuelita Saénz fue muestra de ello. No solo fue la «amante de Bolívar», sino que se batió a tiros con el ejército realista.
Brilló su temple en los campos de Junín y Ayacucho. Ingrato aquel que diga que su trascendencia gravitó en ser «la amante de Bolívar». Al último furgón de la Historia han querido relegarla aquellos vulgares de pensamiento. Manuela Saénz, ‘Manuelita’ para la posteridad y la gloria, fue «la Libertadora del Libertador» —es cierto— pero también comandó batallas con fusil en ristre y sable al cinto.
Junto a Sucre —Gran Mariscal de Ayacucho— dirigió batallones de caballería en la campaña del Perú. Manuelita Saénz, la mujer de infinito coraje e inacabable pasión. El propio escribiría a Bolívar desde la Pampa de la Quinua sobre la actuación de Manuelita Saénz: «Se ha destacado particularmente […] por su valentía; incorporándose desde el primer momento a la división de Húsares y luego a la de Vencedores, organizando y proporcionando avituallamiento de las tropas, atendiendo a los soldados heridos, batiéndose a tiro limpio bajo los fuegos enemigos; rescatando a los heridos».
Supo pelear, como también amar. Y con ello, cómo no, también sufrir. No sólo se rebeló contra la Corona, sino también contra sumisión impuesta a la mujer por el dictamen de los siglos y el influjo de la jerarquía eclesial. Nada de mandatos divinos, los galones se ganan en la cancha, ¿no es así, Manuelita? Ascendida a coronela en el mismo teatro de la guerra, la gente de su tiempo habría de evocarla como «la coronela».
Canalla fue la gratitud con esta campeona de las luchas de nuestra abigarrada e inacabada América del Sur. Atacada por la difteria y la pobreza, dejó los huesos en algún incierto lugar del puerto de Paita. Su tumba aún es ignota. Tan lejos quedaron los bellos años de su querido y natal Quito. ¿Acaso la niebla de la memoria y la enfermedad, en su hora final, difuminó la escena en que le arrojó una corona de laureles a Bolívar cuando entró triunfante en Quito? Fue así como conoció al Libertador, y con tal carácter resuelto, fue, asimismo, como le salvaría la vida la noche del 25 de setiembre de 1828 en Bogotá, cuando los complotados por el general Francisco de Paula Santander —otrora fidelísimo compañero de armas de Bolívar—, intentaron asesinar al general caraqueño. Con sus mañas de mujer acerada por las conspiraciones, logró distraer a los sicarios para que su amante y correligionario de batallas puedan escapar.
Su coraje y audacia inspiró e inspira aún a generaciones de mujeres dispuestas a regar su sangre por sus causas. Ay de nosotros, ‘Manuelita’, si olvidamos tu estampa. Si te volvemos a olvidar. Quizás ese pueda ser su más importante victoria, más aún que las militares: arengar a pelear y a amar. Hasta que la muerte nos separe.
En este cometido por reivindicar su memoria, que los historiadores antibolivarianos han tratado de borrar más por inquinas políticas que por seriedad académica, la peruana Linda Lema Tucker lleva años investigando la vida de la ‘Coronela’. Socióloga, periodista y feminista, acaba de publicar el libro ‘Manuela Saénz, la heroína olvidada’ (Ed. Arteida). El libro reconstruye la vida a salto de mata y heroísmo del personaje; sus intrigas políticas y luchas como precursora del feminismo latinoamericanista. A su vez, incluye fotografías que nos transportan a un tiempo de revoluciones y calumnias. Un tiempo que no acaba. Una revolución inconclusa.
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