Acabo de regresar a casa de ver ‘Misión Kipi’ con mi familia. Yo le llamo “el matriarcado”, pues todas son mujeres: mi mamá, Elsa y Tina. Incluso de nuestras mascotas, casi todas son hembras: Tábata y Michelle, las dos perritas; Zumba, la gata; y Aurora, la lora.
No le di muchos datos a mi mamá, solo que era un documental y que llegué antes de las 4 pm porque nos queda un poco lejos. Ella estaba en un almuerzo en ‘La Bodega de la Trattoria’, en Miraflores, con sus amigas pitucas, a las que yo les digo a escondidas ‘el club del botox’. Ya en el auto le dije que era en un centro cultural en Villa María del Triunfo, y me preguntaba dónde queda ese distrito. A cada rato estaba “¿ya llegamos, ya llegamos?”.
Y llegamos. Era un cine club en un mercado, en pleno mercado. Mucho ruido, mototaxis, ambulantes, etc. “¡¿Acá nos has traído?!”, fue lo primero que dijo mi mamá y luego expresó su profunda preocupación por dónde iba a dejar el carro. Le dijo a Tina: “¿Cuándo empiece la película sales de vez en cuando a ver la camioneta?”. Le dije que no iba a pasar nada, pero como ya no pago el seguro, la verdad que me hizo preocupar un poco, pero con el interés en el documental, ya ni me acordé del carro.
Llegamos temprano. Por su parte, Tina estaba más maravillada por unas paltas y bonitas papas huayro que vendían a dos metros de la puerta del cine club. Elsa, por su lado, iba diciendo “¡ese bus pasa por la casa!” a todo transporte público que veía. En cuanto a mí, recién me di cuenta que era un cine comunitario y, como periodista, estaba encantando con todo… me recordó la película ‘Willaq Pirqa, el cine de mi pueblo’.
Tras sus primeras resistencias, mi mamá se comenzó a adaptar. No se comió la canchita que compré (a un sol la bolsa, un dato no menor teniendo en cuenta que yo voy al CinePlanet con alguna frecuencia y la canchita allí tiene precios de relojes para coima). Le regaló la canchita a unos niños de colegio que llenaron la pequeña gradería de metal que hacía de butacas. Con el correr del film, la gente aplaudía al son de la película, y mi mamá para ese entonces ya estaba también aplaudiendo y silbando como hacen los jaladores de combi llevándose los dedos a la boca. Se le estiró el botox, supongo.
La directora del documental, Sonaly Tuesta, estaba en la función y al acabar Tina quería tomarse una foto con ella antes que nadie. Les tomé la foto. Aunque Tina no seguía tanto a Sonaly en televisión, como sí lo hacía Elsa, que se mete tremendos maratones televisivos y recordaba claramente su programa ‘Costumbres’.
Mientras me compraba unos afiches del festival, puesto que la proyección fue en el marco de un festival de cine, el matriarcado se me adelantó a la salida. Además me demoré un poco ya que me entrevistaron al paso sobre mis impresiones de la película. Al parecer ya se les había pasado su sorpresa, miedo y la preocupación por la camioneta; y las encontré comprando mandarinas sin pepa y compartiendo un anticucho con la mano. Cuando me acerqué, por supuesto, me hicieron pagar; con la vieja técnica de “no tengo sencillo”… y yo siempre tengo.
Ya en el auto volvió la pose aristócrata. Dijo mi mamá “Si sabía dónde era me ponía mascarilla, una señora estaba tosiendo; y un niño se rascaba la cabeza” —al que le invitó mi canchita, supongo—. Al rato hizo una llamada y le decía a su amiga por el celular que las llevé a ver una película de “Sónaly Tuesta”. Así, en esdrújula, con tilde en la primera sílaba. Sospecho que cree que así suena con más caché. Lo decía mientras se comía las mandarinas sin pepa que yo pagué en el mercado y me ensuciaba la camioneta con las cáscaras.
Elsa, quien me contaba las palabras en quechua que entendió de la película, aunque ella habla aymara, escuchó de mi celular la voz del Waze que me avisaba de un bache en el camino y me preguntó: “¿Todo eso sabe la señorita que está dentro?”.
En cuanto a mí, mientras manejaba de vuelta a casa recordaba que aprendí en el film que en quechua “cabeza” se dice “uma”. Y estaba que no podía sacarme de mi mente que la actriz de Kill Bill no se llama ‘Cabeza Thurman’.
Recordando la velada, me río en solitario de mi matriarcado. Creo que la experiencia más enriquecedora no solo fue ir a un cine comunitario y ver Misión Kipi, sino hacerlo con esta familia. Como dijo el humorista Pompín Iglesias, ¡qué bonita familia! Ya hasta me he acostumbrado a este clan. Con las décadas, incluso, ya me están cayendo bien.
Por: Eduardo Abusada Franco
Seguir a @eabusad IG: @eduardoabu79
OTROS ENLACES RECOMENDADOS POR PLAZA TOMADA
- «Me llamaba Romildo Curotto, pero me lo cambié porque de la cazuela podían gritarme ‘Curotto, bésame el poto’», el Guayabera Sucia
- Por las azoteas
- «Mi papá no quería que fuera músico. Decía «eso es para borrachos, mujeriegos y hay drogas». Yo para salir a cantar tenía que esperar que mi papá se durmiera», El Rey Vico, fundador del Grupo Karicia
- Así se forjó el pan con pantano
- Ernesto Pimentel: «Te aseguro que no me voy a morir. Aún voy a enterrar a mucha gente. No tengo más certeza que tú de cuánto vas a vivir» (entrevista de 2006)
- Antioquia (fotorreportaje)
- Mi pata Galeano
- Bryan Johnson no quiere morir
SIGUE A PLAZA TOMADA EN YOUTUBE:
2 comentarios en «Al cine comunitario con mi matriarcado miraflorino a ver ‘Misión Kipi’»