Le llaman “La costumbre del mar” o “la ley del mar”. Fue una norma que surgió de la necesidad en momentos insuperables. Según la costumbre del mar, si hay un naufragio y ya no hay nada qué comer, los marineros quedan facultados a comerse entre sí, a practicar el canibalismo. Primero, claro está, se comen los cuerpos de quienes fallecieron antes por motivos varios. Cuando ya no queda nada, los hombres de mar se la juegan cortando trozos de cordel. Aquel que saque el más delgado, se dejará sacrificar para que vivan los demás… si acaso sobreviven hasta que alguien los rescate.
Por: Eduardo Abusada Franco
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Esta es la premisa de la obra de teatro que fui a ver el pasado domingo 30 de junio en el Teatro Julieta. Se llama, precisamente, La costumbre del mar. Es una obra escrita y dirigida por Jorge Robinet. Cuenta con las actuaciones, ambos en rol protagónico —solo son dos actores en escena— del experimentado Javier Valdés y de Aldo Miyashiro. De Valdés no tengo mayores comentarios, excelente como siempre. Respecto a Miyashiro es la primera vez que lo veo en teatro y la verdad está bastante bien. Uno tiene la imagen de él en televisión y la serie de acción La Gran Sangre, pero también es capaz de papeles dramáticos y, ciertamente, ha hecho muchas obras teatrales. Logra, en varios momentos, transmitir cierta inocencia, candidez y la ternura que requiere el personaje asignado. Por cierto, la obra también tiene varias notas de humor.
Por su parte, Valdés representa a El Chef, un cocinero de fama mundial que habiendo alcanzado la perfección quiere ir más allá, se ha propuesto cocinar carne humana. Debe preparar al insumo minuciosamente, hasta controlar sus defecaciones. Para el caso, quien pasa el casting voluntariamente para ser cocinado y aclimatado, es Juan Pérez (Miyashiro). Acá encuentro una simbología. El nombre del El Chef no recuerdo que se revele en la obra. Tal vez sí, pero no se le repite mucho en todo caso, sino es simplemente El Chef. Dicho con respeto y altura. La falta de un nombre específico podría representar a la alta cocina en sí, como tal. Sabemos en que en nuestro país la gastronomía está en constante desarrollo, cada vez superando límites que creíamos eran el final de la cocina: café cuyos granos son cagados por un animal, oro comestible en repostería, técnicas de la llamada cocina molecular, etc. ¿Comer carne humana es una etapa futura de la cocina?
Si El Chef no tiene nombre, sí lo tiene el aprendiz de cocinero y voluntario a ser cocinado. Se llama Juan Pérez. El autor escoge un nombre cualquiera, común. De alguna manera, puede entonces este personaje representar a la sociedad en general, a un pueblo que ha hecho de su comida su orgullo, patrimonio e identidad. Rescato estas declaraciones de los actores para el diario El Comercio: «“Cuando queremos mostrarle a un extranjero qué es lo que nos hace sentir peruanos, nuestra carta de presentación es la comida. No los llevamos a museos o al teatro, sino a un restaurante para que puedan conocernos”, menciona Javier Valdés. Idea que comparte su compañero de escena. “En el Perú, solo hay dos cosas que nos unen: el fútbol y la gastronomía. Después de eso, no hay un motivo más fuerte que nos haga sentirnos como una sola nación”, agrega Aldo Miyashiro.»
No voy a hacer spoiler, puesto que tal ha sido el éxito de la obra —estaba llena la función a la que fui—, que habrá una función más este fin de semana. Abajo dejo el link para compra de entradas. Pero sí quería comentar que todo este proceso entre El Chef y Juan Pérez está siendo transmitido en vivo en la ficción teatral, como un reality show. Acá está la otra variable que ha agregado Robinet, el autor de la obra. Todo este show es seguido en director por las redes sociales, en una pantalla se ven los comentarios de la gente, algunos con sed de sangre. Quieren ver el morbo, la acción. De pronto, todo se convierte en una sociedad distópica, deshumanizante. O en la deshumanización a la que nos puede estar llevando la tecnología usada de forma descontrolada, particularmente en las redes sociales. Éste creo que es el paralelo y la analogía de esta puesta en escena, que el mundo del entretenimiento y las redes sociales es uno de un canibalismo feroz, un mundo cainita, donde se mata y se promueve el odio sin filtros. Donde cualquier es un asesino en potencia, donde más importa el like que la vida. Donde el show está por encima de todo y de todos. Sobran los ejemplos de chicos que han perdido la vida haciendo retos estúpidos y peligrosos para obtener likes en sus redes de Internet.
Vale la pena ver esta obra, que ya solo queda una función más. Finalmente, debo agregar una crítica de forma. El Teatro Julieta debe ser más estricto con sus normas. Dejan entrar gente luego de cerrar la puerta, cuando la obra ya está iniciada, y también dejan salir una vez iniciada la obra. Ello distrae a los actores y al público. También podrían mejorar la acústica. No se escucha tan fuerte a los actores y hay como un aire acondicionado que emite un zumbido constante que dificulta un poco concentrar el oído en la voz de los actores (ignoro si ese aparato era parte de la puesta en escena, pero es algo incómodo).
Por: Eduardo Abusada Franco
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1 comentario en «La costumbre del mar, el canibalismo de las redes sociales»