Pasé varias temporadas de mi infancia en la centenaria casona de madera de mi abuela en Mollendo, ahora de mi madre. La larga escalera de caracol de madera y balaustradas blancas, las columnas adornadas, las buganvilias, la huerta con patos y pollitos, la incorruptible madera de pino oregon… todo ello inició mi gusto por las casonas, aunque apenas soy un diletante en el tema. El patrimonio arquitectónico no solo atrae más turistas, sino que da identidad a un lugar, sentido de pertenencia a sus habitantes y amor por la ciudad. Te hace saber quién eres y de dónde vienes.
Los últimos 30 años de mi vida los he vivido en Miraflores. Desde que llegué, he visto como las bellas casonas —que me quedaba apreciando tantas veces— cayeron de una en una. Fue en los periodos del exalcalde Jorge Muñoz, quien luego fue alcalde de Lima Metropolitana y vacado del cargo, cuando más se ha acelerado la desaparición del patrimonio arquitectónico. Ello responde no solo a decisiones políticas, sino que agarró el periodo vertiginoso del boom inmobiliario en Lima. Edificios totalmente desangelados se levantaron al por mayor en Miraflores. Incluso, hay zonas donde ya no pasa el sol. Por ello, es que esa campaña de “LimaFlores”, que exhibía Muñoz como candidato metropolitano, no me gustaba para nada. No quisiera ver destruido lo que aún queda del patrimonio de Lima (tan abandonado por Castañeda) para dar paso a más y más edificios. Es conocido lo que pasó con la bella Casa Marsano en Miraflores, destruida en 2002. No tenía declaratoria de patrimonio.
Otro caso que sí tuvo declaratoria de patrimonio, y por tanto no se podía tumbar, pero luego perdió tal condición, fue el de Inca Wasi, la cosa donde vivió durante 17 años antes de su muerte el padre de la arqueología peruana, Julio C. Tello. Fue construida por el arquitecto Eduardo Rivero Tremouille. El propio Tello fue agregando elementos decorativos con motivos prehispánicos y la llamó Inka Wasi. El techo a dos aguas era lo que más se podía ver desde la calle y capturaba la atención por la suerte de cresta que llevaba. El Ministerio de Cultura en el comunicado donde explicaba el contexto de su destrucción la calificó como “estilo neoperuano”. En su momento escribí esta columna.
Hace pocas semanas otra casona miraflorina pasó a formar parte del desmonte. Era conocida porque allí funcionaba el restaurante criollo Las Brujas de Cachiche y el bar Huaringas. Hermosa casona con varios techos a dos aguas estilo Tudor. Quedaba en el óvalo Bolognesi. El cartel que actualmente rodea las ruinas anuncia la construcción de un edificio para viviendas. Una frase pintada en el cerco metálico dice “Primero lo importante, vivir bien”. En las redes sociales de Miraflores varios vecinos y residentes de otros distritos lamentaron la perdida. Otros la justificaban bajo la consigna del desarrollo.
HERENCIA PROBLEMÁTICA
Como señalé al inicio, para mí, como amante de la Historia, me resulta penoso ver cuando se destruye una casona. Hay gente que en su fanatismo por la construcción de edificios hasta se molestan de que no sienta pesar, como si ahora hasta estuviera prohibido sentir pena. Como sea, tampoco soy tan cándido como para no comprender que tener una casona, y una con declaratoria de patrimonio encima, se puede convertir en una carga.
Varias familias heredan hermosas casonas. En principio parece un golpe de suerte —y de hecho lo es—, pero cuando son declaradas patrimonio arquitectónico por el Ministerio de Cultura —antes lo hacía el extinto Instituto Nacional de Cultura (INC)— se les hace un problema. Son muy grandes y costosas de mantener. El único beneficio que da el Estado es exonerarte del impuesto predial, pero se pierde este beneficio si realizas alguna actividad económica en el predio. Se siguen pagando arbitrios, que son altos al ser casas grandes. No dan nada los municipios ni los entes rectores del turismo para el mantenimiento de la casa, pero sí las buscan para fotos, para sus páginas web como “promoción” del turismo. Si el Estado interviene de alguna manera, tienes que obligadamente donar primero tu propiedad a aquel. Y lo sé, pues mi familia tiene una propiedad declara patrimonio en Mollendo.
Así pues, por motivos económicos, algunos propietarios desean vender el lugar; pero a muchas empresas no les interesa la cultura, y desean tales extensiones de terreno para levantar edificios de departamentos; pero no se pueden construir allí edificios al tener declaratoria de patrimonio.
VENTA DE AIRES SOBRE LAS CASONAS
Algunos —varios— dicen que es “progreso”. Eso no es necesariamente cierto. Varias ciudades con arquitectura bella mantienen su esencia, progresan sin necesidad de derrumbar su patrimonio arquitectónico. El asunto es idear formas novedosas para no perder nuestra arquitectura y modernizarla. Y que tampoco se perjudiquen los propietarios. En Miraflores, justamente el distrito que estamos citando como uno donde se bajan casonas con regularidad (cuando son pitadas de negro, sabemos que es su sentencia de muerte), irónicamente, surgió una iniciativa interesante; pero parece no tener mucha aplicación práctica. Consiste en que los propietarios puedan vender los aires, es decir, el derecho a construir determinada cantidad pisos. No se les construye allí, sino que la empresa que compra ese derecho se lo lleva a otro lado del distrito, donde puede levantar edificios de acuerdo al Plan Urbano, y eleva allí los pisos virtuales que compró.
La Municipalidad de Miraflores emite un documento para ello llamado “Certificado de Derechos Edificatorios”. Lo definen así en su página: “Es el documento expedido por la Municipalidad mediante el cual se determina el área que un propietario de un inmueble con valor urbanístico o de un inmueble declarado como patrimonio cultural por el Ministerio de Cultura, puede transferir para que sea aplicada en un inmueble receptor de derechos. Este Certificado solo será entregado al propietario o propietarios que voluntariamente se acojan a los alcances de la Ordenanza N° 387-MM”.
Conocemos de un solo caso donde se ha usado este mecanismo. Seguro hay más, pero igual siguen cayendo las casonas. El inmueble que ha usado este recurso es uno de los más bonitos de Miraflores. Se trata de ‘El Palecete’ o la Casa Suárez, en la cuadra 42 de la Av. Arequipa, bellamente restaurado antes de la pandemia. No obstante, para la puesta en valor la Municipalidad de Miraflores de la gestión de entonces no puso nada, solo fue a la inauguración.
El tema no es simple. Cuando uno ve las fotos antiguas de Lima, cuestas creer que esta ciudad tuvo muchas muestras de una bella arquitectura, como el destruido arco donde se iniciaba la otrora Avenida Leguía —hoy Avenida Arequipa—. Ojalá que existan autoridades con sentido común y amplio y que puedan encontrar medidas acertadas para preservar lo que queda del patrimonio de Lima, y que no sólo la recordemos en fotos.
OTROS ENLACES RECOMENDADOS POR PLAZA TOMADA
- Los emolientes frutados de don Juvencio
- Andrés García, el consentido de Dios
- Manuelita Saénz, la heroína olvidada
- Mamoru Shimizu: la medianoche del japonés
- La soledad de los arqueros
2 comentarios en «El ocaso de las casonas de Miraflores»